Los Oscar son la
ceremonia que viene a cerrar esta temporada de premios yankees. Envolviendo de
glamour aterciopelado a los pelagatos que le dan vida y función a la industria
Hollywoodense. Es decir, a la industria hegemónica del entretenimiento. Y
bueno, más allá del sentido del espectáculo (terriblemente aburrido) que tienen
estas ceremonias, siempre políticamente correctas y por sobre todo
descafeinadas en formalismos propios del siglo XVIII, hay algo en los Oscar que
llama la atención y posiblemente sea la posibilidad (cada vez menor) de fisurar
las estructuras discursivas. A veces, esto se ha conseguido de manera
voluntaria, como cuando Marlon Brando se rehusó a recibir la estatuilla y en su lugar mandó a una activista indio-norteamericana que denunció el maltrato que se le da a los indígenas en los diversos medios de Hollywood, o cuando Patricia Arquete hizo público en su discurso como mejor actriz de reparto, las diferencias de género dentro de la industria, mucho antes de que se instalase la actual avalancha
de discursos feministas blancos institucionales. Otras veces, la ruptura se da de
forma involuntaria, como aquel chascarrillo del año pasado cuando seequivocaron al anunciar al ganador de mejor película. Momento histórico y que
develó la fragilidad de la ceremonia en sí, lo vulnerable que es la Academia a
la hora de dejarse guiar por los parámetros de calidad que dicen representar.
Pero más allá de esto, ¿qué implica ganarse un Oscar? y en este caso en
particular, ¿por qué nos debería importar que la película chilena Una mujer fantástica lo gané?
Todxs
quieren uno
Un Oscar es significado
de consagración dentro del establishment del espectáculo, el cual suele ser
despiadado, mira con placer sádico como la mayoría de artistas que se
relacionan con el llamado séptimo arte, intentan a diario conseguir una tajada
de ese pedazo de inmortalidad y mueren en el intento. Pero si el mundo
cinematográfico tiene tantas vías de legitimación por medio de festivales y
cosas por el estilo, por qué los Oscar siguen siendo el parangón para definir
una suerte de buen cine dentro del espectáculo de alta factura. Sobre todo
cuando estamos de acuerdo que la calidad artística no puede venir determinada
por reglas institucionales, a pesar de que ciertos fascistoides piensen lo
contrario.
Primero que todo
estaríamos hablando de colonización cultural. Todas las películas y figuras que
levantan la ceremonia de los Oscars son gringas, todas se realizan mutuas
felaciones para darle vida a su
industria desabrida. Nos visibilizan ciertos filmes por sobre otros, nos
imponen estándares de calidad fílmicas imposibles para otros contextos sociales,
monopolizan el drama, aplanan las condiciones de producción y se aferran a
estilos e historias completamente convencionales y occidentales. Pocas son las
figuras congraciadas por el Oscar capaces de salir del marco de producciones
decimonónicas que la Academia viene laureando (las excepciones son mínimas,
David Lynch y…David Lynch).
Aun así todxs quieren
uno, porque es casi como ganarse una beca. Saben que si consiguen uno tendrán
trabajo seguro por al menos diez años más, y bueno, después siempre pueden
terminar haciendo películas mediocres y lastimosas, pero al menos tocaron el
éxtasis con los dedos. La estatuilla estuvo en su poder y eso es lo que queda.
Artista relacionado al cine que diga que no quiere una estatuilla dorada es
pura mentira. Tenemos claro que el poder del premio estriba en su nivel de
proyección, porque sí, si bien es un reconocimiento simbólico al trabajo,
finalmente en el ochenta por ciento de los casos termina traduciéndose a un
valor monetario, un capital artístico diría Bordieu, pero que se convierte fácilmente
en un capital económico. Por eso, quizás Hitchcock cuando le otorgaron un Oscar honorifico por su trayectoria fílmica, no lo pescó mucho. A esas alturas el
gordo no tenía nada más que vender, prácticamente su nombre pesaba más que un
Oscar, lo mismo con Chaplin.
Pocos directores y
guionistas (sí, en masculino porque con las mujeres no pasa, lamentablemente), pueden
opacar con su sólo nombre el brillo de la estatuilla dentro de la industria.
Con respecto a los equipos técnicos, actrices y actores, esto es más difícil.
La valorización de su trabajo depende muchísimo del dictamen de esa Academia
que vive urgida en limpiar la cara política de Estados Unidos, de proyectar una
imagen progresista y de proteger los cánones estéticos que han gobernado el
espectáculo cinematográfico por tantos años. Pero, es comprensible, entonces,
suponer porque tanta gente quiere un Oscar. Fuera de los parámetros con que
cada quien considere qué sería calidad y
qué cosa mala calidad, por fuera de los consensos mínimos con que podemos estar
de acuerdo sobre si una obra cumple con ciertos requisitos para ser una leyenda,
creo que el Oscar no viene a destacar nada muy importante, más que estrategias
de venta y producción. Desde ese lado, nadie debería sentirse obligado a
inmortalizar su nombre artístico respaldado por aquella estatuilla, pero bueee,
el mundo es terco y obsceno, y parece que la única forma de establecer unos
mínimos patrones sobre esa máquina de sueños difusos que se llama Hollywood es
– lamentablemente - ganando un maldito premio Oscar.
