¿Qué tal? Les traigo un nuevo cuento, es realmente sad y medio humillante, porque mezcla experiencias y sentimientos que últimamente he estado pasando, con algo de ficción. La gracia del cuento no es reirse o ver lo patético del personaje, sino, cuestionarse en que reside la idea de deconstrucción sobre nuestras relaciones. Cómo alguien introvertido hace cara a la deconstrucción en un momento especifico de su vida, además también se examina la idea de lo fácil que es victimizarse cuando sales de una relación de pareja. En fin, a pesar de la cuota de exhibicionismo personal, no deja de ser un cuento por lo que algunos aspectos de la realidad han sido alterados al servicio del relato XD. Disfrútenlo.
Deconstrúyete
o muere
La
deconstrucción implica la modificación de la propia subjetividad no la de lxs
demás. So pretexto del deber ser (Manada de lobxs. Pag 150)
Esa era la consigna, deconstrúyete o
muere. Fue lo que pensé apenas termine con Amaya. Diez años de relación no se
debían deshojar como una amapola al viento, dejar de vernos y hablarnos sólo
para evitar esos dolores huevones que produce el sentimiento de posesión que
acarrea el acostumbramiento en pareja, me pareció un letal despropósito. Le dije
que lo mejor era conmutar el asunto a una amistad íntima, ella estuvo de
acuerdo. Al principio me sentía genial, no me dolía el rompimiento, no me
sentía melancólico ni me imaginaba cosas cuando la veía, de hecho, andaba de
muy buen ánimo, más relajado. Nos juntábamos a comer o beber cada tanto, a
veces sólo ella y yo, otras junto a sus
amigas. Todo iba genial, por ese tiempo me imbuí de filosofía feminista que
hablaba sobre deconstruir las relaciones de pareja, el amor romántico, la
monogamia, la heteronorma. Todo me hacía tanto sentido que pensé que estaba en
el momento ideal de mi vida para darle un giro las formas de relacionarse
sexo-afectivamente con el resto. Junto a Amaya aprendimos mutuamente muchas
cosas, fue un lindo proceso de madurez emocional, una historia de altos y bajos
con varios momentos hermosos, pero ahora ya no podía cobijarme en ese pasado,
tenía que honrarlo y la mejor forma de hacerlo era cuidando la amistad que ahora
profesábamos.
Marcos,
el único amigo de la facu con el que me junto, no estaba muy de acuerdo en que
me siguiese viendo con ella. Para él lo más sano era cortar tajantemente todo. Yo
le trataba de explicar que no quería perder el cariño que le tenía a Amaya, le
decía que quería verla feliz y de vez en cuando compartir esa felicidad, que me
sentía bien siendo su amigo, pero el pelotudo de Marcos empezaba con sus
mierdas machistas diciéndome si acaso podría soportar verla con otros tipos,
que si acaso no me dolería que ella empezase a andar con otra persona, que qué
gracia tenía terminar si nos seguíamos viendo igual que siempre, como si nada
hubiese pasado. Me daba una lata su estrechez de mente, para él las relaciones
no podían ser más que convencionales y dotadas de todo ese formalismo monógamo
heterosexual que termina restringiendo el deseo y el cariño por un deber ser
impuesto por la norma.
Lo
cierto es que seguimos cogiendo junto a Amaya un par de veces más. En ese
sentido, Marcos tenía razón, era como si nada hubiese cambiado. El verla
desnuda durmiendo acostada sobre mi pecho, me hizo sentir cosas y de inmediato
me cuestione si esto era acaso lo mejor para ambos. Yo sabía que volver al
título de novios sería un error fatal por lo que pensé que era una buena idea
ponernos ciertos límites. Un día le plantee el dejar de coger, aduciendo a que
podíamos confundirnos y que las “recaídas” nunca eran buenas. Ella me miro con ojos coquetos y me dijo que
no estaba en ningún tratamiento de rehabilitación, algo desconcertado me trate
de explicar, pero me sentí muy torpe al hacerlo: “No quise decir eso, pasa que
es complicado igual, bah, tu sabes…igual podemos coger si se da, digo…no tener
expectativas de nada cuando nos juntemos, de nada más que de pasarla bien” le comente
muy rápido, ella me tomo las manos y me aseguro que estaba cien por ciento de
acuerdo con eso.
