lunes, 8 de marzo de 2021

100 discos para mis treinta: #49 Los Prisioneros – La cultura de la basura (1987)



Considerados por la crítica musical Chilena como una de las bandas fundacionales del sonido rock nacional, y a su lider Jorge González bautizado bajo el rotulo del “Padre del Rock (y el pop) Chileno” este disco en particular suele filtrarse como uno de sus trabajos más ambiciosos y de algún modo carga el estigma de ser bastante inferior a sus dos LP´s anteriores. Hola, aquí estoy yo para tratar de reinvindicar otro disco medio maltratado por la historia, porque sí, llámenme señor Contreras o lo que quieran, pero “La cultura de la basura” es mi disco favorito del conjunto San Miguelino.

Poder Elegir



“La cultura de la basura” fue el tercer disco del conjunto y el ultimo en incluir composiciones de los tres integrantes, así mismo fue el penúltimo disco que lanzarían como trio hasta ese curioso experimento que desarrollaron después de su reunión post 2001. Grabado durante caóticas sesiones en la primavera de 1987 en los estudios Fusion, pertenecientes al sello discográfico independiente de Carlos Fonseca, el manager y eterno cuarto integrante del grupo quien nunca se sintió muy convencido por el sonido y las canciones de este trabajo. Desde el vamos el disco iba destinado al fracaso, con un Jorge González casi desmotivado y más pendiente de pensar con la tula, el grupo evidentemente había perdido cierta frescura y prácticamente estaban pasando por un periodo de sequía creativa, lo curioso es que todo esto finalmente no se refleja tanto en el producto final que gracias a su temática política tiene el honor de ser uno de los larga duración más representativos de ese sentir social que el público chileno suele relacionar inmediatamente con esta banda.

Para esas alturas en la sociedad Chilena estaban claras dos cosas: Primero, Los Prisioneros habían alcanzado el tope de su carrera y eran totalmente venerados. Segundo, orbitaba un ambiente social que anticipaba el fin de la dictadura. Quizás este ultimo aspecto no era algo tan visible, pero trazando líneas a modo general dentro de la historia, 1987 se contempla como un año bastante pomposo: Desde la llegada del pontífice Juan Pablo II, pasando por el ¿honor? de la elección de la única Miss Universo Chilena, hasta desencadenar en un clima social de protesta en donde el miedo a la represión empezaba cada vez a menguar y por lo demás, las sucias tácticas de terror dictatorial se denunciaban ante el ojo mundial. La reactivación económica no llegaba nunca y el país que poco a poco fue abrazando el neoliberalismo (a punta de ametralladoras) la misma elite socioeconómica que lo impulso comenzó notar en la misma dictadura un estorbo para su desarrollo. 

El llamado a un plebiscito democrático donde de manera transparente y directa (o al menos eso se intentaba) se consultaba a la ciudadanía que estaba ad portas de entrar a los años noventa, sobre la continuidad de la dictadura o el comienzo de una transición democrática. Movilizo enérgicamente a gran parte de la sociedad por la opción del NO (a la continuidad de la dictadura) y al mismo tiempo casi que obligó al aparato represor del Estado a bajar mucho su perfil especialmente luego de la  Operación Albania, en la cual 12 miembros del Frente Patriótico Manuel Rodríguez fueron asesinados por agentes de la Central Nacional de inteligencia (CNI), como venganza al fallido atentado contra el dictador Augusto Pinochet ocurrido un año atrás.

Los Prisioneros por su parte habían pasado rápidamente de ser una banda de barrio precaria, ultra criticada y hasta ninguneada por “los expertos de siempre”, para convertirse en la sensación más fresca que remeció la cultura chilena de aquella época, pasando a ser los principales estandartes de toda una movida de bandas que explotaron en ese momento, ya sea por moda (muchas de esas bandas estaban apadrinadas por Carlos Fonseca quien con su buena visión para los negocios se dio cuenta que era el momento de fomentarlas) o simplemente porque el contexto empezaba a permitir su aparición. Pero con Los Prisioneros pasaba algo distinto. Pese a que muchas veces ellos han relativizado su influencia dentro del contexto de la dictadura, para muchas personas sí fueron determinantes para energizar y levantar  una sociedad que venía golpeada luego de un trauma tan profundo como lo fue el golpe militar de 1973. Canciones como “Por qué no se van”, “Muevan las industrias”, “La voz de los 80’” o “Quieren dinero” fueron apropiadas por el publico como himnos contra Pinochet, y lo más importante, himnos que nada o muy poco tenían que ver con el canto popular marxista que el tirano tanto se había esmerado en hacer desaparecer. Es por ello que para 1987 los aún muy jóvenes Jorge González, Claudio Narea y Miguel Tapía estaban en la cresta de la ola, pero muy próximos a estrellarse.

