Alguna vez encontré en
esos videos que cuelgan por Facebook a una chica que hacía música con su guitarra, batería y saxofón, todo lo
generaba ella sola mediante la manipulación de varias pedaleras,
amplificadores, loops y cajas de efectos. Conseguía armar melodías que se
repetían una sobre otras, generando bucles sonoros, convirtiéndose en una
verdadera woman orchestra, su ejecución era hipnótica. El talento innato para
sincronizar de forma tan acoplada todos los elementos que manejaba llamó mi
atención, la busqué por youtube y comencé a seguirla cuando no pasaba de ser
una tibia sensación de la red. Los años pasaron y esa chica con onda media hippie
a lo Tame Impala, creció y se convirtió en Tash Sultana, una de las artistas
noveles más excitantes que pueda ofrecer el rock introspectivo.
Sanación
musical
Al igual que Tool o
Dead Can Dance, Tash Sultana entra en ese grupo de artista que congracia cierta
mística en la ejecución de sus acordes, sumado a una relajante sensación de paz
que te hace sentir que flotas cuando escuchas algunos de sus temas. Su música
te puede llevar por puentes de tranquilidad o trance terapéutico, lo cual no
es casualidad, ya que la compositora (de sólo 23 años) pasó por épocas de adicción
y dependencia a alucinógenos y drogas fuertes, una de las anécdotas más sonadas
es que probó una pizza con hongos que la dejó en estado de intoxicación por
casi nueve meses. Esta condición acrecentó en ella un trastorno psicótico, pero
la solución vino de mano de la musicoterapia, por lo que parte de la propuesta
artística de Tash Sultana contiene esa sensación de regeneración de heridas.
La australiana, además
de un virtuosismo en la ejecución de múltiples instrumentos, denota un fuerte
eclecticismo al dominar elementos del jazz, reagee, música étnica, rock
progresivo y psicodelia. Inclasificable
y con un potencial aún en ciernes, esta chica se hizo conocida gracias a
youtube, colgando sus trabajos y ganado millones de visitas, paralelo a eso tocaba
en las calles de su ciudad mediante un complejo set de amplificadores y cajas
de sonido que le permitían realizar loops de melodías para así poder alternar
instrumentos. Su gran hit vino con la canción Jungle, la cual fue incluida en
el soundtrack del videojuego FIFA 2018, consiguiendo un exponencial salto a la
fama. De ahí en adelante, algunos singles y EP´S fueron la preparación para su
primer larga duración, lanzado el 2018, se trata de Flow State, un trabajo tan
discreto como envolvente.
La multi instrumentista
ha desarrollado una técnica singular, tanto en su forma de tocar instrumentos
como en la manera de cantar, desarrollando incluso el beatboxing y el lo-fi de
sonidos electrónicos, con su primer disco viene a demostrar que va mucho más
allá de un simple suceso de internet, y que por supuesto, su propuesta no cae
sólo en la maestría de su propia ejecución (que en vivo resulta maravillosa)
sino que musicalmente se propone como un ejercicio sanador, reflexivo,
sugestivo y totalmente volátil.
Melodías
envolventes en medio del estado creativo
A pesar de la temprano Flow
State es un disco que merece estar en una categoría de culto por su poderosa
resonancia. Claro, es un trabajo que caería en una etiqueta de simple rock
alternativo si se le escucha a la rápida, pero en realidad se trata de una obra
pulida minuciosamente. Trece temas en los que la oriunda de Melbourne toca más
de quince instrumentos (piano, flauta, mandolina, saxofón, guitarra…) todas las
canciones fueron compuestas y producidas íntegramente por ella, con un sabor
contemporáneo a pesar de sus evidentes influencias soul como Amy Winehouse,
Etta James o su favorita Erykah Badu (ha
declarado que “Mama’s Gun” es su disco favorito) se puede apreciar que hay una
madurez que va más allá de los jams improvisados con los que se hizo conocida
en youtube al comienzo de su carrera. Del tufillo a neo-regaee y ska
alternativo que tenía su exitoso “Jungle” pasamos a un disco con un sello
completamente inmersivo, la misma compositora lo define como un estado de
conciencia: “Me preguntaron si había
escuchado del “flow state”, un estado en donde estás tan inmerso y apasionado
en lo que haces que te conviertes en eso. Como un pintor se transforma en su
pintura, yo me transformé en música”, explicaba sobre el título de su disco en
una entrevista con The Music. Lanzado por medio de su propio sello Lonely
Lands, podemos vislumbrar un esfuerzo por llevar al estudio la experiencia casi
orgásmica que tiene Tash cuando ejecuta sus sonidos con contundencia y apropio.