Creo
que ahí fue cuando empecé a darme de bruces con las contradicciones. No quería
sentir celos, vergüenza o inferioridad ante el cariño que ella me proponía. Ni
siquiera en los diez años que estuvimos juntos tuve esos sentimientos tan
deleznables, pero mi autodestrucción fue más más fuerte.
Soy
una persona solitaria, mi mundo casi que era mi pareja y a ella se resumían todas
las relaciones sociales que podía tener. Como ya mencione, el único amigo con
el que me junto es Marcos, un cerdo machista. Pero fuera de él no consigo
conectar con nadie. Trabajo en una cafetería como mozo, una labor que odio, día
y noche pienso en dejarlo y buscar otra cosa, pero me imagino que seré igual de
infeliz en todos lados, quizás por eso tampoco consigo conectar demasiado con
la mayoría de mis colegas. Para mí lo ideal sería que me paguen por escribir
ficción, como a Stephen King. El único momento en que me siento motivado con
algo, es cuando escribo. Pero no me ha ido bien: pese a que he mandado
manuscritos a algunas editoriales locales, todas me han rechazado. También me
he hartado de enviar cuentos a concursos que ni menciones honrosas me otorgan,
y soy asiduo alumno a cuanto taller literario pueda agarrar, pero nunca doy el
salto a nada. Parece que sólo me queda escribir para mí. Una vez alguien me
hizo un comentario que me hizo llorar toda una tarde: “Lo que pasa Nico es que
tú eres creativo, pero no un buen escritor” He tratado de erradicar esa frase
de mis pensamientos, pero es reiterativa, vuelve cada tanto y me hace dudar si
vale la pena conservar una mínima esperanza en la escritura.
Convencido
de que el amor romántico es una estupidez y que no quería volver a caer en un
tema parecido con nadie más, empecé a informare sobre relaciones libres,
parejas abiertas, poliamor y todo ese cumulo de conceptos que se sustentaban en
la deconstrucción de las convenciones. Lo que más me cerró fue la idea de la Agamía,
un modelo relacional que consiste en la no formación de parejas. Se trata de
una crítica directa a la idea del amor romántico, y una reformulación con
respecto a la dependencia emocional que tenemos hacía el resto. Según la Agamía
tu vida se distribuye en distintos periodos, y en algunos quieres estar
acompañado por personas (ya sea de manera lúdica, sexual, emocional o
simplemente momentánea), esos instantes se les denomina mesetas y están
determinados por tiempos específicos. Justamente esto se da para no cae en
trampas de sentimentalismo. Obviamente nadie puede estar solo, pero tampoco
nadie quiere estar el cien por ciento de su vida acompañado. El soporte que da
una pareja es básicamente un cimiento que te ordena y facilita el mundo sólo
para mantener tu estabilidad, esto hace que cada persona termine buscando en su
pareja sólo un reflejo de si mismo, de sus
pensamientos, de sus ideas, y no a otra persona con sus propias cualidades y
defectos. Finalmente la dependencia emocional se vuelve un apego, en la Agamía
hay que luchar contra ese sentimiento que genera tal apego, por eso no es
recomendable establecer mesetas con otra persona por temporadas muy largas de
tiempo.
Los
lineamientos de la Agamía son los siguientes: rechazo al amor (como causa
primordial para aguantar estupideces o hacer “sacrificios”), restablecimiento de la razón como máxima
autoridad decisoria (justamente para entender cuándo una de esas relaciones no
te hace bien), reintegración de las
relaciones al ámbito de la ética (el respeto es primordial), rechazo radical del género (rechazo a la
heteronorma y a las formas de asimilación heteronormativas de las relaciones
homosexuales), rechazo al concepto natural de belleza. Uso de un concepto
construible de belleza, sustitución de
la sexualidad por el “erotismo”,
sustitución de los celos por la “indignación”, sustitución de la familia por la “agrupación
libre”. Cada punto me parecía perfecto, porque mientras en otras formas de relación
como el poliamor, se siguen dando reglas y órdenes para los modelos de
conducta, acá lo que se busca es sólo la tranquilidad emocional de uno mismo,
no a través del otro, sino en la autorealización y autoconocimiento. Además,
con esta idea en mente, puedes tener relaciones sexuales junto amigas sin estar
buscando un compromiso formal, y si esa atracción sexual se apaga de repente,
no era necesario dejar de verse, ya que podían existir otros vínculos que le
dieran sentido a la relación. En resumidas cuentas, es irse conociendo y
queriendo uno mismo, a la vez que aprendiendo de los otros sin apegos
enfermizos.
