Película: The Revenant
Año:2015
Director:Alejandro González Iñárritu
País: Estados Unidos
Década de 1820. En una expedición al desconocido oeste norteamericano,
todavía habitado por tribus indias, Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), un
trampero, explorador y cazador de pieles es brutalmente atacado por un
gigante oso grizzly. El hombre resulta gravemente herido, y sus propios
compañeros le dan por muerto. Abandonado, sin armas ni equipo, con
tremendos dolores y una pierna rota, Glass consiguió sobrevivir curando
sus propias heridas y alimentándose de carne cruda de animales que
cazaba. En su afán por seguir con vida, Glass, que no tiene
miedo a la muerte, porque está acostumbrado a rondarla, aguanta y
sorprendentemente se repone de sus heridas. Además, trata de vengarse de
quienes lo abandonaron a su suerte, especialmente de la traición
llevada a cabo por su confidente, John Fitzgerald (Tom Hardy).
Desde los primeros
minutos The Revenant se impone por sus imágenes, por su belleza aparentemente
virgen y primitiva. La salvajería en su plano más expreso, este espíritu me
recordó mucho a Herzog transmitiendo los paisajes duros y a la vez solemnes de
su monumental “Fitzcarraldo”, otros incluso han comparado algunas escenas con
“Stalker” de Trakovsky y hecho el símil correspondiente que bien pueden tratarse
de homenajes/guiños/referencias de Iñárritu al mítico director soviético. Todo parece indicar que El negro (como le
apodan con cariño en México) consiguió filmar una verdadera obra de arte dentro
de los siempre caprichosos parámetros del cine comercial y establishment, una
cinta refinada y exquisita para los gustos más quisquillosos en cuanto a
fotografía que corre a cargo de Emmanuel Lubezki quien ya había trabajado con
el mexicano en su anterior película y en donde consigue replegar nuevamente su
ingenio de un modo más orgánico de lo que pudo hacer en “Birdman”. Una cinta
con actuaciones estelares bien realzadas y jugadas mostrando un costado de Di
Caprio hasta ahora no explotado por ningún otro director (le deberían dar el
OSCAR esta vez ¿no?) Una película con una banda sonora envolvente en sentidos y
musicalmente sugestiva a los espectaculares paisajes que el “Chivo” Lubezki
registró (la música corre a cargo del pianista Ruichi Sakamoto) Una película
visualmente perfecta, bien intercalada en montaje cuyo ritmo no se hace torpe
ni abrumador (pese a la duración con la que todos se hacen un lío cuando
piensan en ir a verla) una película que no rellena su contenido con puro aire
frío en sus escenas sino con el desgaste físico de su protagonista, un desgaste
que a la vez le impide congelarse en esos gélidos parajes y que eventualmente
le dará el coraje para ser un renacido a costa de savia natural…en fin una
película que no juega con el morbo si no que con la desesperación de no saber
hasta dónde puede llegar nuestro protagonista en su lucha contra la naturaleza,
mítica guerra ya entonada por Homero el griego, una película salvaje y bella.
Y me gustaría pensar hasta
qué punto el cine comercial contemporáneo aguantó estos proyectos, cuándo a un
Christopher Nolan o un a Tim Burton (por nombrar a los más conocidos) se les
permitió bajo sus propios parámetros crear con una idea tan fija de belleza,
sentido, estética y mensaje….ah, pero el mensaje, de eso no he hablado con
respecto a The revenant.
