viernes, 30 de junio de 2017

Series para ver, volver a ver y pensárselo mejor antes de ver: Hot Girls Wanted Turned On





Uno de los últimos estrenos de Netflix que me llamo la atención se trata de una serie documental de 6 episodios que aborda las temáticas de la sexualidad relacionada con internet, desde la pornografía asentada en la plataforma de internet hasta las relaciones – casi – platónicas que se generan gracias a elementos como las páginas de sexcam o los estragos personales que populares aplicaciones como Tinder o Periscope producen. Repasemos un poco esta serie para ver a dónde van los tiros y qué aciertos y desaciertos comete.

 

Con una mano el celu y con la otra mis genitales


“Buscando chicas cachondas para prenderse” sería una horrible traducción para el título de esta serie producida por Rashida Jones, Jill Bauer y Ronna Gradus quienes ya habían realizado el llamativo documental del 2015 “Hot girls wanted” también estrenado por Netflix, el cual da un vistazo intimo a la vida de las actrices porno de internet, generalmente chicas jóvenes buscando hacer unos pesitos de más, pero con historias y pensamientos que dejaban a más de alguno sorprendido. Aunque el documental era bastante objetivo (palabra peligrosa cuando hablamos de documentales) en su tratamiento sobre el porno, se podía rastrear a la lejanía un tufillo de moralina y reproche frente a la actitud de quienes vemos pornografía y de quienes la hacen, personalmente no me convenció del todo aunque en su material quedaba claro que los elementos de virtualidad que el documental tocaba daban para explotarse de forma más interesante y eso fue la inquietud que sus realizadores tomaron en cuenta para hacer esta serie.


Actualmente estamos ante una segunda generación que se ha formado con internet y para la cual el desarrollo de su vida sólo tiene sentido al estar interconectado al mundo las 24 horas, el celular se ha convertido en un elemento protésico y por supuesto la sexualidad abunda en estas ciudades flotantes. Si hace cincuenta años nuestros padres se pajeaban con una revista playboy encerrados en el baño, hoy los chabones lo hacen con su celular, mandándose videos por wasap o cualquier otra red social que permita explotar la sexualidad de una forma instantánea e inmediata, la gran diferencia es que ahora el acceso para que cualquiera sea un porno-star o cuanto menos un fetiche sexual fugaz es a dos click de distancia. La serie pone el dedo en la llaga sobre estas problemáticas y logra ciertas respuestas  que a ojos de cualquier otra generación parecen más evidentes que el hecho de que el sol quema al mirarlo con los ojos, pero para una generación anclada a la aldea global no resulta tan práctico y puede parecer una búsqueda emocional realmente difícil de conseguir.

En sus seis capítulos que oscilan entre los 40 y 50 minutos, Rashida Jones y su equipo viajan por distintos puntos del planeta mostrándonos historias para entender que hay detrás de la pantalla cibernética. En el primer capítulo se muestra en paralelo la historia de dos mujeres que se dedican a la pornografía, por un lado Holly Randall hija de la primera fotógrafa oficial que tuvo Playboy y por otro a la sonada Erika Lust, promotora del llamado “porno para mujeres”, ambas enseñan sus visiones de por qué es necesario una pornografía estéticamente cuidada, discursiva y feminista, o al menos con un punto de vista que se enfoque en el placer de la mujer. Mientras que la primera choca con las deudas y la gran muralla de la pornografía arquetípica y machista que abunda en cualquier sitio de internet, la segunda se muestra más robusta y optimista con sus objetivos. Lust enseña su gran productora alojada en Barcelona, su hombre tras el cargo que le mueve todos los hilos en materia de marketing y producción, asistimos a un rodaje de uno de sus videos, Lust es indulgente y – quizás – demasiado maternal con sus actrices, es todo lo contrario a la clásica imagen del productor porno: Gordo, crápula, con pinta de mafioso y devastadoramente insensible. Lust se muestra fuerte, Randall en cambio no tiene un gran estudio, su equipo de producción apenas cuenta con dos personas, no tiene empacho en decir que tal vez tenga que dejar este trabajo, que está cansada del porno y de luchar contra la industria. Aquí es donde la serie muestra su constante materia prima, aunque cayendo en obviedades notorias, enseña de manera sincera las consecuencias molestas o grandiosas que la incursión que estas personas hacen al dedicarse al negocio de la sexualidad en la red les producen y como las afrontan. El gran plus de esta serie de documentales son los personajes que protagonizan cada historia, el equipo de producción logra encontrar sujetos realmente interesantes más allá de su curioso estilo de vida, y potencian cada dimensión de su realidad por más de que ellos se traten de mostrar de una forma pre-perfilada.