Desde
mi introversión como persona, considere que sería genial tener amigos con los
cuales compartir lazos más arrojados, pero sin que por ello invadiesen mi vida.
Afirme la Agamía como una gran idea, pero por supuesto la práctica es un camino
pedregoso. Primero, el rechazo al amor era algo que no me costaba mucho asumir,
pensaba que si me empezaban a despertar sentimientos muy fuertes por alguien lo
mejor sería dejar de verle por un tiempo y cuestionarme qué era lo que ese
sentimiento realmente significaba, de dónde provenía, quizás era sólo una
confusión (hay que estar atento a esas trampas que te juega el ego) No, si me comenzaba
a “enamorar” de alguien había que atajar aquello y ponerle atención porque sólo
traería problemas. Eso no significaba ser un hombre odioso y frío, obviamente.
Bajo esta premisa empecé a escribirles a ex compañeras de la facu con la
intención de juntarnos y empezar alguna amistad. Le escribí a varias, pero sólo
tres me respondieron. Volver a conversar con gente nueva fue algo agradable, el
problema vino después, cuando me impuse en la cabeza que tal vez podría llegar a
ligar con ellas.
Un
amigo del pasado siempre me decía que lo mejor es que todo fluya, y hay un
viejo adagio budista que dice algo más o menos parecido: “Lo mejor es esperar
sin esperar”. Yo hice todo lo contrario. Esa semana estaba inconmensurablemente
feliz, había empezado a dar clases de cine en un centro cultural, no me
pagaban, pero era emocionante. Al mismo tiempo me empecé a juntar con ex
compañeros de la carrera para comer pizza y charlar un rato, cosas así, vida
social. Pero lo más importante es que una editorial me había llamado para
hablar sobre un libro de cuentos que les había mandado hace un tiempo. Querían
que nos reuniésemos la semana siguiente para plantearme algunas cosas. Era un
momento excitante en mi vida, y quizás por lo mismo creí que sería bueno proponerles
a las chicas con las que hablaba, juntarnos a tomar algo. La primera no me
contesto nada, sólo me clavó el visto, la segunda me dijo que sí, pero sus
intenciones eran las de armar un proyecto audiovisual y quería que yo le
ayudase, igual todo bien con eso. La tercera me dijo que sí en una primera
instancia, yo me sentí genial, Coheliano incauto, me repetí varias veces que el
universo me sonreía. Pensé que estaba en mi momento de mejor racha y me imagine
que podría llegar a coger con esa persona y pasarla bien y después irnos juntos
un fin de semana a las sierras y caminar y hablarle de mis sueños de ser
escritor y….blablablá, como un estúpido me empecé a proyectar.
Las
cosas se pusieron peor una noche en que invite a Amaya a mi departamento para
cenar, yo tenía todas las expectativas de coger, en parte porque la quería… y
también porque sentía que si iba a coger con otra persona bien podría practicar
primero con ella. Cuando Amaya llegó a mi depto no le costó mucho adivinar mis
intenciones y cedió rápidamente, pero fue el peor sexo que hayamos tenido, la
frustración me invadió. Como un imbécil intentando hacerme el despreocupado por
todo lo acontecido le confesé que en realidad sólo quería practicar con ella
porque tenía una cita. Ella pícaramente me sonrió, ya habíamos hablado antes de
nuestras experiencias emocionales post ruptura. Amaya había instalado Tinder en
su celular, yo era reticente a que me contara detalles al respecto porque me
daba lata que le resultase tan fácil arrojarse a conocer otras personas, en
cambio a mí no. Una vez hablamos al respecto y le mentí diciendo que también
había tenido citas con otras chicas, me sentí como un tarado inventándole
nombres y personajes.
