sábado, 18 de agosto de 2018

Cuento: Deconstrúyete o muere


¿Qué tal? Les traigo un nuevo cuento, es realmente sad y medio humillante, porque mezcla experiencias y sentimientos que últimamente he estado pasando, con algo de ficción. La gracia del cuento no es reirse o ver lo patético del personaje, sino, cuestionarse en que reside la idea de deconstrucción sobre nuestras relaciones. Cómo alguien introvertido hace cara a la deconstrucción en un momento especifico de su vida, además también se examina la idea de lo fácil que es victimizarse cuando sales de una relación de pareja. En fin, a pesar de la cuota de exhibicionismo personal, no deja de ser un cuento por lo que algunos aspectos de la realidad han sido alterados al servicio del relato XD. Disfrútenlo.


Deconstrúyete o muere

La deconstrucción implica la modificación de la propia subjetividad no la de lxs demás. So pretexto del deber ser (Manada de lobxs. Pag 150)
             
Esa era la consigna, deconstrúyete o muere. Fue lo que pensé apenas termine con Amaya. Diez años de relación no se debían deshojar como una amapola al viento, dejar de vernos y hablarnos sólo para evitar esos dolores huevones que produce el sentimiento de posesión que acarrea el acostumbramiento en pareja, me pareció un letal despropósito. Le dije que lo mejor era conmutar el asunto a una amistad íntima, ella estuvo de acuerdo. Al principio me sentía genial, no me dolía el rompimiento, no me sentía melancólico ni me imaginaba cosas cuando la veía, de hecho, andaba de muy buen ánimo, más relajado. Nos juntábamos a comer o beber cada tanto, a veces sólo ella y yo, otras  junto a sus amigas. Todo iba genial, por ese tiempo me imbuí de filosofía feminista que hablaba sobre deconstruir las relaciones de pareja, el amor romántico, la monogamia, la heteronorma. Todo me hacía tanto sentido que pensé que estaba en el momento ideal de mi vida para darle un giro las formas de relacionarse sexo-afectivamente con el resto. Junto a Amaya aprendimos mutuamente muchas cosas, fue un lindo proceso de madurez emocional, una historia de altos y bajos con varios momentos hermosos, pero ahora ya no podía cobijarme en ese pasado, tenía que honrarlo y la mejor forma de hacerlo era cuidando la amistad que ahora profesábamos. 

Marcos, el único amigo de la facu con el que me junto, no estaba muy de acuerdo en que me siguiese viendo con ella. Para él lo más sano era cortar tajantemente todo. Yo le trataba de explicar que no quería perder el cariño que le tenía a Amaya, le decía que quería verla feliz y de vez en cuando compartir esa felicidad, que me sentía bien siendo su amigo, pero el pelotudo de Marcos empezaba con sus mierdas machistas diciéndome si acaso podría soportar verla con otros tipos, que si acaso no me dolería que ella empezase a andar con otra persona, que qué gracia tenía terminar si nos seguíamos viendo igual que siempre, como si nada hubiese pasado. Me daba una lata su estrechez de mente, para él las relaciones no podían ser más que convencionales y dotadas de todo ese formalismo monógamo heterosexual que termina restringiendo el deseo y el cariño por un deber ser impuesto por la norma. 

Lo cierto es que seguimos cogiendo junto a Amaya un par de veces más. En ese sentido, Marcos tenía razón, era como si nada hubiese cambiado. El verla desnuda durmiendo acostada sobre mi pecho, me hizo sentir cosas y de inmediato me cuestione si esto era acaso lo mejor para ambos. Yo sabía que volver al título de novios sería un error fatal por lo que pensé que era una buena idea ponernos ciertos límites. Un día le plantee el dejar de coger, aduciendo a que podíamos confundirnos y que las “recaídas” nunca eran buenas.  Ella me miro con ojos coquetos y me dijo que no estaba en ningún tratamiento de rehabilitación, algo desconcertado me trate de explicar, pero me sentí muy torpe al hacerlo: “No quise decir eso, pasa que es complicado igual, bah, tu sabes…igual podemos coger si se da, digo…no tener expectativas de nada cuando nos juntemos, de nada más que de pasarla bien” le comente muy rápido, ella me tomo las manos y me aseguro que estaba cien por ciento de acuerdo con eso. 

