Stranger Things, la
serie de Netflix que enamoró a todos el año pasado mantuvo su línea y no
decepcionó a los fans en su segunda temporada. Pero vamos a buscarle los puntos
a los signos de exclamación para ver realmente que tan buena o mala fue.
Una
sensación de deja vu nostálgico
Después del éxito de su
primera temporada (que yo también le celebré) me quedo la duda si los creadores
de la serie iban acaso a poder mantener el interés del público en la historia
superando ese impacto de nostalgia-fag que se apoderó de todos al verla por
primera vez. Sí, son los ochenta, sí, son personajes basados en películas de
culto de la época, sí, la banda sonora está recargada de ese tipo de música…Vamos,
que en cierta medida la remake de “IT” de este año se quiso servir de las
mismos recursos para llevar adelante su historia. Todos esos elementos nostálgicos
no podían volver a pegar con tanta fuerza en esta segunda temporada y pensé que
los creadores los constituirían más como simples elementos estéticos que patrones
temáticos, pero no fue tan así. Lo que sí cambio fue el enfoque de la serie que
esta vez se basó más en la ciencia ficción como unidad narrativa, aunque es
cierto que en la primera temporada habían muchos recursos propios de este género,
la carta de amor de los hermanos Duffer a las película de terror de los ochenta
hacía que la historia se inclinara justamente más por ese lado.
A pesar del cambio de enfoque, como ya dijimos, esta
segunda temporada sigue cargando de manera majadera con las referencias,
canciones y elementos de los ochenta que sólo están allí para que uno diga “Hey,
mira son los ochenta” claro, hay algunas cosas que son realmente un guiño muy
lindo para los amantes de la cultura pop como traer a Sean Astin al elenco, un
actor que originalmente debutó en la película “The gonnies” interpretado a otro
niño que era parte de otro grupo de jóvenes aventureros ochentosos o incluso el
sutil cameo de uno de los personajes ¿ochentosos? de un capítulo de la tercera
temporada de Black Mirror. Pero generalmente la saturación de canciones de la
época (en el primer capítulo para cada nueva escena hay una canción de fondo) o
los elementos tecnológicos a mi por lo menos me parecieron demasiado excesivos
sobre todo después de una primera temporada que se alimentaba de eso. Es
rematar el burro que ya no puede cargar con tanto peso, pero mejor hablemos de
la historia que es lo que importa que para bien o mal se sigue alimentando
beneficiosamente de esa aura excesiva de los ochenta.
Mucho
carácter poca narrativa
La gran gracia de
Stranger Things son sus personajes, niños y adultos, todos tienen un ángel muy
especial, incluso los que resultan más insulsos. Efectivamente en cómo estos
están construidos, cómo llevan a cabo sus relaciones interpersonales y se
desarrollan en torno a una historia muy particular es lo que hace querer ver la
serie. Fuera de eso la narrativa es muy simple, repetitiva y hasta predecible
(aunque me lleve algunas sorpresas como la muerte de un personaje que no pensé la
realizarían) Esta historia se sitúa en el otoño de 1984, un año después de los
sucesos ocurridos a la desaparición de Will (Noah Schnapp) quien sufre de
algunos episodios mentales en donde queda paralizado y observa al monstruo “del
otro lado” llamarlo, de alguna forma Will está conectado al demogorgon y este
lo usa como enlace para volver a entrar al mundo. Junto a Will siguen sus
amigos incondicionales: Mike (Finn Wolfhard ) que mantiene viva la esperanza de
volver a ver a Eleven, pues está seguro de que ella está en algún lado y bueno
los otros dos chicos, Lucas (Caleb McLaughlin ) y Dustin (Glenn Matarazzo) que
reclaman un poco más de protagonismo esta vez con la llegada de Maxine (Sadie
Sink ) la nueva chica del pueblo que sabe patinar, rompe records en los
videojuegos y es muy cool, la subtrama es que Lucas y Dustin se enamoran de
ella e intentan conquistarla por sus propios métodos. Es un recurso trillado,
pero divertido y le pone ese ingrediente de sincera ingenuidad infantil a la historia.
