jueves, 7 de febrero de 2019

100 discos para mis treinta: #95 Tash Sultana – Flow State (2018)




Alguna vez encontré en esos videos que cuelgan por Facebook a una chica que hacía música  con su guitarra, batería y saxofón, todo lo generaba ella sola mediante la manipulación de varias pedaleras, amplificadores, loops y cajas de efectos. Conseguía armar melodías que se repetían una sobre otras, generando bucles sonoros, convirtiéndose en una verdadera woman orchestra, su ejecución era hipnótica. El talento innato para sincronizar de forma tan acoplada todos los elementos que manejaba llamó mi atención, la busqué por youtube y comencé a seguirla cuando no pasaba de ser una tibia sensación de la red. Los años pasaron y esa chica con onda media hippie a lo Tame Impala, creció y se convirtió en Tash Sultana, una de las artistas noveles más excitantes que pueda ofrecer el rock introspectivo.




Sanación musical



Al igual que Tool o Dead Can Dance, Tash Sultana entra en ese grupo de artista que congracia cierta mística en la ejecución de sus acordes, sumado a una relajante sensación de paz que te hace sentir que flotas cuando escuchas algunos de sus temas. Su música te puede llevar por puentes de  tranquilidad o trance terapéutico, lo cual no es casualidad, ya que la compositora (de sólo 23 años) pasó por épocas de adicción y dependencia a alucinógenos y drogas fuertes, una de las anécdotas más sonadas es que probó una pizza con hongos que la dejó en estado de intoxicación por casi nueve meses. Esta condición acrecentó en ella un trastorno psicótico, pero la solución vino de mano de la musicoterapia, por lo que parte de la propuesta artística de Tash Sultana contiene esa sensación de regeneración de heridas.

La australiana, además de un virtuosismo en la ejecución de múltiples instrumentos, denota un fuerte eclecticismo al dominar elementos del jazz, reagee, música étnica, rock progresivo y  psicodelia. Inclasificable y con un potencial aún en ciernes, esta chica se hizo conocida gracias a youtube, colgando sus trabajos y ganado millones de visitas, paralelo a eso tocaba en las calles de su ciudad mediante un complejo set de amplificadores y cajas de sonido que le permitían realizar loops de melodías para así poder alternar instrumentos. Su gran hit vino con la canción Jungle, la cual fue incluida en el soundtrack del videojuego FIFA 2018, consiguiendo un exponencial salto a la fama. De ahí en adelante, algunos singles y EP´S fueron la preparación para su primer larga duración, lanzado el 2018, se trata de Flow State, un trabajo tan discreto como envolvente.



La multi instrumentista ha desarrollado una técnica singular, tanto en su forma de tocar instrumentos como en la manera de cantar, desarrollando incluso el beatboxing y el lo-fi de sonidos electrónicos, con su primer disco viene a demostrar que va mucho más allá de un simple suceso de internet, y que por supuesto, su propuesta no cae sólo en la maestría de su propia ejecución (que en vivo resulta maravillosa) sino que musicalmente se propone como un ejercicio sanador, reflexivo, sugestivo y totalmente volátil.


Melodías envolventes en medio del estado creativo



A pesar de la temprano Flow State es un disco que merece estar en una categoría de culto por su poderosa resonancia. Claro, es un trabajo que caería en una etiqueta de simple rock alternativo si se le escucha a la rápida, pero en realidad se trata de una obra pulida minuciosamente. Trece temas en los que la oriunda de Melbourne toca más de quince instrumentos (piano, flauta, mandolina, saxofón, guitarra…) todas las canciones fueron compuestas y producidas íntegramente por ella, con un sabor contemporáneo a pesar de sus evidentes influencias soul como Amy Winehouse, Etta James o su favorita  Erykah Badu (ha declarado que “Mama’s Gun” es su disco favorito) se puede apreciar que hay una madurez que va más allá de los jams improvisados con los que se hizo conocida en youtube al comienzo de su carrera. Del tufillo a neo-regaee y ska alternativo que tenía su exitoso “Jungle” pasamos a un disco con un sello completamente inmersivo, la misma compositora lo define como un estado de conciencia:  “Me preguntaron si había escuchado del “flow state”, un estado en donde estás tan inmerso y apasionado en lo que haces que te conviertes en eso. Como un pintor se transforma en su pintura, yo me transformé en música”, explicaba sobre el título de su disco en una entrevista con The Music. Lanzado por medio de su propio sello Lonely Lands, podemos vislumbrar un esfuerzo por llevar al estudio la experiencia casi orgásmica que tiene Tash cuando ejecuta sus sonidos con contundencia y apropio.