Creo que ahí fue cuando empecé a darme de bruces con las contradicciones. No quería sentir celos, vergüenza o inferioridad ante el cariño que ella me proponía. Ni siquiera en los diez años que estuvimos juntos tuve esos sentimientos tan deleznables, pero mi autodestrucción fue más más fuerte.
Soy una persona solitaria, mi mundo casi que era mi pareja y a ella se resumían todas las relaciones sociales que podía tener. Como ya mencione, el único amigo con el que me junto es Marcos, un cerdo machista. Pero fuera de él no consigo conectar con nadie. Trabajo en una cafetería como mozo, una labor que odio, día y noche pienso en dejarlo y buscar otra cosa, pero me imagino que seré igual de infeliz en todos lados, quizás por eso tampoco consigo conectar demasiado con la mayoría de mis colegas. Para mí lo ideal sería que me paguen por escribir ficción, como a Stephen King. El único momento en que me siento motivado con algo, es cuando escribo. Pero no me ha ido bien: pese a que he mandado manuscritos a algunas editoriales locales, todas me han rechazado. También me he hartado de enviar cuentos a concursos que ni menciones honrosas me otorgan, y soy asiduo alumno a cuanto taller literario pueda agarrar, pero nunca doy el salto a nada. Parece que sólo me queda escribir para mí. Una vez alguien me hizo un comentario que me hizo llorar toda una tarde: “Lo que pasa Nico es que tú eres creativo, pero no un buen escritor” He tratado de erradicar esa frase de mis pensamientos, pero es reiterativa, vuelve cada tanto y me hace dudar si vale la pena conservar una mínima esperanza en la escritura.

Convencido de que el amor romántico es una estupidez y que no quería volver a caer en un tema parecido con nadie más, empecé a informare sobre relaciones libres, parejas abiertas, poliamor y todo ese cumulo de conceptos que se sustentaban en la deconstrucción de las convenciones. Lo que más me cerró fue la idea de la Agamía, un modelo relacional que consiste en la no formación de parejas. Se trata de una crítica directa a la idea del amor romántico, y una reformulación con respecto a la dependencia emocional que tenemos hacía el resto. Según la Agamía tu vida se distribuye en distintos periodos, y en algunos quieres estar acompañado por personas (ya sea de manera lúdica, sexual, emocional o simplemente momentánea), esos instantes se les denomina mesetas y están determinados por tiempos específicos. Justamente esto se da para no cae en trampas de sentimentalismo. Obviamente nadie puede estar solo, pero tampoco nadie quiere estar el cien por ciento de su vida acompañado. El soporte que da una pareja es básicamente un cimiento que te ordena y facilita el mundo sólo para mantener tu estabilidad, esto hace que cada persona termine buscando en su pareja sólo  un reflejo de si mismo, de sus pensamientos, de sus ideas, y no a otra persona con sus propias cualidades y defectos. Finalmente la dependencia emocional se vuelve un apego, en la Agamía hay que luchar contra ese sentimiento que genera tal apego, por eso no es recomendable establecer mesetas con otra persona por temporadas muy largas de tiempo. 

Los lineamientos de la Agamía son los siguientes: rechazo al amor (como causa primordial para aguantar estupideces o hacer “sacrificios”),   restablecimiento de la razón como máxima autoridad decisoria (justamente para entender cuándo una de esas relaciones no te hace bien),   reintegración de las relaciones al ámbito de la ética (el respeto es primordial),  rechazo radical del género (rechazo a la heteronorma y a las formas de asimilación heteronormativas de las relaciones homosexuales), rechazo al concepto natural de belleza. Uso de un concepto construible de belleza,  sustitución de la sexualidad por el “erotismo”,  sustitución de los celos por la “indignación”,  sustitución de la familia por la “agrupación libre”. Cada punto me parecía perfecto, porque mientras en otras formas de relación como el poliamor, se siguen dando reglas y órdenes para los modelos de conducta, acá lo que se busca es sólo la tranquilidad emocional de uno mismo, no a través del otro, sino en la autorealización y autoconocimiento. Además, con esta idea en mente, puedes tener relaciones sexuales junto amigas sin estar buscando un compromiso formal, y si esa atracción sexual se apaga de repente, no era necesario dejar de verse, ya que podían existir otros vínculos que le dieran sentido a la relación. En resumidas cuentas, es irse conociendo y queriendo uno mismo, a la vez que aprendiendo de los otros sin apegos enfermizos.