La
preciada sección internacional
La sección
internacional es un esnobismo de la academia hollywoodense para darle un
espacio mínimo a todas aquellas producciones que tengan un olor exótico para la
crítica Estadounidense. Es el único recoveco donde entran películas de habla no
inglesa y actores que no necesariamente ostenten un nombre conocido en la
escena mundial. En general, para esta sección la crítica (conformada
mayoritariamente por hombres judíos) intenta dar un mensaje que se ajuste a la
agenda política internacional que rigen las instituciones neutrales, como la
ONU. Es por eso que siempre brillan las películas que denuncien crímenes de
guerra, dictaduras, historias políticas de países pequeños o, en el caso que
nos atañe, diversidad sexual.
Una
mujer fantástica (2017) de Sebastian Leilo es una
película chilena que consiguió entrar a la nominación de mejor película
extranjera. Muchos asumen que es gracias a su temática directamente relacionada
con las luchas de reconocimiento social por parte la diversidad sexual, encabezadas
por el colectivo LGBTQ+. Sería entonces, un momento oportuno para que los Oscar
le den la estatuilla a una película que sabe desarrollar una problemática que
ha estado debatiéndose en profundidad los últimos años en varios países Sudamericanos,
donde supuestamente, estamos muy atrasados con respecto a estos temas. Pero ¿en
qué afectaría esto a Chile y a su industria cinematográfica?
Por favor, no crean que
desmerezco el trabajo de Leilo y su equipo en esta película, pero a mi parecer
no es ni la primera ni la última que toca esta problemática de forma atinada,
de hecho, a mi parecer lo hace de manera bastante fría, pero eso es sólo mi
apreciación. El que Una mujer fantástica
esté en los Oscar obedece (cómo tantas cosas en la vida que van desde la
elección a presidente de curso, hasta el ganador del Nobel) a un fuerte trabajo
de lobby y marketing. Hay qué pensar entonces, si esta diversidad sexual, o
mejor dicho, estas narrativas sobre diversidad sexual que ahora están
visibilizada gracias al respaldo de los Oscar, y que aparecen en todos lados de
la televisión chilena dándole espacio a los mensajes de tolerancia y
aceptación, pueden llegar a transgredir un mensaje ya cooptado por la industria
del entretenimiento que al final termina aceptando sólo ciertas disidencias
sexuales de un modo determinado.
No tengo nada contra de
Daniela Vega (la protagonista de la película), me parece que el papel que ha
asumido como portavoz de lxs transgeneros es notable y coherente con su
militancia, además, ella simplemente habla desde el corazón. Su exposición en
televisión a raíz de que la película este nominada al Oscar me parece positiva,
el tema es si la exposición y posible triunfo en los Oscar de la película producirá
una aceptación de discursos normalizadores (normalizadores o asimilacioncitas
dentro de esta sociedad heteropatriarcal) de las problemáticas LGBTQ+, infantilizándolas
en futuras narrativas que sólo buscan caer bien en la última moda cultural. La
pequeña industria cinematográfica chilena se inyectaría para entrar en
dinámicas más comerciales y por ende, lastimosamente, más masivas. El sello
autoral que ha sido una de las grandes cartas que ha jugado el cine chileno los
últimos años perdería valía ante una demanda que generaría la industria
Hollywodense, con respecto al mercado nacional.
Las películas que este año compiten x mejor película extranjera. Junto a Una mujer fantástica. The Square es la otra favorita |
Que una película
Chilena gane un Oscar puede provocar un interés masivo en el país de ver más
películas Chilenas, lo que aumentaría el negocio y por ende se perdería la
independencia, se potenciarían ciertos temas específicos y se cuidarían en su
modo de representación para que sean políticamente correctos. No es que esto
sea algo malo o bueno en sí, es sólo empezar a jugar con las reglas de la
industria y eso al final termina aplanando un poco el estilo cinematográfico.
Que haya más gente que vea cine autoral de su país es obviamente algo positivo,
en extremo positivo, pero siento que hay un poco de trampa, de vender el alma
al diablo, al sostener eso y empezar a potenciar la industria nacional únicamente
gracias a la obtención de un Oscar. Es también creer ingenuamente que un
veranito de San Juan puede durar eternamente. Lo importante sería construir una
industria pequeña, pero fuerte, que se vaya nutriendo y que genere verdadero
interés en los espectadores, que haya una construcción identitaria y de estilo
con el que el resto del mundo nos pueda señalar (como pasa con el cine Sur-Coreano
o Aleman). No repetir esquemas provenientes de la hegemonía yankee para
establecer que estilo de películas debemos mirar.
Ganar un Oscar es
tener trabajo, es impulsar por un breve periodo los estandartes de una
industria en ciernes, pero al mismo tiempo, es aplanar una forma de
identificación y representación. Sobre todo, de búsqueda artística. Invito a
que cada quien formule sus propios gustos, su propia manera de establecer su
canon cinematográfico. Y especialmente valorar sus propias películas
nacionales. No crean que existe un olimpo fílmico al que mirar, cada quien
admire y disfrute el cine desde sus entrañas, desde sus sinceras emociones,
pero por favor, no se cierren a un solo estilo de película, un solo tipo de
historia. En el arte hay que experimentar y analizar, no recibir todo masticado
como lo hacemos con las películas que nos llegan de los Oscars. Es por eso que
todo el mundo ve Coco y considera
pretensiosa o complicada a Loving Vincent
(y ambas películas están nominadas al Oscar). Vayan más allá de una
premiación, vean cine y valoren sus películas nacionales porque ahí residen sus
historias, el corazón de sus problemáticas y realidades. Igual, le deseo suerte
a Una mujer fantástica, aunque con
todo el reconocimiento que la película ha ganado a lo largo del año pasado,
realmente me imagino que el Oscar sería un mero detalle.-
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