Si algo hemos aprendido estos años en relación a cómo los consumos
culturales van estructurando ciertas subjetividades en el imaginario social, es
que un producto televisivo por razones a veces insólitas puede manifestarse en
una sólida muestra de identidad cultural. Chile es un país pequeño con una idiosincrasia
tan bastardeada que a veces cuesta olvidar ciertas raíces. Luego de un periodo
de sequía cultural y crisis económica-social durante la dictadura, los años
noventa pretendieron servir como una transición hacía un nuevo cambio de conciencia, pero el plan no
fue del todo bien, realmente en materia de cultura Chile estaba muy atrasado y
una década no fue suficiente para que la juventud pudiese cimentar
adecuadamente una identidad representativa, existían demasiadas divisiones y
heridas por cerrar que lamentablemente a la luz de los hechos ocurridos en
Octubre de 2019, podemos decir que aún siguen presentes. En lo personal responsabilizó
de todo eso a la elite económica y política del país, quienes luego de la
dictadura siguieron manteniendo encadenada a la sociedad a un cumulo de costumbres
medievales.
La once chilena. Un momento de Reunión familiar frente al televisor |
Pero no todo es blanco o negro, y si bien la televisión durante los noventa pasó por una época algo experimental en la que aparecieron las estaciones privadas y con ello la vorágine de programas que buscaban encajar con la sociedad de consumo neoliberal con programas que incluso por fin se permitieron parodiar la realidad chilena (además el tema de la censura por parte de los milicos ya no era un problema, aunque sí continuaba la censura de la iglesia) fueron las teleseries de horario vespertino (20:00 horas) las que poco a poco intentaron retratar el paisaje que vislumbraba la realidad CHILENA de aquellos años. ¿Consiguieron hacerlo? Un poco, especialmente el director Vicente Sabatini quien produjo una fuerte influencia dentro del genero brindándole a la cultura popular del país momentos que quedaron grabados en el imaginario colectivo gracias a producciones tan recordadas como La Fiera, Oro Verde, Romané, Trampas y Caretas, en definitiva, producciones que no brillaban solo por su historia, sino muchas veces, más por sus personajes y cómo estos alimentaban la cultura popular.
ALGUNAS TELENOVELAS CHILENAS EXITOSAS |
Sabatini en algún punto de su carrera durante los noventa entendió esta idea de querer retratar un país en sus aspectos más idiosincráticos y es por ellos que la mayoría de las historias que recordamos de esa época tienen como protagonistas a personajes característicos de la clase popular o cuanto menos que explotan con más significado dentro de un contexto nacional. Eso no es todo merito del director, sino en gran medida de sus elencos que cada vez iban ganando mayor fiato y experiencia, hasta el punto de parecer más una compañía teatral que un elenco de telenovela. Ya para la primera parte de los años 2000 la sociedad Chilena por fin había logrado dar un paso revelador - un pequeño paso - en relación a la cultura, la cual había sido tan gobernada por la (doble) moral y la obediencia (institucional). Por supuesto la juventud de la época fue la primera en dar el golpe al timón y con ella la influencia de un mundo globalizado cada vez más acelerado empezó a hacerse sentir de formas diversas.
¿El fenómeno entra en decadencia?
Vicente Sabatini, el rey Midas de la teleserie CHILENAS noventeras |
Los primeros años del nuevo milenio, las teleseries chilenas vivieron una época de oro que consiguió brillar esplendorosamente gracias al trabajo sostenido de producciones anteriores que fueron cimentando no sólo los hábitos televisivos de gran parte de la sociedad, sino también estableciendo patrones culturales, sobre todo en las infancias y juventudes. Las producciones dramáticas cobraban cada vez más importancia en la pantalla chica, los presupuestos cada vez eran más holgados y las áreas dramáticas de los respectivos canales más importantes del país estaban ampliándose, consiguiendo por unos pocos años llegar a convertirse en una semi industria con sus star talent y todo.