Desde mi introversión como persona, considere que sería genial tener amigos con los cuales compartir lazos más arrojados, pero sin que por ello invadiesen mi vida. Afirme la Agamía como una gran idea, pero por supuesto la práctica es un camino pedregoso. Primero, el rechazo al amor era algo que no me costaba mucho asumir, pensaba que si me empezaban a despertar sentimientos muy fuertes por alguien lo mejor sería dejar de verle por un tiempo y cuestionarme qué era lo que ese sentimiento realmente significaba, de dónde provenía, quizás era sólo una confusión (hay que estar atento a esas trampas que te juega el ego) No, si me comenzaba a “enamorar” de alguien había que atajar aquello y ponerle atención porque sólo traería problemas. Eso no significaba ser un hombre odioso y frío, obviamente. Bajo esta premisa empecé a escribirles a ex compañeras de la facu con la intención de juntarnos y empezar alguna amistad. Le escribí a varias, pero sólo tres me respondieron. Volver a conversar con gente nueva fue algo agradable, el problema vino después, cuando me impuse en la cabeza que tal vez podría llegar a ligar con ellas.

Un amigo del pasado siempre me decía que lo mejor es que todo fluya, y hay un viejo adagio budista que dice algo más o menos parecido: “Lo mejor es esperar sin esperar”. Yo hice todo lo contrario. Esa semana estaba inconmensurablemente feliz, había empezado a dar clases de cine en un centro cultural, no me pagaban, pero era emocionante. Al mismo tiempo me empecé a juntar con ex compañeros de la carrera para comer pizza y charlar un rato, cosas así, vida social. Pero lo más importante es que una editorial me había llamado para hablar sobre un libro de cuentos que les había mandado hace un tiempo. Querían que nos reuniésemos la semana siguiente para plantearme algunas cosas. Era un momento excitante en mi vida, y quizás por lo mismo creí que sería bueno proponerles a las chicas con las que hablaba, juntarnos a tomar algo. La primera no me contesto nada, sólo me clavó el visto, la segunda me dijo que sí, pero sus intenciones eran las de armar un proyecto audiovisual y quería que yo le ayudase, igual todo bien con eso. La tercera me dijo que sí en una primera instancia, yo me sentí genial, Coheliano incauto, me repetí varias veces que el universo me sonreía. Pensé que estaba en mi momento de mejor racha y me imagine que podría llegar a coger con esa persona y pasarla bien y después irnos juntos un fin de semana a las sierras y caminar y hablarle de mis sueños de ser escritor y….blablablá, como un estúpido me empecé a proyectar.


Las cosas se pusieron peor una noche en que invite a Amaya a mi departamento para cenar, yo tenía todas las expectativas de coger, en parte porque la quería… y también porque sentía que si iba a coger con otra persona bien podría practicar primero con ella. Cuando Amaya llegó a mi depto no le costó mucho adivinar mis intenciones y cedió rápidamente, pero fue el peor sexo que hayamos tenido, la frustración me invadió. Como un imbécil intentando hacerme el despreocupado por todo lo acontecido le confesé que en realidad sólo quería practicar con ella porque tenía una cita. Ella pícaramente me sonrió, ya habíamos hablado antes de nuestras experiencias emocionales post ruptura. Amaya había instalado Tinder en su celular, yo era reticente a que me contara detalles al respecto porque me daba lata que le resultase tan fácil arrojarse a conocer otras personas, en cambio a mí no. Una vez hablamos al respecto y le mentí diciendo que también había tenido citas con otras chicas, me sentí como un tarado inventándole nombres y personajes. 