Entre un breve periodo de dispersión en el que los músicos crearon proyectos paralelos que no se conocerían hasta muchos años después e incluso realizaron una surreal película clase B, había una sensación generalizada de que el grupo no tenía buenas ideas para afrontar un nuevo proyecto, la genialidad de “La voz de los 80´” y la sorpréndete madurez de “Pateando piedras” empezaban a verse como dos murallas demasiado imponentes que traspasar. En un primer momento González pensó que el tercer disco de la banda debería ser de covers a sus artistas preferidos los cuales iban desde Raphael hasta Camilo Sesto, pero notando ese clima social que transmitía aires de cambio, decidió, un poco atraído por ello, jugársela por un  disco más político, intentando volver a la acida crítica social que sostuvo con tanta originalidad en su primer disco. Es por ello que decidió el título del disco incluso antes de tener las canciones pensadas, de alguna manera eso dio pie a dibujar la temática que abordarían las letras: mayormente una mirada crítica y a ratos mordaz de la situación del país por ese entonces.

La banda se puso a trabajar de forma desordenada, apresurada, algo desganada y por sobre todo poco cohesionada. Incluso uno de los ingenieros musicales, Caco Lyon, angustiado por la desidia de González y el poco tino para cantar de Narea, decidió salirse del proyecto a mitad de camino argumentando falta de profesionalismo. Con un sonido que deja mucho que desear, una mezcla bastante al tres y al cuatro, pese a todo ello el resultado final permite tantos prismas que a mí no me deja de encantar cada vez que lo reescucho, aún con todos sus desaciertos y sus pocos, pero increíblemente potentes aciertos. Quizás la canción que mejor define esta mezcla imperfecta, pero a ratos gloriosa es justamente la última del disco Poder elegir, la más larga en la historia del grupo, con ocho minutos expone mediante una letra soberbia lo que significa justamente la responsabilidad social. Hay que decir que Los Prisioneros desde el primer momento se adhirieron a la opción por el NO dentro del plebiscito, lo que les valió una amplia censura, pero eso ya es otro tema. 

Poder elegir entre brincos synth pop, una guitarra cabalgada como solía ser el estilo de Narea y unos teclados oscuros, es una idea interesante, pero mal ejecutada y que aún así no pierde potencia para quien la escuche atentamente por primera vez, y quizás eso es el mejor resumen posible de este disco, un diamante en bruto que vale la pena escuchar con atención para sacarle todo su brillo.

Un disquito simpático



Primero que todo hay que dejar en claro que debido a la censura y estrepitoso fracaso en ventas que el disco tuvo, que contrastaba con la situación internacional de la banda que durante el 87’ ya empezaba a hacerse fuertes ecos en el publico Latinoamericano, es que al año siguiente se decidió relanzar este disco para una versión especial lanzada fuera de chile, la llamada edición Latinoamericana donde se regrabaron algunos temas y se incluyo la emblemática We are sudamerican Rokers con su respectiva video musical que sería el primer video transmitido en la MTV Latinoamérica. Fuera de eso, el 2004 se lanzó una remasterización de este trabajo en donde realmente se puede apreciar una mejor ecualización en la mezcla sonora y de esta manera el disco tiene algo más de justiciar ya que su versión original, pese a que el sonido precario puede trasladarnos a una época ochentera agarrando una estética casi de forma involuntaria, la reedición de 2004 es mucho mejor.

Los Prisioneros es una de esas extrañas bandas que siempre han sonado mejor en vivo que en sus discos, eso quiere decir que siempre fueron un grupo muy enérgico y apasionado, mezcla que a veces el estudio no consigue encapsular, pero también siento que a diferencia de otros grupos Latinos de la época, los sanmiguelinos durante los ochenta nunca pudieron producir un disco con un sonido decente y nunca existió una línea clara que los definiera en su sonido. En su primer disco estaban más cerca del post punk, pero en su segundo del synth pop a lo Depech Mode, y en este tercero hay una mezcolanza que no termina de cuajar bien, pero que cuando consigue sobresalir lo hace de manera casi impactante, no obstante, la mayoría de estas canciones tocadas en vivo (sobre todo en sus presentaciones post reunion) sonaban bastante bien y quedaba claro que quizás no manejaron la tecnología adecuada para sacarles mayor brillo a ese sonido enclenque con el que tuvieron que renegar.