El disco abre con una
intro de evanescentes guitarras que recuerda a uno de los mejores momentos de
Radiohead en el In Rainbows (SPOILER, ese disco estará en este conteo) mediante
una letra que invita a sumergirnos en el proceso creativo de la propia Tash,
entramos luego en terrenos más estimulantes con “Big smoke” que por medio de un
rasgueo ska y unas percusiones electrónicas llegamos a un momento que rompe la
calma de un tema hasta el momento bastante pop, para deleitarnos con un solo al
más puro estilo Jimmy Hendrix. “Cigarrettes” juega con texturas más R&B
pinceladas con una letra seductora y amena que vuelve a tocar un climax, al
igual que el tema anterior, mediante un acelerado solo de guitarra que juega
con los sonidos funk. “Murder to the mind” explora una faceta más cercana al
jazz y los sonidos lo-fi, mientras que la poderosa “Seven” uno de los temas
favoritas de la artista, nos lleva por un viaje psicodélico e instrumental
donde se cohesiona las tonadas étnicas de la percusión y los teclados más
ligados al jazz. Tash ha afirmado que le gustaría trabajar a futuro componiendo
bandas sonoras, con temas como este no resulta difícil pensar en aquella
inclinación por lo atmosférico, especialmente cuando el tema cerca del minuto
tres cambia abruptamente su tonada y se vuelve mucho más oscuro.
“Salvation” es un tema
que retoma el soul y cuya letra habla sobre aquel periodo de drogodependencia que
vivió la compositora, pero esta vez adoptando una actitud de confianza en si
misma para acabar con sus demonios, el tema tiene cierto sabor a las canciones
más soul del olvidado grupo Moorcheba, destaca la suave voz de la artista que
en todo caso, adquiere mayor protagonismo en “Pink Moon” donde la brillantez de
su registro vocal gana terreno con dramatismo en una canción dominada en gran
parte por una sobrecogedora guitarra.
“Mellow Marmalade” es quizás el tema que más desaliña en este viaje
psicodélico, una canción que en otros tiempos quizás hubiese sido sugerida como
lado B, ya que palidece ante la profundidad de los temas anteriores, simple y
pasajera, más parece un tonada de relleno, bastante prescindible aunque con un bello
solo. “Harvest Love” es otra balada, con un sonido un poco más cercano al
grunge debido a sus tonos desgarrados y efectos de guitarra, el tema gana
intensidad tanto en su sonido como en la voz a medida que avanza hasta llegar a
un potente clímax.
“Mystik” nos recuerda
un poco ese éxito que fue “Jungle” con esa mezcla de neo-regaee en el que se
aderezan sonidos interesantes de por medio que pueden llegar a desembocar tanto
en rock como en soul, sin duda, una licuadora de estilos y sensaciones que a pesar
del trabajo de loops y sintetizadores, no se escucha para nada sobre orquestado.
El saxofón aquí presente se utiliza como puente para dar paso a uno de los
momentos más groovys del LP. “Free mind” devuelve la mano a toques más pop
parecidos a los temas del comienzo, amables, relajantes, aunque a estas alturas
no tan interesantes como lo que se venía probando.
Sin embargo, el
espectacular cierre viene con la desértica “blackbird”, un viaje de nueve
minutos, hipnótica, mística, con salvajes rasgueos a la guitarra parecidas a la
técnica de la guitarra flamenca y uno que otro salto de tiempo, Tash Sultana
firma una obra compleja, con momentos llenos de clímax, la melodía se siente
como un huracán, implacable y natural. Letras breves, místicas, toques
orientales y guitarreos atronadores, nos proporcionan una ida y vuelta al cenit
de un volcán en erupción. El disco cierra con un “outro” que recuerda aquellos
temas más introspectivos de Tool, un broche que parece innecesario después del
despliegue fenomenal de “Blackbird”, pero que consigue calmar las aguas.
La de Melbourne
consiguió concebir un trabajo, si bien no perfecto, bastante profundo y fiel a
sus convicciones. Llena de elementos que surfean distintos estados de ánimo,
pero siempre con un toque personal, mezclando facetas del rock, la psicodelia,
el soul, el funk, el reeage y el R&B esta artista consigue llamar la
atención fácilmente a cualquier amante de la música en general. Sin duda un
disco imprescindible para cualquier viaje largo o simplemente para un domingo
por la tarde. Una belleza en todo su esplendor, esperemos que la antorcha que
Tash ha encendido a tan corta edad siga resplandeciendo con toda su genialidad.-
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