Esa noche hablamos mucho, ella me aconsejó un par de cosas y finalmente me contó que había salido con otros chicos y ya había cogido con uno de ellos, ahí fue cuando toda mi deconstrucción se fue a la mierda. En el momento que me lo dijo me hice el relajado, pero por dentro me tiritaba el alma, sentí un dolor que abrazó mi pecho, y el nudo que asfixiaba mi garganta no me dejaba decir ni una puta palabra. 

Lo peor fue, lo mal que me sentí por haberme sentido así. Yo no quería experimentar esas sensaciones, qué era lo que me daba tanta lata: ¿Qué ella ya cogiera con otros?, ¿o qué yo no cogiese con nadie aún? Evidentemente no me molestaba ni me dolía que quisiese estar con otras personas, incluso me importaba un bledo que se haya metido con otros tan rápido, lo que realmente me dolía era que no podía dejar de pensar como un bobalicón, pensar que no era justo que a ella le saliera todo tan fácil y a mí no. 

Me sentí pésimo y apenas pude le volví a hablar a aquella chica del Facebook para tratar de fijar rápidamente un día de encuentro. Pero ella comenzó a vacilar, proponía un día, pero luego se hacía la loca. A cada rato le terminaba escribiendo para ver de confirmar, y ella cancelaba a última hora con alguna excusa. Finalmente comprendí que no podía seguir escribiéndole como un maniaco, me molestó que no me dijera simplemente que no quería salir conmigo, en vez de darme tantas vueltas, pero supongo que no quería ser grosera. Entendí sus indirectas y en un amistoso mensaje le dije que no había drama, que disculpara mi insistencia y que cuando quisiera me llamase. Chau. Con eso ya cerraba la puerta al capítulo más breve en mis historias de coqueteo con otra persona. 

Al día siguiente salí a beber con Marcos y le mentí diciéndole que me había juntado con esa chica y habíamos cogido, que veía que la cosa pintaba para más. Le mentí de forma tan absurda, sólo porque sentía vergüenza de que me juzgara, de que me viera como siempre, solo, ahora más solo que nunca. Esa noche cuando volví ebrio a casa, tome mi celular, vi los mensajes, nadie más que mis padres me hablaban, ellos querían venir a visitarme en Noviembre y a cada rato me preguntan por el valor del cambio del peso y cosas así. Volví a revisar la conversación que había tenido con esa chica y me sentí ametrallado, cada palabra era un nuevo dolor. Era tan obvio desde el principio que ella no quería salir conmigo, cómo no me di cuenta, termine haciendo todo un ridículo. Sentí mucha vergüenza, comprendí que mi deconstrucción eran sólo palabras, ni siquiera podía bosquejar la idea de deshacer el género. ¿De qué deconstrucción hablaba? sólo soy un hipócrita que se quiere hacer el progresista, pero en verdad me da miedo la gente, me da miedo relacionarme con gente y me da miedo sentir una y otra vez estas sensaciones de rechazo. A veces pongo música fuerte desde mi compu y me imagino que soy una estrella de rock, que todo el mundo que alguna vez me conoció me admira por mi talento. Me pierdo en esa fantasía y después de una hora vuelvo en si y me repito que soy un ser patético. Nado en la autocompasión.


Preferí olvidarme de toda esa estupidez. La vergüenza me siguió por varios días, pero creí que lo mejor era concentrarme en escribir, en el taller de cine y en darle cuerda a la lectura, la cual tenía bien abandonada. De vez en cuando algún grupo de conocidos hacía una juntada y yo iba, y conversaba un rato con otros, pero nada fuera de eso, en el fondo, me seguía sintiendo solo y desadaptado. La mayor parte del tiempo (sin contar las horas en el trabajo) era yo y mis pensamientos. Los de la editorial se pusieron huevones, empezaron a prorrogar la fecha de encuentro, el asunto me cabreó, pero a fin de cuentas qué le iba hacer. Finalmente quedamos un día Sábado en la mañana, al menos me dijeron que también habían revisado el manuscrito de una novela que les había mandado mucho tiempo antes del libro de cuentos, me sentí levemente emocionado.