Si bien Vicente Sabatini en estos primeros años de los dos mil siguió
cosechando teleseries exitosas, en la estación del canal público quien lo
secundaba era María Eugenia Rencorret, directora y productora ejecutiva, que
desde 1993 se venía haciendo cargo de las teleseries vespertinas del canal
durante el segundo semestre, es decir desde Agosto a Diciembre. Si bien nunca
se menciono una competencia de estilos entre Rencoret y Sabatini, en parte
porque TVN competía contra Canal 13 para obtener el podio en la llamada “guerra
de las teleseries”, era evidente que la directora no tenía el menor interés en
que su trabajo fuese comparado con el de su colega (de quien fue su asistente
de dirección durante algún tiempo) por lo que si bien las teleseries del primer
semestre de TVN solían tocar temáticas que tuviesen que ver en algún grado con
la cultura chilena, Rencoret estaba más interesada en mantener la esencia
histórica del genero, es decir, volvía un poco a la idea primigenia de las SOAP
OPERA, el escapismo por medio de historias románticas melodramáticas. Por más
que dotase de referencias criollas a sus producciones, siempre había un matiz
que hacía parecer a sus ficciones como algo mucho más…desconectado de la
realidad chilena.
María Eugenia Rencoret |
Rencoret le daba mucho mayor énfasis a las historias melodramáticas,
enfrentamientos de clases sociales mucho más caricaturizadas y edulcoradas
incluso que las que proponía Sabatini, o sino puntualmente historias que se
desarrollaban en pueblos ficticios. Si bien sus producciones conseguían
resaltar en algún punto, casi siempre eran opacadas por la calidad de las
ficciones del primer semestre a cargo de su colega. Eso hasta que llegó el año
2001 y apareció “Amores de Mercado” una teleserie que consiguió llevarse el
titulo hasta el día de hoy de ser la que obtuvo mayor rating en su capitulo
final. ¿El secreto? La verdad nunca me quedo muy claro, pero aparentemente la
teleserie rebozaba en picardía, al menos para lo que estaba acostumbrada la
televisión chilena de aquellos años.
Rencoret siguió con esta formula de mezclar costumbrismo, picardía y
melodrama en las sucesivas teleseries de los siguientes años, perfeccionando
mucho su ojo y afianzando un elenco que cada vez le hacía más peso al de
Sabatini, no obstante, su cúspide en cuanto a este método de trabajo llego con
Destinos Cruzados, la cual si bien fue una telenovela que le ganó a su
competencia del otro canal, no arrasó como se esperaba y por ende no es muy
recordada, ni mucho menos entra en esa sagrada lista de “teleseries que
aportaron a nuestra cultura”. En DC se llegó a un cenit en cuanto al método de
trabajo de la directora que luego poco a poco se convertiría en repetición y
aburrimiento, en parte, porque ella después descansaría mucho sobre esa fórmula
y además porque luego se encargaría del área de teleseries nocturnas (que
empezaría su propia época de oro) dejando las vespertinas muy de lado, el hecho
es que ya para el finales de los 2000, las teleseries del horario de las 20
habían perdido bastante ese color representativo en el marco de la sociedad
chilena del siglo XXI, cada vez era más obvia su decadencia o cuanto menos su
desconexión con los intereses del público que ya también habían abandonado esa
costumbre de cenar y ver la teleserie.
Destinos Cruzados: Una historia con ecos de tragedia
griega
Para el año 2005 el genero de teleseries en Chile había cambiado mucho y ya
no era algo destinado únicamente a mujeres heterosexuales, amas de casa, mamás.
Me atrevería a decir que es a finales de los noventa cuando las telenovelas
ganan un espacio semi estelar en la televisión chilena, fue ahí cuando los
productos se empezaron a entender y consumir como de entretención familiar (aunque siempre con
un rotulo de responsabilidad individual, es decir, si habían escenas de mucha
violencia o sexo y la veían niñxs era responsabilidad de quienes supervisaban a
esxs niñxs) Entonces las familias (generalmente de clase media) solían cenar (o
mejor dicho tomaban once) viendo teleseries, después venían las noticias y la
rutina de la vida mantenía su pulso. Esta teleserie recuerdo fue la última que vi de manera constante y en
mi caso lo hice junto a mi hermana, siendo creo, la única que vimos juntxs, no
recuerdo bien la razón de por qué nuestros padres no nos acompañaron a verla, pero
ese no es el caso.