Esa
noche hablamos mucho, ella me aconsejó un par de cosas y finalmente me contó
que había salido con otros chicos y ya había cogido con uno de ellos, ahí fue
cuando toda mi deconstrucción se fue a la mierda. En el momento que me lo dijo me
hice el relajado, pero por dentro me tiritaba el alma, sentí un dolor que
abrazó mi pecho, y el nudo que asfixiaba mi garganta no me dejaba decir ni una puta
palabra.
Lo
peor fue, lo mal que me sentí por haberme sentido así. Yo no quería
experimentar esas sensaciones, qué era lo que me daba tanta lata: ¿Qué ella ya
cogiera con otros?, ¿o qué yo no cogiese con nadie aún? Evidentemente no me
molestaba ni me dolía que quisiese estar con otras personas, incluso me
importaba un bledo que se haya metido con otros tan rápido, lo que realmente me
dolía era que no podía dejar de pensar como un bobalicón, pensar que no era
justo que a ella le saliera todo tan fácil y a mí no.
Me
sentí pésimo y apenas pude le volví a hablar a aquella chica del Facebook para
tratar de fijar rápidamente un día de encuentro. Pero ella comenzó a vacilar,
proponía un día, pero luego se hacía la loca. A cada rato le terminaba
escribiendo para ver de confirmar, y ella cancelaba a última hora con alguna excusa.
Finalmente comprendí que no podía seguir escribiéndole como un maniaco, me molestó
que no me dijera simplemente que no quería salir conmigo, en vez de darme
tantas vueltas, pero supongo que no quería ser grosera. Entendí sus indirectas
y en un amistoso mensaje le dije que no había drama, que disculpara mi
insistencia y que cuando quisiera me llamase. Chau. Con eso ya cerraba la
puerta al capítulo más breve en mis historias de coqueteo con otra persona.
Al
día siguiente salí a beber con Marcos y le mentí diciéndole que me había
juntado con esa chica y habíamos cogido, que veía que la cosa pintaba para más.
Le mentí de forma tan absurda, sólo porque sentía vergüenza de que me juzgara,
de que me viera como siempre, solo, ahora más solo que nunca. Esa noche cuando
volví ebrio a casa, tome mi celular, vi los mensajes, nadie más que mis padres
me hablaban, ellos querían venir a visitarme en Noviembre y a cada rato me
preguntan por el valor del cambio del peso y cosas así. Volví a revisar la
conversación que había tenido con esa chica y me sentí ametrallado, cada
palabra era un nuevo dolor. Era tan obvio desde el principio que ella no quería
salir conmigo, cómo no me di cuenta, termine haciendo todo un ridículo. Sentí
mucha vergüenza, comprendí que mi deconstrucción eran sólo palabras, ni
siquiera podía bosquejar la idea de deshacer el género. ¿De qué deconstrucción
hablaba? sólo soy un hipócrita que se quiere hacer el progresista, pero en
verdad me da miedo la gente, me da miedo relacionarme con gente y me da miedo sentir
una y otra vez estas sensaciones de rechazo. A veces pongo música fuerte desde
mi compu y me imagino que soy una estrella de rock, que todo el mundo que
alguna vez me conoció me admira por mi talento. Me pierdo en esa fantasía y
después de una hora vuelvo en si y me repito que soy un ser patético. Nado en
la autocompasión.
Preferí
olvidarme de toda esa estupidez. La vergüenza me siguió por varios días, pero
creí que lo mejor era concentrarme en escribir, en el taller de cine y en darle
cuerda a la lectura, la cual tenía bien abandonada. De vez en cuando algún
grupo de conocidos hacía una juntada y yo iba, y conversaba un rato con otros,
pero nada fuera de eso, en el fondo, me seguía sintiendo solo y desadaptado. La
mayor parte del tiempo (sin contar las horas en el trabajo) era yo y mis
pensamientos. Los de la editorial se pusieron huevones, empezaron a prorrogar
la fecha de encuentro, el asunto me cabreó, pero a fin de cuentas qué le iba
hacer. Finalmente quedamos un día Sábado en la mañana, al menos me dijeron que
también habían revisado el manuscrito de una novela que les había mandado mucho
tiempo antes del libro de cuentos, me sentí levemente emocionado.