Esa noche de viernes creí que la suerte me acompañaba. Ya me había olvidado de mis mentiras estúpidas, había vuelto a ese estado de relajo del que gocé las primeras semanas después del rompimiento con Amaya. Luego del trabajo me junte con Ivy, una chica buena onda que fuma faso y que también es Chilena. La acompañé hasta su casa y fumamos un caño muy potente. Nos sentamos en su patio y vimos las estrellas juntos, le pregunte si echaba de menos algo de Chile, ella llevaba sólo tres meses en Argentina, en muchos aspectos me recordaba a mí cuando recién llegué a Córdoba y no conocía a nadie. Ivy me dijo que lo que más echaba de menos era la cantidad de mota que tenía allá en su casa, me reí, le dije si acaso no echaba de menos también a los amigos, o la comida, o la casa. Ivy se quedó meditabunda y en una solemne reflexión drogadicta estableció que no era muy apegada a las cosas en general, que no le costaba mucho adaptarse a las nuevas situaciones que le ponía la vida, pero que echaba de menos la libertad que tenía cuando salía de su casa en Chile a pasear, y podía estar toda la tarde callejeando,  acá en Argentina, me aseguró, le daba miedo hacerlo.

-Ya vas a superar ese miedo.- Le dije palmoteando levemente su espalda.

-Chis, Me han asaltado como cinco veces.-

-Haz tenido mala suerte.-

-Y tú qué echas de menos de Chile.-

-Nada y todo. Pero sobre todo la once con pan con palta y huevos revueltos.- Ivy se le iluminaron los ojos, expreso con alegría: “Pancito amasado” Recostó su cabeza sobre mi hombro mientras le daba unas buenas caladas al porro. Ambos estábamos súper drogados añorando aquellas onces chilenas que se habían desvanecido de nuestras costumbres culinarias. Antes de irme me invitó a tomar una leche chocolatada con galletitas, me sentí conmovido y en confianza por lo que le trate de explicar mi situación sentimental y todos los desaciertos que había tenido hasta el momento, su consejo fue implacable: “No lo pensí tanto”. 

Cuando llegue a mi depto  estaba tan volado y a la vez tan manija que decidí salir a un bar con la absurda esperanza de encontrar un alma que estuviese experimentando lo mismo que yo. Sabía que sería una estupidez, un caso perdido, pero igualmente llegue a un bar, pedí una cerveza, saque un libro de Derrida (“Políticas de la amistad”) y me puse a leer sin entender un choto. Cada vez que apartaba la vista del libro y levantaba mi vaso para dar un sorbo a su néctar, buscaba a mi alrededor gente que estuviese sola, gente a la que le pudiese hacer compañía, me daba lo mismo su género, estaba dispuesto a todo. Pero nadie andaba solo un viernes por la noche en un bar, lo más emocionante fue cuando un gay se acercó a mí para preguntarme si podía usar la silla en donde tenía respaldada mi mochila, le dije que sí con galantería, pero él sólo la levanto y se la llevó. 

Cuando salí del bar, una chica me pidió fuego, pensé que estaba sola, pero en realidad andaba con un grupo de amigas adentro. Resignado prendí su cigarrillo y trate de hacerme el simpático diciéndole que la noche estaba muy helada y que en este bar vendían la mejor cerveza artesanal. Ella me sonrió, asintió, termino su cigarro y se entró sin antes despedirse. No la culpo, el mundo está lleno de hijos sanos del patriarcado, es decir, de violadores, capaz que yo también pueda serlo, mejor prevenir que lamentar. Me alejé con una sensación de vacío en mi estómago, iba caminando con la bicicleta al lado, tratando de ser positivo con respecto a la reunión de mañana con la editorial, pero entonces vi a lo lejos a Amaya caminando junto a otro chico. No andaban de la mano ni nada, pero se iban riendo y empujando. Fácilmente hubiese podido cruzar la calle, subirme a la bici e irme sin que me vieran, pero por alguna fuerza irremediable que sólo ataño a la mera pelotudez de mi alma, decidí ir hasta donde estaban, no se percataron de inmediato de mi presencia, por lo que tuve que toser para llamar su atención. 