Somos solo ruido es una simpática composición de Narea, cantada por Miguel Tapia, tiene mucha influencia de Devo, pero también tiene bastantes remembranzas de un punk violento, lastima la batería programada suene tan mal, por cierto el tema era una burla justamente a quienes en los primeros años de vida del grupo no se cansaron de criticarlos justamente por su mala capacidad como músicos. Narea arremete en este disco con dos canciones más de su autoría, la emblemática Lo estamos pasando muy bien uno de los mejores temas de la banda y que recuerda bastante ese sentir irónico en las letras de Gonzales del primer disco del grupo, una canción casi carnavalesca que se burla con sorna de los discursos oficialistas que remarcaban el gran progreso económico del país, increíblemente contemporánea, es un buen himno que de alguna manera Narea ha replicado en canciones propias como “Rico el país”. En la versión Latinoamericana del disco este tema lo canta Gonzalez y aunque sí lo interpreta mejor, la instrumentalización se siente más acertada en la estrambótica versión del disco original. El vals es otro aporte de Narea, un tema interesante con tiempos de vals que habla sobre la desigualdad en la sociedad Chilena, todo desde un punto de vista muy personal, la canción lamentablemente cuesta agarrarla porque tiene unos teclados al borde de lo desafinado y esa malvada batería programada termina demoliendo el espíritu de la canción, pero de todas formas con paciencia se convierte en una curiosidad del grupo bastante aceptable.



Algo tan moderno es la composición de Tapia, un ska muy influenciado en la banda The Specials, especialmente la canción Friday Night, Saturday Morning la verdad es que es una canción buenisima, algo diferente a la temática sonora del disco y por lo mismo muy refrescante. Ahora si nos vamos con los temas que compuso Gonzalez, que son la mayoría, abría que rescatar la punki y genial La cultura de la basura, la proto tecno y bastante dramática Que no destrocen tu vida, la intensa balada Cuando te vayas el único tema del disco que trata una dimensión más personal en la vida de Gonzalez que era básicamente una exposición de cómo su primer matrimonio se estaba yendo a pique. La canción es solemne y desde la primera escucha se puede sentir un aire a Salvatore Adamo mezclado con una energía cercana a The Cure.



Papapa es el primer tema del que tengo memoria que alguna vez escuche de este grupo, a mis tiernos cuatro años y me encantaba, le tengo especial cariño simplemente por ese detalle azaroso de la vida. Maldito sudaca es otra cancion que sobresale bastante, directa, rápida y pujante, un mensaje contra la xenofobia en esos codigos satiricos que Gonzalez tan bien sabia llevar adelante. Luego tenemos algunos temas que se sienten fuertes, pero que en el disco empiezan a perder el rumbo como la rockera Usted y su ambición que en vivo es bastante potente, pero en el disco queda a medio camino entre la rabia y el sosiego, caso similar a Jugar a la Guerra una idea que no se desarrolla de la mejor manera, nuevamente por las baterías tan sintéticas, en este caso la versión de la edición latinoamericana esta mucho mejor lograda, en clave rockabilly le queda bastante bien el estilo. El es mi ídolo canción medio mala onda, dicen, dedicada a Cerati aunque es más bien la exploración de la mente de un fanático que solo ama al artista por cosas superficiales, es una canción entretenida, bastante en la onda de New Order, pero que no esta a la altura de otros temas y finalmente el desacierto de Otro día nuevamente con las influencias de Devo a flor de piel, pero con la idea muy mal llevada adelante entre un caos de sintetizadores que no logran darle sentido al tema.

La cultura de la basura, pese a todo, es un disco de culto para muchxs fanaticxs  y es después del CORAZONES, el más conocido fuera de Chile. Es un disco a ratos ambicioso, desprolijo y completamente atropellado, pero si en eso ya encontramos excelentes ideas, canciones que con una segunda o tercera vuelta se convierten en algo muy interesante de apreciar y sobre todo, esa fuerza en sus letras termina de perfilar a esta banda como el disco que busca hacer mella en la conciencia social. Creo que es un trabajo arriesgado, lleno de matices y un extremo del que la banda pudo seguir desarrollándose de no ser por las conocidas rencillas entre Gonzales y Narea que desencadenaría, para muchxs en algo mucho mejor, la llegada a un sonido más pop y mejor elaborado que encaminaría la carrera de Gonzalez como uno de los grandes de la música Chilena, pero este disco de algún modo es una Piedra angular y tuvo una insolita influencia en el punk nacional, solo por ello le doy todo mi amor.-

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