Volvemos con
este conteo, recuerden que de aquí en más los puestos serán dobles. En esta
ocasión tenemos dos trabajos de una duración considerable y al mismo tiempo
admirados por la fanaticada correspondiente de cada grupo. Coincidentemente lo
que ambos trabajos tienen en común es su componente sinfónico que deja ver la
buena conexión que existe entre la tensión dramática de una orquesta y la
explosión iracunda del rock.
Metallica de gala
Metallica no es
una banda que suela escoger para acompañar mis ratos de ocio musical. Hay
muchos temas sueltos de su carrera que me gustan y respeto su contribución al
trash metal y al metal en general, pero no hay forma de que pueda fumarme un
disco entero de ellos, la gran excepción es éste, que al mismo tiempo, es uno
de esos trabajos atípicos con que el cuarteto de vez en cuando conseguía
sorprender y entusiasmar a melómanos. Ahora que al parecer el conjunto está
cerca del retiro y aprovechando que hace poco comenté brevemente este trabajo,
me parece justo traerlo a este conteo.
El proyecto de
llevar clásicos de Metallica en versión orquestal fue producto del riesgo que
la misma banda quiso tomar por hacer algo diametralmente opuesto a lo que
venían produciendo, especialmente luego del aluvión de críticas negativas que
reportaron sus anteriores trabajos “Load”, “Reload” y “Garage INC”. Uno de los
antecedentes más directos seguramente fue la aceptación casi transversal que
recibió el disco “Play Metallica by four Cellos” de la banda finlandesa
Apocalyptica, quienes reinventaron en clave de cámara algunos clásicos de la
banda de Los Ángeles. Por alguna razón, sea porque el choque de conceptos era
irresistible o porque simplemente la estridencia heavy de Metallica tiene un
potencial dramático que calza a la perfección con los aires tensos y las
atmósferas densas que propone una sinfónica, es que este proyecto resulto
bastante bien, además, el plus de que sea un disco grabado en vivo (con los
obvios retoques correspondientes de estudio) hace que se pueda transmitir de forma
casi íntegra la energía abrazadora de un show de esta banda.
Este disco tiene
características de ser un verdadero lujo, a la altura de que sólo lo recomiendo
escuchar en equipos de sonido envolvente, los únicos que pueden darle un
acercamiento justo a lo que intenta ser esta experiencia. La producción, a
cargo del gran Bob Rock es simplemente espectacular, y hace que la banda se
escuche majestuosa. La orquesta de San Francisco consigue brillar, incluso
cuando su conducción busca sólo acompañar los riff y coros. Los créditos de esta hábil reinterpretación
corren por parte del experimentado Michael Kramen, compositor, arreglista,
letrista y músico de sesión que ya había trabajado con Metallica en 1990, en el
álbum negro, en aquella bien lograda balada llamada “Nothing else matters”
La experiencia
fue como una bomba que detonó lentamente, en confesiones posteriores, el
bajista de aquella época, Jason Newsted aseguró en la revista Heavy Rock: “Fue una experiencia maravillosa de la que
todos pudimos aprender. Antes del concierto la gente hablaba de dos mundos que
chocaran, dos puntos de vista de ver la música, y lo que hubo fueron dos mundos
diferentes que se unieron en uno para actuar juntos. Imagínate noventa piezas
de una orquesta, montones de voces diferentes, violines, trombones, cellos,
clarinetes…Yo tenía seis contrabajistas que tocaban conmigo… También fue muy
especial para la orquesta porque era la primera vez que salían al escenario y
la gente los recibía como a METALLICA, es decir gritando, aplaudiendo a rabiar,
con unas muestras de entusiasmo que obviamente no estaban acostumbrados a ver
en los teatros. Esa reacción creo que les gusto mucho, ¡Se sentían como
estrellas de Rock! y es muy bonito sentirse así lo comprendo. Quizá por eso
tocaron con unas ganas y un entusiasmo increíbles, y nos ayudaron mucho a
sentirnos muy a gusto y a tocar con mucha más solidez”
El éxtasis del oro
Entendiendo que
la experiencia era de corte completamente grandilocuente y hasta
cinematográfica, Metallica arranca este concierto con el cover a Morriconne
“The ectasy of gold” que pone los primeros ladrillos de una experiencia sonora
como pocas. Yo recuerdo que la primera vez que escuche este disco fue a mis
tiernos diez años, una época de mi vida que mis gustos musicales conciliaban
más con el Nu-metal o el Happy Punk, Metallica me parecía algo demasiado
