Uno de los últimos
estrenos de Netflix que me llamo la atención se trata de una serie documental
de 6 episodios que aborda las temáticas de la sexualidad relacionada con
internet, desde la pornografía asentada en la plataforma de internet hasta las
relaciones – casi – platónicas que se generan gracias a elementos como las páginas
de sexcam o los estragos personales que populares aplicaciones como Tinder o
Periscope producen. Repasemos un poco esta serie para ver a dónde van los tiros
y qué aciertos y desaciertos comete.
Con
una mano el celu y con la otra mis genitales
“Buscando chicas cachondas
para prenderse” sería una horrible traducción para el título de esta serie
producida por Rashida Jones, Jill Bauer y Ronna Gradus quienes ya habían
realizado el llamativo documental del 2015 “Hot girls wanted” también estrenado
por Netflix, el cual da un vistazo intimo a la vida de las actrices porno de
internet, generalmente chicas jóvenes buscando hacer unos pesitos de más, pero
con historias y pensamientos que dejaban a más de alguno sorprendido. Aunque el
documental era bastante objetivo (palabra peligrosa cuando hablamos de
documentales) en su tratamiento sobre el porno, se podía rastrear a la lejanía un
tufillo de moralina y reproche frente a la actitud de quienes vemos pornografía
y de quienes la hacen, personalmente no me convenció del todo aunque en su
material quedaba claro que los elementos de virtualidad que el documental
tocaba daban para explotarse de forma más interesante y eso fue la inquietud
que sus realizadores tomaron en cuenta para hacer esta serie.
Actualmente estamos
ante una segunda generación que se ha formado con internet y para la cual el
desarrollo de su vida sólo tiene sentido al estar interconectado al mundo las
24 horas, el celular se ha convertido en un elemento protésico y por supuesto
la sexualidad abunda en estas ciudades flotantes. Si hace cincuenta años nuestros
padres se pajeaban con una revista playboy encerrados en el baño, hoy los
chabones lo hacen con su celular, mandándose videos por wasap o cualquier otra
red social que permita explotar la sexualidad de una forma instantánea e
inmediata, la gran diferencia es que ahora el acceso para que cualquiera sea un
porno-star o cuanto menos un fetiche sexual fugaz es a dos click de distancia.
La serie pone el dedo en la llaga sobre estas problemáticas y logra ciertas
respuestas que a ojos de cualquier otra
generación parecen más evidentes que el hecho de que el sol quema al mirarlo con
los ojos, pero para una generación anclada a la aldea global no resulta tan
práctico y puede parecer una búsqueda emocional realmente difícil de conseguir.
En sus seis capítulos que
oscilan entre los 40 y 50 minutos, Rashida Jones y su equipo viajan por
distintos puntos del planeta mostrándonos historias para entender que hay detrás
de la pantalla cibernética. En el primer capítulo se muestra en paralelo la
historia de dos mujeres que se dedican a la pornografía, por un lado Holly
Randall hija de la primera fotógrafa oficial que tuvo Playboy y por otro a la
sonada Erika Lust, promotora del llamado “porno para mujeres”, ambas enseñan
sus visiones de por qué es necesario una pornografía estéticamente cuidada,
discursiva y feminista, o al menos con un punto de vista que se enfoque en el
placer de la mujer. Mientras que la primera choca con las deudas y la gran
muralla de la pornografía arquetípica y machista que abunda en cualquier sitio
de internet, la segunda se muestra más robusta y optimista con sus objetivos.
Lust enseña su gran productora alojada en Barcelona, su hombre tras el cargo
que le mueve todos los hilos en materia de marketing y producción, asistimos a
un rodaje de uno de sus videos, Lust es indulgente y – quizás – demasiado maternal
con sus actrices, es todo lo contrario a la clásica imagen del productor porno:
Gordo, crápula, con pinta de mafioso y devastadoramente insensible. Lust se
muestra fuerte, Randall en cambio no tiene un gran estudio, su equipo de producción
apenas cuenta con dos personas, no tiene empacho en decir que tal vez tenga que
dejar este trabajo, que está cansada del porno y de luchar contra la industria.
Aquí es donde la serie muestra su constante materia prima, aunque cayendo en
obviedades notorias, enseña de manera sincera las consecuencias molestas o
grandiosas que la incursión que estas personas hacen al dedicarse al negocio de
la sexualidad en la red les producen y como las afrontan. El gran plus de esta
serie de documentales son los personajes que protagonizan cada historia, el
equipo de producción logra encontrar sujetos realmente interesantes más allá de
su curioso estilo de vida, y potencian cada dimensión de su realidad por más de
que ellos se traten de mostrar de una forma pre-perfilada.