Amaya se dio vuelta y me observo sorprendida, casi nerviosa, y por alguna razón hizo un gesto de limpiarse los labios, el chico que estaba a su lado era un poco más bajo que yo y me pareció de rostro simpático. Nos saludamos tibiamente, yo mantuve mis ojos firmes en ese hombre, inspeccionándolo de pies a cabeza, en un momento él pregunto con algo de frenetismo “¿Vos sos…?”; “Sí” me apresure en responderle “Soy el ex, pero todo bien. No se preocupen”. Nos quedamos un rato en silencio, Amaya algo complicada guardaba distancia de ambos, me dijo que venían del cine y pensaban ir a tomarse una cerveza, que si quería acompañarlos, mire al chico a  los ojos y este pareció no poner reparos, le sonreí asintiendo. Volvimos al bar en el que estuve, pero entonces algo me hizo desistir en entrar. Me detuve y les dije que mejor me volvía a casa, aduciendo a que tenía ese compromiso en la editorial y que quería levantarme muy temprano para estar OK con eso. El chico me deseo suerte y me dio un fuerte apretón de manos, me sonrió y entro al bar a buscar mesa, Amaya le dijo que en un momento iría, me causo impresión aquello, el chico tampoco entendió bien cómo reaccionar, pero simplemente levanto el pulgar y entró. Mire a Amaya un buen rato, ella parecía nerviosa, finalmente le pregunte “¿Qué pasa?” aunque no quería soltar un tono muy frío o seco al decirlo.

-¿En serio no quieres pasar? No hay que hacer un drama. Él es muy piola, te caería bien.- 

-No, tranqui, en serio. De verdad que no puedo. Quedemos otro día. Y sí, se ve simpático.- Le respondí mirando para otro lado, queriendo que un auto me arrollase ahí mismo.

-Bueno, no quiero que te sientas mal. Pero estas cosas tenemos que pasarlas algún día.-

-Obvio, y me parece bien. Te veo contenta y me gusta verte así.- Conteste lleno de resignación.

-Bien, entonces, otro días nos juntamos. Mucha suerte mañana con la editorial, cuando publiques el libro seré la primera en pedirte un ejemplar.-

-Yo creo que vas a ser la única.- Mi comentario logro hacer que nos riésemos un poco, acaricie sutilmente su mano y luego subí hasta su mejilla, pellizcándosela levemente. Luego mire hacía el bar, el chico estaba observando todo desde la ventana, me sentí torpe y de inmediato metí mis manos en los bolsillos de mi chaqueta.

-Bueno, me tengo que ir, Amaya. Pásala lindo.-

-Gracias, descansa.- Nos despedimos con un rápido beso en la mejilla. Amaya se disponía a entrar al bar, pero de pronto se giró y me miró, en ese momento me hubiese encantado que me dijese: “Vámonos”. Que avanzara hasta mi bici, se subiera y nos perdiéramos en la noche. Pero no, sólo me dijo:

-Pero ¿en serio estás bien?.- La mire con algo de sopor, avance unos centímetros con la bici. Suspire hondo y apreté el volante con fuerza.

-Que pregunta de mierda. Estaré bien, no le des más vueltas.- Luego avance un poco más, y mientras equilibraba mi peso arriba de la bici,  gire mi cabeza y le dije tratando de dibujar una mueca de sonrisa:

-Igual, no te creas tan importante. Chau.- En el fondo no podía disimular mi rabia. A los pocos metros recorridos, me sentí mal de habérselo dicho, quizás le había arruinado un poco la velada, pero por otro lado…a la mierda.

Cuando llegue a mi departamento abrí un paquete de galletas que tenía guardado hace rato en la alacena y me puse a comer desaforadamente, tratando de no pensar en nada, imaginándome cómo sería la entrevista con la editorial. En un arrebato de no sé qué, tomé un fibrón y escribí en la puerta de mi closet de manera furiosa: “Deconstrúyete o muere. Perro culiado” eso me hizo sentir bien, la puerta del closet irradiaba en un blanco prístino, ahora ese mensaje lo derruía todo. Aunque algún día tendría que borrarlo, porque el placar pertenece al  inmueble del edificio.