Si el cine se jacta de
ser el balance ideal entre forma y contenido, siendo muchas veces la forma la
que ayuda a potenciar el contenido (como leí por ahí, con esos encuadres y paisajes
chamánicos The revanenet pudo tratar simplemente de cualquier tontería y ser
alabada al respecto) ¿será necesario analizar en este caso el mensaje simplón e
intranscendente que la película quiso dejar? Como buena película comercial las
cosas tienen que tener una razón de ser, una moraleja si se quiere o un efecto
que vaya más allá de la mera resolución física y por supuesto en The revenant
se sacan esa carta de la manga con la ya manoseada idea de que “la venganza se
sirve en un plato frío” si bien el móvil de Glass se supone es la venganza contra Fitzgerald por
haber matado a su hijo en circunstancias bastante complicadas, cualquiera diría
que el móvil real y la base de toda la historia se centra simplemente en la mera
supervivencia, el mal aprovechado final le quita la poética que seguramente Iñárritu
había querido expugnar como elemento principal ya que las escenas de tono más
“espiritual” que se venían anunciando durante gran parte de la película no
tienen su impacto final con la fuerza o repercusión necesaria gracias a ese
“giro” en el último tramo. A mi aquella historia de venganza no me parece que
complemente del todo la trama, aquellos últimos minutos de persecución y lucha
no me parecieron más que el estirón de chicle insulso e innecesario agregado
más por razones de “pedigrí americano”
que de otra cosa, más aún cuando Glass ya con las manos sobre el cuello de su
antagonista, resuelto a terminar su trabajo llega de la nada a una conclusión
tan absurda (para el contexto), tan obvia y digna de un cliché de película
ochentera de karate. Aquello, sí, para mí fue un punto negativo a la trama que
se venía tejiendo y cociendo con total acierto, parsimonia y atino, y es que
pese a los sucesos irrealistas en las desventuras de este jodido personaje
Glass (aunque la historia se basa en un hecho verídico) nunca pierde su norte hasta el último giro en
donde ya todo se vuelve predecible e inútil. Para mi The revenant no es una
obra de arte, narrativamente flaquea por ese detalle no menor en su estructura
que dota de peso, sentimiento y sentido a un personaje que busca sobrevivir
guardando un deseo de venganza en su interior, pero que eventualmente va
descubriendo una paz al internarse a los avatares de la naturaleza, esa misma evolución
que forja casi el 70% de la película se cae y sepulta en el último tramo, en
fin, películas pochocleras que por norma y decreto no deben terminar con
conclusiones abiertas hacía el espectador, no deben dejar que se elucubren las
opciones de su desenlace, no debe dejar al espectador pensando en otros caminos
a la trama y aunque Iñárritu intenta con alguna tetra conseguir la escaza retroalimentación
que un espectador de cine comercial puede otorgar mediante esa escena final
onírica y ambigua (gestión ya usada también en Birdman) no lo consigue porque
el móvil de la venganza termina convirtiendo a Glass no es un renacido si no en
un súper héroe, en un Rambo, en un Jhon McClane, en un Mcgiver incluso. Es
decir –y perdonen que lo repita con majadería, pero no quiero confundir- la
situación final arruina el buen clima de la película y la gran evolución del
personaje dejándolo netamente como un tipo duro que llegó hasta las últimas
consecuencias simplemente para conseguir un objetivo que al rato notara vacío e
irrelevante y realmente eso ¿en qué se diferencia de algún clásico de acción de
Van Damme o incluso The rock? ¿Sólo por la forma de la película? ¿Sólo por la
bella fotografía e impecable trabajo de cámara? ¿Sólo por su técnica?
Pertrechando el aparato de producción con más de lo mismo
Pero tomando en cuenta
la forma excelsa que ya detalle arriba, ¿aquello importa? Sobre todo si de
plano se presenta como un filme comercial que más allá de todo busca hacerte
pasar un buen rato o al menos generar un divertimiento en tu vida. ¿Hasta qué
punto la técnica debe de ser la vara con
la que un producto comercial pueda brillar dentro de la mediocridad? Millones
de historias, de películas cuyas narrativas se basan en dejarle al espectador
todo en bandeja e inyectarle una lección cuando no una moraleja, como si fuese
imperativo que el mensaje matriz del filme se empaque y entregue como
conclusión en los últimos minutos. Este mal endémico del cine comercial es lo
que cierra las posibilidades del espectador de generar las situaciones en su
pensamiento, de aventurar sus conclusiones, de opinar más allá si el filme es
bueno o malo desde sus parámetros, de entender o creer entender lo que el
director quiso decir y además de unificar en una línea moral los discursos
producidos por las películas. El cine comercial siempre te dirá a fin de
cuentas que esta película nos ha
dejado esta lección para la vida, que
no hay otra vuelta más que darle al filme. Hoy en día el espectador exige pro
actividad, aunque también se quiere divertir, claro ¿quién no? Ver sufrir a un
hombre en medio de la nada puede ser hilarante, pero siempre hay un mensaje, un
mensaje que puede terminar en el oficialismo más nefasto y evidente, “The
revenant” cae en eso. Algunos pensaran que eso lo hace una historia más
circular, más completa, más acabada, pero es aquella facilidad de pensamiento
lo que les permite a los asistentes salir del cine y no seguir pensando en el
tema, ni siquiera por cinco minutos y al final decimos “The revenant es una película con una fotografía increíble, una banda
sonora maravillosa, actuaciones grandiosas….una obra de arte” ¿Entienden el
chiste? ¿Cuál fue la última película qué te dejo pensando más de la cuenta?