Esa
noche de viernes creí que la suerte me acompañaba. Ya me había olvidado de mis
mentiras estúpidas, había vuelto a ese estado de relajo del que gocé las
primeras semanas después del rompimiento con Amaya. Luego del trabajo me junte
con Ivy, una chica buena onda que fuma faso y que también es Chilena. La
acompañé hasta su casa y fumamos un caño muy potente. Nos sentamos en su patio
y vimos las estrellas juntos, le pregunte si echaba de menos algo de Chile,
ella llevaba sólo tres meses en Argentina, en muchos aspectos me recordaba a mí
cuando recién llegué a Córdoba y no conocía a nadie. Ivy me dijo que lo que más
echaba de menos era la cantidad de mota que tenía allá en su casa, me reí, le
dije si acaso no echaba de menos también a los amigos, o la comida, o la casa.
Ivy se quedó meditabunda y en una solemne reflexión drogadicta estableció que
no era muy apegada a las cosas en general, que no le costaba mucho adaptarse a
las nuevas situaciones que le ponía la vida, pero que echaba de menos la
libertad que tenía cuando salía de su casa en Chile a pasear, y podía estar
toda la tarde callejeando, acá en
Argentina, me aseguró, le daba miedo hacerlo.
-Ya
vas a superar ese miedo.- Le dije palmoteando levemente su espalda.
-Chis,
Me han asaltado como cinco veces.-
-Haz
tenido mala suerte.-
-Y
tú qué echas de menos de Chile.-
-Nada
y todo. Pero sobre todo la once con pan con palta y huevos revueltos.- Ivy se
le iluminaron los ojos, expreso con alegría: “Pancito amasado” Recostó su
cabeza sobre mi hombro mientras le daba unas buenas caladas al porro. Ambos
estábamos súper drogados añorando aquellas onces chilenas que se habían
desvanecido de nuestras costumbres culinarias. Antes de irme me invitó a tomar
una leche chocolatada con galletitas, me sentí conmovido y en confianza por lo
que le trate de explicar mi situación sentimental y todos los desaciertos que
había tenido hasta el momento, su consejo fue implacable: “No lo pensí tanto”.
Cuando
llegue a mi depto estaba tan volado y a
la vez tan manija que decidí salir a un bar con la absurda esperanza de
encontrar un alma que estuviese experimentando lo mismo que yo. Sabía que sería
una estupidez, un caso perdido, pero igualmente llegue a un bar, pedí una
cerveza, saque un libro de Derrida (“Políticas de la amistad”) y me puse a leer
sin entender un choto. Cada vez que apartaba la vista del libro y levantaba mi
vaso para dar un sorbo a su néctar, buscaba a mi alrededor gente que estuviese
sola, gente a la que le pudiese hacer compañía, me daba lo mismo su género,
estaba dispuesto a todo. Pero nadie andaba solo un viernes por la noche en un
bar, lo más emocionante fue cuando un gay se acercó a mí para preguntarme si podía
usar la silla en donde tenía respaldada mi mochila, le dije que sí con
galantería, pero él sólo la levanto y se la llevó.
Cuando
salí del bar, una chica me pidió fuego, pensé que estaba sola, pero en realidad
andaba con un grupo de amigas adentro. Resignado prendí su cigarrillo y trate
de hacerme el simpático diciéndole que la noche estaba muy helada y que en este
bar vendían la mejor cerveza artesanal. Ella me sonrió, asintió, termino su
cigarro y se entró sin antes despedirse. No la culpo, el mundo está lleno de
hijos sanos del patriarcado, es decir, de violadores, capaz que yo también
pueda serlo, mejor prevenir que lamentar. Me alejé con una sensación de vacío
en mi estómago, iba caminando con la bicicleta al lado, tratando de ser
positivo con respecto a la reunión de mañana con la editorial, pero entonces vi
a lo lejos a Amaya caminando junto a otro chico. No andaban de la mano ni nada,
pero se iban riendo y empujando. Fácilmente hubiese podido cruzar la calle, subirme
a la bici e irme sin que me vieran, pero por alguna fuerza irremediable que sólo
ataño a la mera pelotudez de mi alma, decidí ir hasta donde estaban, no se
percataron de inmediato de mi presencia, por lo que tuve que toser para llamar
su atención.