Por ejemplo la historia del último capítulo hay que aplaudirla por su cuidada narración al traer a colación la perturbadora historia de Marina Lonina una adolecente que transmitió por Periscope la violación de su amiga, sin prestarle ayuda en ningún momento. El caso tal vez les suene a ese tipo de noticias de la cual leemos el titular por Facebook y la pasamos de largo, en el capítulo conocemos la vida de Marina, asistimos a su juicio penal y resulta bastante crudo como se va tejiendo la recapitulación en donde la red social tiene más protagonismo del sospechado. Otros personajes de otros capítulos también dan mucho rollo como James un galán de de cuarenta años que vive usando Tinder para salir con chicas veinte años menores que él  o por otro lado el fantasioso romance que mantiene Alice una modelo de sexcam con su fanático número 1, Tom, un nerd que ama los comics, no tiene novia, juega calabozos y dragones y vive solo en su casa en Australia. La exposición a la que se someten estos personajes es a tal grandilocuencia que a veces resulta casi sospechoso el nivel de parodia que el mismo documental realizar aparentemente sobre sus figuras. Pero creamos en la buena fe y en el sentido de espectáculo televisivo de los gringos y digamos que todos estos personajes solamente se dejan exponer de esa manera al no entender realmente ellos mismos el túnel negro por el que están caminando a tientas frente a las cámaras del documental.  
 

¿Les quedo claro la lección niños?


Si hubiese que buscarle una crítica seria a esta serie, sería su indudable hincapié en la mojigatería la cual caen en más de una ocasión al querer presentar tras sus historias una especie de lección sobre lo nocivo que termina siendo el conectarse tanto a la red. Evidentemente la mirada puesta allí es de personas ajenas a ese mundo en donde los clicks lo son todo por lo que el componente contextual en el que caen para mostrar su postura a veces se hace invasivo, tal vez sea necesario para una audiencia que ha nacido con la fibra óptica incrustada en la nuca y a quienes realmente este tipo de cosas no les parece digna de cuestionarse porque son una arista más de su normalidad, pero para mi me resultaba medio jodido que cada tanto aparecieran pantallas negras con mensajes mostrando números y porcentajes sobre la temática del capítulo en cuestión, por ejemplo en la primera historia aparecían en pantalla en más de alguna vez anuncios del tipo “40% de los adolescentes han visto pornografía a la edad de los 14 años y el 80% de estos la encontraron sin buscarla” La segunda historia que trata sobre las relaciones que se establecen por medio de Tinder caen en una excesiva y redundante llamado de atención que se hace casi absurdo cuando el protagonista evidencia las consecuencias de sus acciones en cámara y hace un penoso mea culpa. La tercera historia sobre una agente de chicas que quieren triunfar en la pornografía termina enfocándose en la inevitable crónica anunciada de una chica que la industria la consume sin darle mucho contrapeso al asunto. No nos engañemos, la serie obviamente no es un grito moralista contra todas estas cosas, pero si busca ser un fuerte llamado de advertencia a veces tornándose ridícula y no asumiendo ciertos riesgos.


En su justa medida. Como para provocar un poquito y a la vez informar otro poquito


Visualmente tiene una calidad que podría enfocarse en “muy bonita”; una imagen muy limpia que recuerda a series documentales del tipo Catfish de MTV, por lo que si bien en su mayoría no hay planos muy interesantes ni recursos extra textuales que nos entreguen algún signo semiótico digno de pensar y enmarcar, si resulta muy fluido visualmente. Las entrevistas que son el punto vertebral de toda la serie son bastante interesantes, en más de alguna ocasión la cámara se centra mucho en los personajes y ahí podemos develar en sus mínimos gestos, reacciones y silencios acaso lo que realmente sienten sobre lo que están viviendo. Creo que el último capítulo que trata de Marina Lonina es determinante en ese aspecto con ese juego de miradas opacadas, desoladas y derrumbadas que la adolecente tiene con su padre. Como dije las historias y sus protagonistas son muy interesantes y hasta entretenidas, pero sorprendentemente la serie deja de lado algunas cosas que sus propios entrevistados dicen casi al paso y que daban mucha más caña como el trato hacía los negros en la industria porno, la manera en que muchas chicas sobrellevan su trabajo a diario, las pérdidas y ganancias de dinero que una página web porno conlleva para micro empresarios y la erotización que las redes sociales ejercen en la mente de los adolescentes. Por ahora es una serie regular al caer en la tentación de ofrecer lecciones a su audiencia y no jugársela más con encuadres de tiro más conceptuales, dejándolo todo como algo muy plano y envasado, pero quién sabe quizás para una próxima temporada la cosa torne a otros colores, el motor lo tiene, sólo le falta un poco más de nafta.-



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