Alguna vez un profesor me dijo que las buenas películas son aquellas que el
espectador continua en su mente y si bien la técnica y el estilo son capaces de
enaltecer las historias, el mensaje, el manifiesto no puede ser menor.
Una vez más para que se
entienda yo no estoy en contra de las películas comerciales, de la academia de
cine y entretenimiento, ni mucho menos de Di Caprio e Iñárritu pese a que sé el
odio que este gran director enciende en sus críticos y detractores (muchos de
ellos mexicanos por cierto) Una obra de arte –en materia audiovisual- no puede
ser otra cosa que la película que alce tus emociones. Parece manifiesto hippie,
tontería ambigua, pero no es mentira, ahora, esto no es tan simple, nos
acostumbramos a un modelo de cine elemental donde reina el conflicto central,
la música orquestada y adornada que nos dice en cada momento cómo deberíamos sentirnos,
los planos sutiles y poco invasivos OK. Nos adoctrinaron con un cine comercial
efectivo en cuanto a la hora del entretenimiento, es difícil separarse de
aquello porque tenemos inyectado en el cerebro que la diversión y el disfrute
de ver cine sólo puede estar proporcionado por esa clase de películas, sí,
cosas como “Deadpool”; “Inception”; “50 sombras de Grey” que se yo, películas
que al juicio de quien quiera opinar podrían ser bodrios o maravillas, pero el
caso es que ese es el cine con que nos regocijamos y aprendimos el lenguaje
audiovisual (eso más la televisión y sus comerciales) Por eso decir obra
maestra es reducir ese mundo de películas a una línea muy fina, pero que parece
eterna y que no deja ver que hay detrás, que otra clase de películas podemos
contemplar, extrañar, sentir.
Obras maestras, cánones
de respeto, películas de culto, todo eso pertenece al armamento individual de
cualquiera. El cine tiene esa gracia y esa desdicha, como todo arte es muy
subjetivo y aunque se rija a veces por una línea que dicta su forma de tal
manera la naturaleza misma de este artefacto (y a la que le debe su génesis) es
irrumpir constantemente en aquello. Remitiéndonos al pensador alemán Walter
Benjamin quien la tenía clara en cuanto al modo de producción del arte, para él
abastecer un aparato de producción sin ofrecer un sentido que realmente aporte
en algo al avance del arte como manifestación es matarlo, la calidad no es
cuestión sólo de técnica sino que irrefrenablemente también de discurso y un
discurso que no aporta nada nuevo ni potencia al espectador no sirve por muy
elaborada técnica que el producto entregue. Aun así vuelvo a repetir a pesar de
irme un poco en contra de don Benjamin, para mí sólo aquella película que te
haga sentir es la que vale, no sé si emocionar es la palabra correcta, pero sí
sentir, sentir de conmover, CON MOVER. La película que te haga sentir esa es la
indicada, “The revanent” me produjo eso hasta que llegamos a esa innecesario
segmento final y ya todo sentido que yo había adquirido se esfumo quedándome
con la sombra de una película que realmente no necesitaba de esa explicación
para ser completa.-
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