Por su parte Maxine es la hermanastra de Billy (Dacre Montgomery) un chico engreído,
bravucón y que se quiere coronar como el macho alfa de la secundaria. Realmente
es un personaje odioso que no suma nada a la trama, pero que al menos en un
punto de la historia se le saca de ese molde de estereotipo en el que había
sido instalado y eso me pareció valorable ya que tampoco es que hubiese tanta
necesidad de hacerlo, pero al menos se da una explicación lógica de por qué actúa
como un imbécil sin razón la mayor parte del tiempo.
La madre de Will, Joyce
(Winona Ryder) está intentando salir adelante apoyando a su hijo en estos
episodios que tiene y a los que todos creen se trata de síntomas post traumáticos
de su experiencia, pero muy pronto comienza a darse cuenta que hay algo más
allá de eso. Por último el jefe Hopper (David Harbour) vuelve a tomar un rol interesante
al revelarse que está cuidando a Eleven (Millie Bobby Brown) desde hace algún
tiempo, la relación que forjan es muy idílica y se complementan en todo
sentido, de hecho, uno de los grandes puntos de esta temporada fue dotar de una
evolución personal a Eleven, que dejó de ser la chica que apenas articulaba
palabras y comienza a comportarse como una pequeña adolecente con sus arrebatos
y sacadas de madre.
Los adolescentes en
esta temporada son quizás los más afectados en cuanto a ese carisma que reboza
el resto de los personajes ya que en este caso ellos no brillan tanto, o al
menos dos de ellos no: Nancy (Natalia Dyer) se siente culpable por la muerte de
Barbara y quiere contar la verdad al mundo, pero no sabe cómo convirtiéndose en
un manojo de contradicciones, su eterno enamorado Jonathan (Charlie Heaton) pasó
de ser el chico existencialista y rechazado de la temporada anterior a un
simple personaje de refuerzo que sólo sigue órdenes. Quizás la gran sorpresa y
la gran evolución significativa de un personaje secundario fue la de Steve (Joe
Kerry) que en principio trata de llevar las cosas a la normalidad que conocía,
pero que poco a poco se va convirtiendo en un héroe y hermano simbólico de
Dustin, ganándose rápidamente el cariño del público.
La historia de esta
segunda temporada es un eterno repiqueteo de sucesos que todos sabemos para
dónde van, pero que se van extendiendo innecesariamente hasta el momento clave
que es realmente intenso. Lamentablemente creo que el desenlace de la historia es
muy lineal, poco sorpresivo y no muy gratificante para el constante desarrollo
que se tomaron, sobre todo porque le dedicaron un capitulo completo a una
historia que se produce fuera de la trama principal y que si bien tiene
elementos necesarios para la conclusión de ésta, es bastante desafortunado en
la forma que se presenta (sí, hablo de ti nefasto episodio siete con tus
personajes sacados de los moto ratones de marte. A eso me refiero con no
excederse con los elementos ochentosos)
La introducción a esta
nueva temporada nos presenta nuevos personajes que nos hacen inducir que la
historia se amplía o irá por otro camino, pero rápidamente eso se anula y
cuando le toca la hora a esos personajes de decir “presente” son una decepción.
El gancho con que termina esta temporada es muy anticlimático porque es
evidente, a todas luces uno esperaba una revelación más fuerte que nos hiciese
repasar los capítulo de otra forma, pero no se da y en ese sentido después de
ver la temporada de un tirón no hay mucho más que exprimirle.
Desde mi humilde
opinión creo que Stranger Things debería empezar a mellar con fuerza en su
mitología para construir un universo complejo y profundo con que los fans se
puedan regodear. El rayo no cayó dos veces, en lo personal las referencias
ochentosas ya me parecen innecesarias, en todo caso rescato que los personajes
sean siempre “atractivos y activos”, tengan alma y no sean meros estereotipos,
pese a que están basados en muchos estereotipos. En fin, una buena historia la construyen
finalmente los personajes que le dan vida a ésta, y si se siguen desarrollando
de esa forma tan orgánica creo que podremos resistir las dos temporadas que
quedan (Los Duffer dijeron que harían sólo cuatro temporadas) con muy buen
pie.-
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