La historia involucra muchos personajes y muchas situaciones, pero
básicamente nos muestra el regreso a Chile de Laura Squella, una mujer de clase
alta que vuelve al país luego de 10 años viviendo en Londres. En su juventud dio
a un hijo en adopción influenciada por la macabra decisión de su abuela Ester.
Este hijo fue producto de un abuso sexual por parte de su hermanastro Mateo. Los
problemas se desencadenan cuando ella se enamora de un mecánico llamado Daniel
Riquelme, hombre que adoptó a su pequeño hijo junto a Cecilia Zamudio, una
abnegadísima esposa. Por su puesto tanto Daniel como Laura ignoran todo esto,
además ella no sabe si este niño es hijo de Gaspar su ex novio y hermanastro o de
Mateo. La historia naturalmente tiene un componente de constante tragedia
griega, además de ser bastante oscura en su temática, oscuridad que es
amenizada con la participación (a veces innecesaria) de uno que otro personaje
ocurrente o chistoso que creo yo fue una exigencia de la gerencia del canal ya
que la trama era demasiado turbia.
Por cierta esta sería la primera teleserie que contaría con un guion de
Pablo Illanes para el canal estatal, quien pocos años después se convertiría en
una especie de enfant terrible en el mundo del guion, desplegando un potencial
exitoso en cuanto a teleseries con temáticas que cada vez intentarían abordar aspectos
humanos más sórdidos y que tendrían mejor aceptación en el formato de teleserie
nocturna, tanto Rencoret como Illanes trabajarían en varias de ellas dando pie
a una nueva era de oro para las producciones de este estilo e incluso
actualmente, año 2021, una teleserie nocturna llamada DEMENTE, lleva la
dirección de Rencoret y el guion de Illanes.
Aline Kuppenheim vuelve a las teleseries Chilenas en el rol de Laura, la
actriz se había alejado de las pantallas durante cinco años y aunque ella
confirmo en entrevistas posteriores que éste fue el papel que menos le gusto
hacer en su carrera, consigue entregar una interpretación bastante ad hock a lo
que se esperaría de un personaje así: triste, constantemente perdida y con una
expresión de cansancio difícil de borrar. Al personaje no se le permitió tener
momentos más luminosos, en cada capítulo ella debía ser la misma encarnación del
drama intenso. Interesante también es el rol de Álvaro Rudolphy como Daniel, un
eterno galán que ya para ese entonces venía experimentando distintos papeles y
este, pese a que no suele ser muy destacado cuando se piensa en su trayectoria,
igualmente es un personaje complejo, lleno de contradicciones, pasando de galán
a villano y viceversa en muchos momentos de la trama. En ese sentido Rudolphy
encarna un personaje divergente, que en los primeros capítulos parece un típico
galán romántico y de moral sin matices, pero que poco a poco va mostrando sombras
que lo van haciendo mucho más humano y realista, quizás el gran fallo aquí fue
el phisyc du rol, ya que Daniel es un hombre de clase baja y bueno, el
actor esta lejos de representar a simple vista ese estereotipo. Aquello
naturalmente no deja de ser chocante y el hecho de que la interpretación carece
de gestos o marcas que asocien al personaje al estrato social correspondiente,
es algo que a la larga hace que la teleserie se desenfoque. El problema del physyc
du rol no está presente en el resto de los personajes que representan al
sector social más desposeído, aunque en el caso de algunos de esos personajes
el problema está en su pobre profundidad narrativa, tornados como meros alivios
cómicos, con historias ridículas que pretenden ser picaras, como la de Malucha
Pinto quien no se salió de una caricatura grotesca.