A la mañana siguiente me levante temprano, hice ejercicio, tome un frugal desayuno y me dirigí con una hora de antelación a la oficina de la bendita editorial. Estaba expectante, por alguna razón me imagine que cuando me publicasen, todas estas inseguridades se acabarían. Decidí que esa misma tarde instalaría TINDER en mi celular y le pondría preferencia de ambos sexos, también me dije que renunciaría durante la semana a la cafetería. Pero lentamente las imágenes de Amaya y el otro chico me invadieron como una sombra en picada de un avión accidentado. Pensé en las palabras de Manuel, si acaso no sentiría nada cuando la viera con alguien. Me respondí en voz alta que no sentí celos por lo menos, que Manuel no sabía nada y que debería salir de la toxicidad de sus planteamientos normativos. Pero después pienso que si Manuel es el único amigo que tengo debe ser porque en algo me comprende y aunque deteste su modo de pensar creo que al menos es sincero y asume lo difícil que son los sentimientos, en cambio yo me hago el deconstruido y heme aquí sufriendo como un perrito esperando a su dueño.

Decidí dejar de pensar en todo eso, lo mejor estaba a la vuelta de la esquina. Los de la editorial eran gente simpática, muy interesados en los escritores emergentes, además les gustaba que fuese inmigrante “eso vende” me dijeron riendo. Charlamos un largo rato sobre literatura y contactos literarios dentro de la ciudad, hasta que finalmente me devolvieron el manuscrito de mi novela, se trataba de una historia cyber-punk sobre unos hackers terroristas en Córdoba, le habían hecho algunas anotaciones y devoluciones, me estremecí de alegría. “La novela esta interesante”  me dijeron “Pero en realidad nosotros lo que queremos es publicar dos cuentos tuyos para un compendio de escritores jóvenes que queremos publicar a fin de año” Explicó uno de los editores, el que más sonreía.

Lo observe con algo de intriga “Entonces, ¿no quieren publicar la novela, o el libro de cuentos?” no debí haber preguntado eso, lo evidente no se pregunta. El editor agacho la mirada con vergüenza y resolvió rápidamente que aún no, que por el momento sus proyectos estaban enfocados sólo en publicar esa colección de autores nuevos. Trague saliva, pensé en agarrar el vaso de agua que tenía cerca y lanzárselos a la cara mientras los puteaba, más desazón sentí cuando el otro editor agregó que la publicación y el derecho a aparecer en el compendio tenía un costo monetario especifico. Me explicaron los valores, silenciosamente les di un sí y firmé la autorización para que los cuentos formaran parte de su dichosa colección. Los editores me felicitaron y agregaron que después podíamos conversar sobre la novela,  yo simplemente agarre el manuscrito y lo abrace a mi pecho.

Nos despedimos con cordialidad, quedamos de juntarnos a comer algo algún día, con otros escritores, les dije que encantado. Mire mi reloj, se me había hecho tarde para almorzar, tenía que estar en la cafetería en dos horas. Suspire hondo, me senté en uno de los banquillos de una plaza. Había poca gente dando vueltas, muchos niños con sus padres paseaban, todo se veía tan solemne. “Deconstrúyete o muere. Perro culiado” me repetí mientras pensaba en el poco amor que me tenía y en la desesperación que había caído por querer mostrarme bien ante la vida, bien ante los demás. Agarre una página del manuscrito de mi novela y la arranque de un tirón, apuñé el papel hasta arrugarlo completamente y me puse a masticarlo lentamente, trague la primera página a duras penas, luego arranque la segunda y seguí en mi proceso, luego la tercera, las arcadas empezaron a surgir, pero me mantuve firme, tenía que almorzar. La poca gente que pasaba ya se daba cuenta de mi gula y me observaban impactados, un señor de semblante amable se acercó, usaba traje, corbata y unas gafas que se le resbalaban a cada rato por su nariz. 

-Amigo, ¿está bien?.- Me pregunto deteniéndome la mano para que dejase de arrancar las hojas. Lo observe consternado, escupí el papel que tenía en la boca y le dije con toda la seguridad que podía permitirme ese momento de locura: “No y no quiero sentirme bien”, mientras me echaba otro trozo de papel y lo masticaba sonoramente.-


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