estridente y monótono para satisfacer mis energias, sin embargo, recuerdo
perfectamente el contexto en que pude escuchar este disco, o al menos, parte de
él. Año 2000, iba por la carretera en un auto junto con mi Papá y un tío, ellos
hablaban y me ignoraban, en la radio del auto sonaba, intervenido por un
chirrear que hacía que a veces se perdiese la señal, la transmisión de un
programa que olvide el nombre, pero pertenecía a Radio Concierto. En ella
comentaban parte del disco de Metallica, alabando la interesante mezcla del
sonido sinfónico con el poder roquero. Ese choque de mundos fue lo que me
atrajo, podía percibir ese toque mágico y grandilocuente de una orquesta, sumado
a la energía de temas emblemáticos (aunque para mí en ese entonces no lo eran)
como “Master of puppets”, “Fuel” o “One”
Sin duda la
orquesta le dio más textura y energía, sobre todo a temas como “Hero of the
day” o “Enter the Sandman” así como mayor magia y vitalidad a temas como “The
Call Of Ktulu” o “Bleeding me”, aunque también hay momentos en que se
restringen a ser meros ornamentos como en los casos de “Until It Sleeps” o “The
Thing That Should Not Be”, aunque son bastante adecuados, también hay que destacar
que la banda presento dos temas inéditos en este disco, algo que me gusta
mucho, ya que dentro de todo el valor que puede tener un disco en vivo, el que
posea canciones originales lo hace un poco más único, fueron los casos de la
“popera” “No Leaf Clover” así como la ajustada “Human” nada muy sobresaliente
dentro del catálogo de la banda, pero que demostraba como el grupo podía
amoldarse a los nuevos desafíos que se proponía.
El trabajo
dividido en dos discos de alguna manera se fragmenta en aquellos éxitos
noventeros (escazos para el grupo) y el espíritu más clásico con canciones como
“From Whom the Bell Tolls” que gana en intensidad o la sobresaliente “Wherever
I May Roam” que gana en contundencia y oscuridad gracias a los elementos
orquestales. Tampoco hay que desdeñar la emotiva versión de “Nothing else
matters” que consigue tener un matiz mucho más íntimo a pesar de la afectada
propulsión que la sinfónica entrega. En fin, un disco largo, intenso y
completamente de película, a pesar de todo, un buen cierre de ciclo para el
cuarteto metalero que empezaba a cranearse como enfrentarse a la industria
musical del eminente siglo XX que ya sabemos cómo termino, para
nada bien, Metallica se terminaría convirtiendo cada vez más en un cliché de ellos mismos.
Placebo al límite
Placebo fue una
de esas bandas de mi temprana adolescencia que me sedujo con sus grandes
éxitos. Frente al estúpido prejuicio que tenían muchos de evidenciar cierta
homosexualidad al admitir su gusto por esta banda inglesa (lo cual hacía que me
gustasen doblemente) y tomando en cuenta su declarada estética sadomasoquista y
la postura medio andrógina de su líder Brian Molko, era evidente que estábamos
hablando de una banda que transmitía tanto con su imagen como con su música.
Después del
lanzamiento de Meds en 2007, la
banda, fracturada por la salida de su histórico baterista, se propone un
retorno a los sonidos más estridentes haciendo uso de la coctelera para mezclar
sus principales influencias: new wave, David Bowie, sensibilidad gótica, hardcore, britpop a lo Suede, pop y algo de aquel Glam a lo T Rex que tanto
inspiro a Molko en su juventud. Para la crítica de la época el resultado
termino siendo sobreproducido y redundante, casi sin orientación y con un uso
innecesario de una sección de cuerdas que parecía destinada a algo mejor. Es
decir, para muchxs, este fue el disco más débil de Placebo. No obstante yo lo
reivindico.
Ya con el brit
pop muerto y con los ecos del sonido hardcore melódico cada vez más apagados,
Placebo parecía perder horizonte dentro del mainstream por lo que la tarea era
simple: volver a encantar con el estilo. De alguna forma este disco viene a ser
uno de aquellos trabajos de culto que sólo aprecian lxs fans, no obstante,
siento que en muchos momentos consigue elevarse bastante para ser considerado
un imprescindible dentro del panorama musical del rock. Quizás el gran tema que
da nombre al disco es la mayor prueba de ello, un verdadero himno lleno de
puntos altos, un in crescendo que revela potentes guitarras metaleras y un coro
sólido que entrega sin duda una de las mejores momentos en la carrera de la
banda.