Romance destinado al fracaso
Laura y Daniel comienzan un amorío intenso, en el cual la mayor perjudicada
es Cecilia cuyo rol lo encarnó Paola Volpato, otra actriz que por esos años
empezaba a despegar poco a poco en roles protagónicos. En este caso su papel no
deja de ser el de una víctima, una mujer que al darse cuenta del engaño cae en
una desesperación brutal. Grandilocuentes son las escenas en las que ella
descubre la traición de su marido y mucho más potente son los momentos en que
ésta los confronta. Volpato toma un rol que pudo haber sido bastante aburrido
de retratar, y ciertamente la historia no le da muchos momentos para que
brille, pero su forma de transmitir impotencia, rabia, desazón, ira y tristeza,
son sublimes y a diferencia de Rudolphy, el physic du rol la acompaña
mucho más para el papel.
Finalmente, para cerrar este cuarteto de protagónicos tenemos a Luciano
Cruz-Coke en el rol de Mateo, uno de los principales antagonistas. Podríamos decir con respecto a Mateo que tanto
el guion como el propio actor refinan el papel antagónico por el que muchxs le
recuerdan, el de Ignacio Vargas en Amores de Mercado. No hay mucha diferencia,
se trata de un cuico, prepotente, soberbio y profundamente interesado en
conseguir sus objetivos (incluso la caracterización física es prácticamente la
misma) Mateo al verse acorralado comienza a perder el control, al igual que
Ignacio Vargas. Mateo en DC es en la base, el mismo sujeto que Ignacio de
Amores de Mercado, pero esta vez Cruz-Coke le brinda al personaje algo más de
color que en algún punto hasta te hace reír con sus ocurrencias, no llega a ser
un antagónico inolvidable, pero sí un tipo mucho más humano incluso cuando se
desequilibra y en definitiva un personaje muy interesante en su actuar.
Estos son los principales protagonistas de la teleserie, al menos en su
historia principal que hace referencia a la búsqueda de un niño que representa
para Laura su reconciliación con el pasado así como su sacrificio frente al amor,
encarnado en el romance clandestino que sostiene con Daniel, el cual desde un
comienzo sabemos como espectadores que esta destinado al fracaso. Realmente el
fuerte de esta teleserie está en sus primeros 30 – 40 capítulos, donde se va
tejiendo con especial intriga esta red de mentiras e infidelidades que va
destruyendo el sueño de una familia humilde quienes ya antes de arrancar la
historia evidencias problemas en su relación por la falta de intimidad que
tienen. La pareja de Cecilia y Daniel viven en la casa de los Padres de éste,
algo que hasta hoy sigue siendo común para muchas familias y que refleja una
problemática que no llega a tener ecos de denuncia social dentro de la historia,
pero sí consigue retratarse de forma sucinta y adecuada que por supuesto, nunca
se llega a resolver.
Pese a que la producción se atreve en algún punto a confrontar la moralina presente
en la sociedad Chilena sobre el matrimonio, exponiendo la toxicidad de la idea
del amor eterno y ese tipo de cosas (naturalmente todo este análisis tan genial,
se da en momentos específicos y se desinfla por completo en el último tramo con
un final predecible y maniqueo) no tiene el mismo tino al abordar la temática
del trabajo sexual. Verán, quizás el gran gancho por el que esta novela es
recordada, es simplemente por la historia de Franco Scafino, encarnado en un
joven Benjamín Vicuña quien estelarizaría como una especie de co-protagonico,
una historia alterna a la de la trama principal (bastante alterna la verdad,
casi como si fuese otra teleserie) la cual escandalizó bastante a la opinión pública
en su momento.
El GIGOLO
Bajo ese termino tan ornamentado es que DC quiso tocar el tema de la prostitución masculina. Fuera del shock inicial que esto puede sugerir, mucho no se desarrollo al respecto. El personaje de Vicuña se involucra con Ester, la abuela de Laura, en principio como una jugarreta vengativa de Carloto Squella, ex yerno de la mujer, para desprestigiarla, pero realmente Franco pese a mantenerse bajo las ordenes de Carloto (memorable personaje de Mauricio Pesutic, muy acostumbrado a otorgarle un carisma distintivo a sus papeles) poco a poco empieza a sentir un cariño especial por Ester, adoptándola como una especie de madre. Ester pese a ser la verdadera villana de la historia, los únicos momentos en que muestra un lado comprensivo es junto a Franco. Esta dinámica es bastante retorcida, pero entrañable y si bien las escenas de sexo fueron completamente omitidas (incluso las escenas de besos entre ambxs fueron luego cortadas porque escandalizaron mucho a una sociedad pacata y gerontofobica) se entiende que también hay una idea de deseo y posesión por parte de esta.