Amaya
se dio vuelta y me observo sorprendida, casi nerviosa, y por alguna razón hizo
un gesto de limpiarse los labios, el chico que estaba a su lado era un poco más
bajo que yo y me pareció de rostro simpático. Nos saludamos tibiamente, yo
mantuve mis ojos firmes en ese hombre, inspeccionándolo de pies a cabeza, en un
momento él pregunto con algo de frenetismo “¿Vos sos…?”; “Sí” me apresure en
responderle “Soy el ex, pero todo bien. No se preocupen”. Nos quedamos un rato
en silencio, Amaya algo complicada guardaba distancia de ambos, me dijo que venían
del cine y pensaban ir a tomarse una cerveza, que si quería acompañarlos, mire
al chico a los ojos y este pareció no
poner reparos, le sonreí asintiendo. Volvimos al bar en el que estuve, pero
entonces algo me hizo desistir en entrar. Me detuve y les dije que mejor me
volvía a casa, aduciendo a que tenía ese compromiso en la editorial y que
quería levantarme muy temprano para estar OK con eso. El chico me deseo suerte
y me dio un fuerte apretón de manos, me sonrió y entro al bar a buscar mesa,
Amaya le dijo que en un momento iría, me causo impresión aquello, el chico
tampoco entendió bien cómo reaccionar, pero simplemente levanto el pulgar y
entró. Mire a Amaya un buen rato, ella parecía nerviosa, finalmente le pregunte
“¿Qué pasa?” aunque no quería soltar un tono muy frío o seco al decirlo.
-¿En
serio no quieres pasar? No hay que hacer un drama. Él es muy piola, te caería
bien.-
-No,
tranqui, en serio. De verdad que no puedo. Quedemos otro día. Y sí, se ve
simpático.- Le respondí mirando para otro lado, queriendo que un auto me
arrollase ahí mismo.
-Bueno,
no quiero que te sientas mal. Pero estas cosas tenemos que pasarlas algún día.-
-Bien,
entonces, otro días nos juntamos. Mucha suerte mañana con la editorial, cuando
publiques el libro seré la primera en pedirte un ejemplar.-
-Yo
creo que vas a ser la única.- Mi comentario logro hacer que nos riésemos un
poco, acaricie sutilmente su mano y luego subí hasta su mejilla,
pellizcándosela levemente. Luego mire hacía el bar, el chico estaba observando
todo desde la ventana, me sentí torpe y de inmediato metí mis manos en los
bolsillos de mi chaqueta.
-Bueno,
me tengo que ir, Amaya. Pásala lindo.-
-Gracias,
descansa.- Nos despedimos con un rápido beso en la mejilla. Amaya se disponía a
entrar al bar, pero de pronto se giró y me miró, en ese momento me hubiese
encantado que me dijese: “Vámonos”. Que avanzara hasta mi bici, se subiera y
nos perdiéramos en la noche. Pero no, sólo me dijo:
-Pero
¿en serio estás bien?.- La mire con algo de sopor, avance unos centímetros con
la bici. Suspire hondo y apreté el volante con fuerza.
-Que
pregunta de mierda. Estaré bien, no le des más vueltas.- Luego avance un poco
más, y mientras equilibraba mi peso arriba de la bici, gire mi cabeza y le dije tratando de dibujar
una mueca de sonrisa:
-Igual,
no te creas tan importante. Chau.- En el fondo no podía disimular mi rabia. A
los pocos metros recorridos, me sentí mal de habérselo dicho, quizás le había
arruinado un poco la velada, pero por otro lado…a la mierda.
Cuando
llegue a mi departamento abrí un paquete de galletas que tenía guardado hace
rato en la alacena y me puse a comer desaforadamente, tratando de no pensar en
nada, imaginándome cómo sería la entrevista con la editorial. En un arrebato de
no sé qué, tomé un fibrón y escribí en la puerta de mi closet de manera furiosa:
“Deconstrúyete o muere. Perro culiado” eso me hizo sentir bien, la puerta del
closet irradiaba en un blanco prístino, ahora ese mensaje lo derruía todo.
Aunque algún día tendría que borrarlo, porque el placar pertenece al inmueble del edificio.