El disco abre con una intro de evanescentes guitarras que recuerda a uno de los mejores momentos de Radiohead en el In Rainbows (SPOILER, ese disco estará en este conteo) mediante una letra que invita a sumergirnos en el proceso creativo de la propia Tash, entramos luego en terrenos más estimulantes con “Big smoke” que por medio de un rasgueo ska y unas percusiones electrónicas llegamos a un momento que rompe la calma de un tema hasta el momento bastante pop, para deleitarnos con un solo al más puro estilo Jimmy Hendrix. “Cigarrettes” juega con texturas más R&B pinceladas con una letra seductora y amena que vuelve a tocar un climax, al igual que el tema anterior, mediante un acelerado solo de guitarra que juega con los sonidos funk. “Murder to the mind” explora una faceta más cercana al jazz y los sonidos lo-fi, mientras que la poderosa “Seven” uno de los temas favoritas de la artista, nos lleva por un viaje psicodélico e instrumental donde se cohesiona las tonadas étnicas de la percusión y los teclados más ligados al jazz. Tash ha afirmado que le gustaría trabajar a futuro componiendo bandas sonoras, con temas como este no resulta difícil pensar en aquella inclinación por lo atmosférico, especialmente cuando el tema cerca del minuto tres cambia abruptamente su tonada y se vuelve mucho más oscuro.



“Salvation” es un tema que retoma el soul y cuya letra habla sobre aquel periodo de drogodependencia que vivió la compositora, pero esta vez adoptando una actitud de confianza en si misma para acabar con sus demonios, el tema tiene cierto sabor a las canciones más soul del olvidado grupo Moorcheba, destaca la suave voz de la artista que en todo caso, adquiere mayor protagonismo en “Pink Moon” donde la brillantez de su registro vocal gana terreno con dramatismo en una canción dominada en gran parte por una sobrecogedora guitarra.  “Mellow Marmalade” es quizás el tema que más desaliña en este viaje psicodélico, una canción que en otros tiempos quizás hubiese sido sugerida como lado B, ya que palidece ante la profundidad de los temas anteriores, simple y pasajera, más parece un tonada de relleno, bastante prescindible aunque con un bello solo. “Harvest Love” es otra balada, con un sonido un poco más cercano al grunge debido a sus tonos desgarrados y efectos de guitarra, el tema gana intensidad tanto en su sonido como en la voz a medida que avanza hasta llegar a un potente clímax.

“Mystik” nos recuerda un poco ese éxito que fue “Jungle” con esa mezcla de neo-regaee en el que se aderezan sonidos interesantes de por medio que pueden llegar a desembocar tanto en rock como en soul, sin duda, una licuadora de estilos y sensaciones que a pesar del trabajo de loops y sintetizadores, no se escucha para nada sobre orquestado. El saxofón aquí presente se utiliza como puente para dar paso a uno de los momentos más groovys del LP. “Free mind” devuelve la mano a toques más pop parecidos a los temas del comienzo, amables, relajantes, aunque a estas alturas no tan interesantes como lo que se venía probando.



Sin embargo, el espectacular cierre viene con la desértica “blackbird”, un viaje de nueve minutos, hipnótica, mística, con salvajes rasgueos a la guitarra parecidas a la técnica de la guitarra flamenca y uno que otro salto de tiempo, Tash Sultana firma una obra compleja, con momentos llenos de clímax, la melodía se siente como un huracán, implacable y natural. Letras breves, místicas, toques orientales y guitarreos atronadores, nos proporcionan una ida y vuelta al cenit de un volcán en erupción. El disco cierra con un “outro” que recuerda aquellos temas más introspectivos de Tool, un broche que parece innecesario después del despliegue fenomenal de “Blackbird”, pero que consigue calmar las aguas.

La de Melbourne consiguió concebir un trabajo, si bien no perfecto, bastante profundo y fiel a sus convicciones. Llena de elementos que surfean distintos estados de ánimo, pero siempre con un toque personal, mezclando facetas del rock, la psicodelia, el soul, el funk, el reeage y el R&B esta artista consigue llamar la atención fácilmente a cualquier amante de la música en general. Sin duda un disco imprescindible para cualquier viaje largo o simplemente para un domingo por la tarde. Una belleza en todo su esplendor, esperemos que la antorcha que Tash ha encendido a tan corta edad siga resplandeciendo con toda su genialidad.-   

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