Es cierto que el
disco arranca débil, con canciones autocomplacientes, que sólo replican
automáticamente lo que se hizo bien en el pasado sin darle una vuelta de tuerca
o un sentimiento nostálgico más valorable, pero desde el tercer tema el disco
sube de nivel increíblemente. “Battle for the sun” es uno de los grandes temas de
Placebo, dramática, potente, propone guitarras cercanas a la pomposidad glam al
conjugarse con un arreglo de cuerdas bien acompasado. Lo mejor de todo, es que
no deja de ser un tema en estructura simple.
“For What It’s Worth” cuarto tema, consigue llevar intensidad y se
aprecian los detalles que le dan brillo a la composición y que remiten
completamente a las canciones de Marc Bolan, sin duda a ese apoteósico “20 th
Century Boy” el cual Placebo versionó en su momento.
“Devil in the
details” se yergue como una canción lenta, serpenteante, cercana a temas de
otras canciones clásicas como “Without you im nothing” llegando al momento de
coros explosivos típicos de esta banda.
“Bright Lights” es otro gran momento del álbum, con una vibra más
nostálgica y trayendo a colación un sonido new wave, el tema, quizás el más
popero del disco, nos devuelve a esos Placebo amables a la escucha.
Las letras
rondan sobre los temas preferidos de Molko: La inseguridad, la soledad y el
sufrimiento que nos genera la sociedad y las relaciones. Quizás para el 2010
estos temas como temática parecían recontra quemados, sin embargo, consigue
mantener cierta sensibilidad a la altura de sus letras, sobre todo en canciones
como “Speak in tongues” en donde el sonido metálico de un xilófono va
direccionando los climas melódicos. “The never ending why” mantiene los ecos
tributarios a Marc Bolan, especialmente por la pomposidad de instrumentos que
acompañan al trío. Se nota el ímpetu punk y los esfuerzos por enganchar a la
primera con quien escuche la producción.
“Julien” por un
momento parece retrotraer a la fase experimental del Meds, pero rápidamente
vuelve a su fuerza más estridente, con violines que agregan un aire solemne y
un final lóbrego. “Happy you´re gone” es la primera balada del disco, nos
retrotrae casi de manera inconsciente a David Bowie, quizás hasta por el tono
de voz con que Molko comienza al principio. Un tema introspectivo y delicioso.
“Breathe Underwater” nos regresa a los Placebo del “Black Market Music” y
aunque la canción se ajusta correctamente a lo que se le pide, no consigue
sorprender mucho, aunque estratégicamente, por el lugar que esta puesta en el
disco resulta grata de oír. “Come Undone”
narra en tono épico una desilusión amorosa y en cuanto a su melodía
retrotrae a algunos sonidos concernientes a su segundo disco “Whitout you i´m
nothing” del 1998, es otro de los puntos más álgidos del disco. Finalmente, el
trabajo termina con la excelente “Kings of Medicine” que a través de una
melodía dinámica e inquieta nos entrega uno de los mejores cierres de discos
que la banda haya conseguido, llevando toda su historia y estilo al límite.
La épica de Placebo
Luego del
experimental Meds, Placebo quiso regresar a sus raíces, pero agregando
elementos relativamente nuevos que le dieran un giro de tuerca a su legado. El
resultado es un disco imperfecto, a ratos pretensioso y a ratos grandioso. No
muy bien asimilado por la crítica, pero amado inmediatamente por lxs fans y que
de alguna manera le da a Placebo algo que no habían conseguido en toda su
carrera y que es justamente lo que el disco de Metallica mencionado arriba
rebosa en cada momento: épica. Este disco contundente, rabioso y pomposo,
consigue transmitir lo que sería una nueva etapa en la carrera de la banda, la
etapa de la completa madurez y de algún modo viene a cerrar con el sonido que
propuso en sus primeros cuatro trabajos. Lo que vino después ha virado en algo
que Molko y compañía no terminan de definir completamente y bastante tiempo que
les ha tomado levantar cabeza para proponer un nuevo proyecto. De todos modos
queremos a Placebo y los bancamos a muerte, así que nada, buena suerte chicos.-
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