A
la mañana siguiente me levante temprano, hice ejercicio, tome un frugal
desayuno y me dirigí con una hora de antelación a la oficina de la bendita
editorial. Estaba expectante, por alguna razón me imagine que cuando me publicasen,
todas estas inseguridades se acabarían. Decidí que esa misma tarde instalaría
TINDER en mi celular y le pondría preferencia de ambos sexos, también me dije
que renunciaría durante la semana a la cafetería. Pero lentamente las imágenes
de Amaya y el otro chico me invadieron como una sombra en picada de un avión
accidentado. Pensé en las palabras de Manuel, si acaso no sentiría nada cuando
la viera con alguien. Me respondí en voz alta que no sentí celos por lo menos,
que Manuel no sabía nada y que debería salir de la toxicidad de sus
planteamientos normativos. Pero después pienso que si Manuel es el único amigo
que tengo debe ser porque en algo me comprende y aunque deteste su modo de
pensar creo que al menos es sincero y asume lo difícil que son los
sentimientos, en cambio yo me hago el deconstruido y heme aquí sufriendo como
un perrito esperando a su dueño.
Decidí
dejar de pensar en todo eso, lo mejor estaba a la vuelta de la esquina. Los de
la editorial eran gente simpática, muy interesados en los escritores emergentes,
además les gustaba que fuese inmigrante “eso vende” me dijeron riendo.
Charlamos un largo rato sobre literatura y contactos literarios dentro de la
ciudad, hasta que finalmente me devolvieron el manuscrito de mi novela, se
trataba de una historia cyber-punk sobre unos hackers terroristas en Córdoba,
le habían hecho algunas anotaciones y devoluciones, me estremecí de alegría.
“La novela esta interesante” me dijeron
“Pero en realidad nosotros lo que queremos es publicar dos cuentos tuyos para
un compendio de escritores jóvenes que queremos publicar a fin de año” Explicó uno
de los editores, el que más sonreía.
Lo
observe con algo de intriga “Entonces, ¿no quieren publicar la novela, o el
libro de cuentos?” no debí haber preguntado eso, lo evidente no se pregunta. El
editor agacho la mirada con vergüenza y resolvió rápidamente que aún no, que por
el momento sus proyectos estaban enfocados sólo en publicar esa colección de
autores nuevos. Trague saliva, pensé en agarrar el vaso de agua que tenía cerca
y lanzárselos a la cara mientras los puteaba, más desazón sentí cuando el otro
editor agregó que la publicación y el derecho a aparecer en el compendio tenía
un costo monetario especifico. Me explicaron los valores, silenciosamente les
di un sí y firmé la autorización para que los cuentos formaran parte de su
dichosa colección. Los editores me felicitaron y agregaron que después podíamos
conversar sobre la novela, yo
simplemente agarre el manuscrito y lo abrace a mi pecho.
Nos
despedimos con cordialidad, quedamos de juntarnos a comer algo algún día, con otros
escritores, les dije que encantado. Mire mi reloj, se me había hecho tarde para
almorzar, tenía que estar en la cafetería en dos horas. Suspire hondo, me senté
en uno de los banquillos de una plaza. Había poca gente dando vueltas, muchos
niños con sus padres paseaban, todo se veía tan solemne. “Deconstrúyete o
muere. Perro culiado” me repetí mientras pensaba en el poco amor que me tenía y
en la desesperación que había caído por querer mostrarme bien ante la vida,
bien ante los demás. Agarre una página del manuscrito de mi novela y la
arranque de un tirón, apuñé el papel hasta arrugarlo completamente y me puse a
masticarlo lentamente, trague la primera página a duras penas, luego arranque
la segunda y seguí en mi proceso, luego la tercera, las arcadas empezaron a surgir,
pero me mantuve firme, tenía que almorzar. La poca gente que pasaba ya se daba
cuenta de mi gula y me observaban impactados, un señor de semblante amable se
acercó, usaba traje, corbata y unas gafas que se le resbalaban a cada rato por
su nariz.
-Amigo,
¿está bien?.- Me pregunto deteniéndome la mano para que dejase de arrancar las
hojas. Lo observe consternado, escupí el papel que tenía en la boca y le dije
con toda la seguridad que podía permitirme ese momento de locura: “No y no
quiero sentirme bien”, mientras me echaba otro trozo de papel y lo masticaba
sonoramente.-
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