Lamentablemente esta historia tan jugosa que podía permitirse entregarnos
una visión más elaborada sobre la prostitución varonil, se ve ampliamente
atropellada por una aburrida historia de amor entre Vicuña y Fernanda Urrejola,
quien debuta en las teleseries vespertinas luego de su rol como Matilde en la
teleserie juvenil 16, lamentablemente Urrejola no da el ancho para interpretar
a una cuica buena para los estupefacientes, convirtiéndose rápidamente en un
personaje odioso que no aporta mucho a la trama y cuya química con Vicuña,
aunque real (después de todo durante ese tiempo fueron pareja) no logra ser
algo muy llamativo. El trato al trabajo sexual finalmente termina
convirtiéndose en algo casi anecdótico, con un trasfondo casi obvio en el que el
personaje de Vicuña y sus decisiones de vida estuvieron motivadas por un pasado
trágico que luego se hace presente en la historia, pero no sirve para nada más
que para generar forzosas conclusiones, pese a que en algún momento el propio
personaje intenta reivindicar su trabajo.
En el caso de esta historia, DC pudo haber realizado algo mucho más
arriesgado y que le hubiese hecho ganar un podio más que merecido en el olimpo
de las teleseries chilenas, pero la historia aunque tormentosa a ratos,
rápidamente se deshace en una moralina tan del buen pensar que termina
convirtiéndose hasta en una parodia de si misma y el propio Benjamín Vicuña
parece consciente de esto ya que en el último tramo de la teleserie el
personaje pierde todo carácter distintivo. Lastima, pues había gasolina
suficiente para generar una combustión mucho más explosiva de la que termino
siendo.
Lo lamentable de Destinos Cruzados
El Barbarella además contiene algunas historias muy secundarias, olvidables
y predecibles. Pero la cosa aquí es que TVN no tuvo problema en glorificar el
trabajo de las stripper y darle un lugar mucho más decente y menos estigmatizado
como si lo hicieron en “Amores de Mercado” con el personaje de Sigrid Alegría. La
teleserie en este caso deja ver que el trabajo de stripper en un club como el
Barbarella es importante y respetado, pese al juicio moral de la sociedad. No
obstante, el mundo del Barbarella a pesar de estar lleno de personajes, mucho
no se explota y siempre queda en una superficie que solamente sirve para
escenas chabacanas de mujeres mostrando carne.
La doble moralidad de la teleserie se expone tanto en el guion, en los
personajes y en las mismas decisiones editoriales de esta, convirtiéndose en
una obra que tira y afloja, que por momentos parece muy arriesgada e incluso un
poco transgresora, pero que por otros mantiene esa esencia casi noventera y apagada
de producciones mucho más convencionales. La historia principal es en
general fuerte y adictiva, especialmente
gracias a las buenas interpretaciones
del elenco, sobre todo de sus actores y actrices más veteranas, que despliegan
verdaderos aciertos, siendo en este caso el elenco juvenil el que sale peor
parado en cuanto a balances finales. Quizás la teleserie dio lo que pudo según
sus circunstancias y contextos de producción, pero es evidente que era un
diamante en bruto que pudo ser aún más pulido y que si bien intento retratar
aspectos de la sociedad chilena que hacen cada vez más eco como las apariencias
y las diferencias sociales, pudo (y tenía el potencial) de hacerlo mucho mejor,
perdiéndose en muchas escenas ridículas y personajes caricaturescos que no
causaban ni risa ni aportaban a la trama de una forma mucho más elaborada, se
nota esa tibieza propia de las producciones de Rencoret en donde se amaga para
provocar, pero que finalmente siempre respeta el status quo de lo socialmente
aceptado, prevaleciendo lo politicamente correcto.-
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