Por ejemplo la historia
del último capítulo hay que aplaudirla por su cuidada narración al traer a
colación la perturbadora historia de Marina Lonina una adolecente que transmitió
por Periscope la violación de su amiga, sin prestarle ayuda en ningún momento.
El caso tal vez les suene a ese tipo de noticias de la cual leemos el titular
por Facebook y la pasamos de largo, en el capítulo conocemos la vida de Marina,
asistimos a su juicio penal y resulta bastante crudo como se va tejiendo la
recapitulación en donde la red social tiene más protagonismo del sospechado.
Otros personajes de otros capítulos también dan mucho rollo como James un galán
de de cuarenta años que vive usando Tinder para salir con chicas veinte años
menores que él o por otro lado el fantasioso
romance que mantiene Alice una modelo de sexcam con su fanático número 1, Tom,
un nerd que ama los comics, no tiene novia, juega calabozos y dragones y vive solo
en su casa en Australia. La exposición a la que se someten estos personajes es a
tal grandilocuencia que a veces resulta casi sospechoso el nivel de parodia que
el mismo documental realizar aparentemente sobre sus figuras. Pero creamos en
la buena fe y en el sentido de espectáculo televisivo de los gringos y digamos
que todos estos personajes solamente se dejan exponer de esa manera al no
entender realmente ellos mismos el túnel negro por el que están caminando a
tientas frente a las cámaras del documental.
¿Les
quedo claro la lección niños?
Si hubiese que buscarle
una crítica seria a esta serie, sería su indudable hincapié en la mojigatería la
cual caen en más de una ocasión al querer presentar tras sus historias una
especie de lección sobre lo nocivo que termina siendo el conectarse tanto a la
red. Evidentemente la mirada puesta allí es de personas ajenas a ese mundo en
donde los clicks lo son todo por lo que el componente contextual en el que caen
para mostrar su postura a veces se hace invasivo, tal vez sea necesario para
una audiencia que ha nacido con la fibra óptica incrustada en la nuca y a
quienes realmente este tipo de cosas no les parece digna de cuestionarse porque
son una arista más de su normalidad, pero para mi me resultaba medio jodido que
cada tanto aparecieran pantallas negras con mensajes mostrando números y
porcentajes sobre la temática del capítulo en cuestión, por ejemplo en la
primera historia aparecían en pantalla en más de alguna vez anuncios del tipo “40% de los adolescentes han visto
pornografía a la edad de los 14 años y el 80% de estos la encontraron sin
buscarla” La segunda historia que trata sobre las relaciones que se
establecen por medio de Tinder caen en una excesiva y redundante llamado de
atención que se hace casi absurdo cuando el protagonista evidencia las
consecuencias de sus acciones en cámara y hace un penoso mea culpa. La tercera
historia sobre una agente de chicas que quieren triunfar en la pornografía
termina enfocándose en la inevitable crónica anunciada de una chica que la
industria la consume sin darle mucho contrapeso al asunto. No nos engañemos, la
serie obviamente no es un grito moralista contra todas estas cosas, pero si
busca ser un fuerte llamado de advertencia a veces tornándose ridícula y no
asumiendo ciertos riesgos.
En
su justa medida. Como para provocar un poquito y a la vez informar otro poquito
Visualmente tiene una
calidad que podría enfocarse en “muy bonita”; una imagen muy limpia que
recuerda a series documentales del tipo Catfish de MTV, por lo que si bien en
su mayoría no hay planos muy interesantes ni recursos extra textuales que nos
entreguen algún signo semiótico digno de pensar y enmarcar, si resulta muy
fluido visualmente. Las entrevistas que son el punto vertebral de toda la serie
son bastante interesantes, en más de alguna ocasión la cámara se centra mucho
en los personajes y ahí podemos develar en sus mínimos gestos, reacciones y
silencios acaso lo que realmente sienten sobre lo que están viviendo. Creo que
el último capítulo que trata de Marina Lonina es determinante en ese aspecto con
ese juego de miradas opacadas, desoladas y derrumbadas que la adolecente tiene
con su padre. Como dije las historias y sus protagonistas son muy interesantes
y hasta entretenidas, pero sorprendentemente la serie deja de lado algunas
cosas que sus propios entrevistados dicen casi al paso y que daban mucha más
caña como el trato hacía los negros en la industria porno, la manera en que
muchas chicas sobrellevan su trabajo a diario, las pérdidas y ganancias de
dinero que una página web porno conlleva para micro empresarios y la erotización
que las redes sociales ejercen en la mente de los adolescentes. Por ahora es una
serie regular al caer en la tentación de ofrecer lecciones a su audiencia y no jugársela
más con encuadres de tiro más conceptuales, dejándolo todo como algo muy plano
y envasado, pero quién sabe quizás para una próxima temporada la cosa torne a
otros colores, el motor lo tiene, sólo le falta un poco más de nafta.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario