lunes, 25 de febrero de 2019

Ya nadie haba x teléfono



No es que ya no existan o que no se usen, pero es evidente que un teléfono (sea fijo o celular) ya no guarda relación con nuestras prácticas cotidianas de comunicación. Parece que ya nadie llama a un amigx o conocidx de forma directa. Una sensación en donde se mezcla la desidia y la vergüenza es lo que se produce cuando no queda otro remedio que llamar para poder hablar con esa persona que necesitamos. Además, la idea de inmediatez y resguardo (como si exponer nuestra voz fuese un asunto muy delicado) que proporcionan las redes sociales, han barrido la necesidad del hábito de hablar por teléfono. Cómo ocurrió esto y que implica para nuestra sociabilidad, lo veremos en este… ¿ensayo?


 Que hueva llamar

Ya lo decía Drake
 

En los años ochenta y principios de los noventa, tener un teléfono en casa era todo un lujo, por lo que la gente que deseaba comunicarse con alguien, tenía que llamar a algún vecino que tuviese teléfono, o bien, al teléfono del almacenero del barrio (como se veía en la serie chilena Los 80) Esto era poco práctico y por supuesto incomodo, había que involucrar sí o sí a terceras personas en nuestros asuntos personales. Llamar o hablar por teléfono era un acto que ya por ese entonces daba mucha paja realizar.

Por ejemplo, si tu novio quería hablar contigo, pero no tenías teléfono en casa, no le quedaba otra que llamar a la vecina quien podía, o tomar el recado, o irte a buscar casa, tres calles más arriba, dejando al hombre al otro lado de la línea en modo de espera, mientras tu ibas con la vecina caminando para agarrar ese teléfono y cuando llegabas (después de casi diez minutos de todo ese trámite) era únicamente para intercambiar cinco palabras, ya que  notabas como la vecina paraba la oreja con respecto a tu conversación. Por esos años, los teléfonos era una cosa empresarial, se consideraban un gasto innecesario para la familia media, el uso del teléfono era común en oficinas o centros de llamado internacional, para todo lo demás estaba o aquel ejemplo de teléfono común de barrio, o las cartas, o bien los teléfonos públicos, los cuales eran más fáciles de “hackear” (Bolaño tiene un hermoso cuento en donde narra cómo sus personajes lograban hacer llamadas internacionales desde un teléfono público, sin que les cobrasen un solo peso)  


El avance capitalista de los 90’ trajo un incremento de los electrodomésticos en nuestros hogares, comenzaron a cambiar nuestros hábitos. El teléfono fijo se volvió algo mucho más común, en todas las casas era cotidiano ver uno o dos. Las publicidades de la época hacían eco de los roles familiares por medio de la utilidad práctica del teléfono: El papá lo podía ocupar para llamar al trabajo, la mamá para llamar a sus amigas, la hija mayor para hablar horas y horas con su novio, y el niño de la casa…bueno a él no se le permitía tocarlo. Eso era por lo menos la imagen estereotípica que se vendía.

Se tejieron incluso negocios basados en el uso dialógico del teléfono, cuando se hizo mucho más masivo su presencia en los hogares, por ejemplo, números que conectaban a líneas directas de clubes de fans de algún artista, en el que básicamente contestaba una grabación que podía durar varios minutos hablando, líneas telefónicas de adivinos, y por supuesto Hot-Line. Fueron al menos unos diez años en que los teléfonos tuvieron su centralidad en nuestra vida cotidiana, donde ya era cómodo poder realizar largas charlas por teléfono en la comodidad de nuestras casas, y en el privacidad de nuestras piezas, incluso, no obstante esa práctica comenzó a cambiar por varios factores.




El primero de ellos fue la irrupción popular de los celulares, que en menos de una década barrieron con aquel esplendor de los teléfonos. Los celulares eran aparatos electrónicos que ya tenían presencia desde finales de los ochenta en círculos empresariales, donde cumplían operaciones ejecutivas y de negocios, ese era su fin y su margen de mercado establecido, cuando comenzaron a popularizarse tuvieron que acoplarse a lo que la demanda de mercado les exigía. Otro factor que determinó el fin del teléfono como único medio de comunicación predominante, fue obviamente internet, que apareció tímidamente en el mapa de los hogares, además irrumpía directamente en disputa con el teléfono, ya que como recordarán, muchas veces la conexión se generaba entre el modem y el cable telefónico, lo que imposibilitaba usar ambas cosas a la vez.

Muy pronto el celular comenzó a ser consumido y usado por un público joven y es aquí donde comienza la muerte del teléfono en su función más primaria. Los SMS, mensajes de texto y primeros chats que la juventud del nuevo milenio utilizaba para comunicarse lograban conectar inmediatamente con su lenguaje y formas de ver el mundo, donde la inmediatez se volvía un baluarte necesario. Los SMS permitían poder enviar dibujos de pene a tu compañero de clases, pasarse respuestas en un examen, y gastar menos saldo que en una llamada, pero también conseguían puntualizar el mensaje, si necesitábamos preguntar algo concreto lo hacíamos por SMS mediante un mensaje directo, en vez de tener que pasar por todo el ritual latoso que involucraba llamar por teléfono, saludar y a veces tener que decir una que otra cosa sólo por la mera cordialidad que exigían los protocolos. 




Ya no era necesario sostener una conversación artificial porque podíamos decir algo puntual sin esperar si quiera una respuesta al respecto. Era la época en que se formaban los nativos virtuales y la utilización de herramientas similares como MSN o salas de chat, lograba amplia ese modo de comunicación impersonal, rápido, fugaz, y por sobre todo sin que involucrase mucho compromiso. De allí a lo que somos ahora no ha sido más que un refinamiento de las prácticas, con una cosa muy concreta como consecuencia ¡Nadie se molesta en utilizar el teléfono para hablar! Obviamente no me refiero a situaciones laborales u obligadas (como llamar a instituciones o a centros de formación para preguntar cosas especificas) sino que el hecho de llamar gente cercana a tu vida, ya no se hace tan necesario, bajo los parámetros actuales.




SITUACIONES INCOMODAS 




En lo personal el teléfono siempre significo un reto. De niño recuerdo las ansias y nerviosísimo que me generaba el tono de espera cuando llamaba a algún amigo. Las ganas de privacidad y las estrategias que me rebuscaba  para que nadie escuchase mis conversaciones infantiles (el teléfono estaba en el living, yo me escondía tras un sofá para poder hablar tranquilo), más allá de eso, siempre vi en el trámite de marcar y esperar a que alguien me atendiese (con la casualidad de que siempre me contestaba quien no quería y tenía que explicarle quién era y a quién buscaba) un hecho odioso y agónico.

Recuerdo otra ocasión en que me toco llamar a una chica que no conocía, fue porque un compañero de curso nos había contactado para que fuésemos juntos a la fiesta de graduación de mi colegio. Yo no conocía a la chica, no había hablado con ella salvo por MSN, no conocía su voz y me daba una especie de pánico el tener que pasar esa primera frontera para derribar la cómoda virtualidad. Recuerdo como palpitaba mi corazón mientras esperaba a que la chica me atendiera desde la otra línea, por supuesto, no fue ella la que me contestó, tuve que explicar quién era y todo eso mientras pensaba seriamente en colgar y mandar todo a la mierda. Era muy tímido, no me salían bien las palabras ni el tono para decir algo ingenioso, para más remate, el celular desde donde estaba llamando tenía una pésima conexión y la comunicación se escuchaba mal, como con ráfagas de viento soplando, esto me obligaba a moverme por todo el departamento tratando de aclarar la señal, una verga, ya para ese momento mis axilas se habían hecho un charco. Pero bueno, fue algo que tuve que pasar porque no quedaba otra.



Y aunque esto es un poco ajeno a esas situaciones incomodas, también recuerdo las miles de veces que obligadamente he llamado para preguntar por trabajo a algún lugar, esos minutos de comunicación son un dolor de panza constante, inmediatamente se genera en mi un bloqueo, en donde las preguntas claves que debo hacer no se me vienen a la cabeza y sólo acabo asintiendo a todo con el fin de que la comunicación acabe ya, lo más pronto posible. A veces incluso sin escuchar bien el horario de encuentro que me están diciendo del otro lado.

Tal vez soy la única persona que le pasan esas situaciones corporales cuando se enfrenta al teléfono, tal vez piensen que exagero, y puede ser, pero el caso es que los métodos de comunicación actual, han transformado las prácticas de un modo irreversible, al punto que a veces las conversaciones se producen por medio de emojis o memes, y nada más que eso. ¿Realmente da tanta lata hablar por telefono? Sí, porque a estas alturas de la vida es más fácil manejarse por mensajes de wassap (tanto de texto como de voz). Incluso es más conveniente desde el bolsillo aquello, ya que todas las compañías de teléfono ofrecen celulares con planes de internet en 3G o 4G, la bolsa de minutos para llamar es algo que esta quedando cada vez más en lo estrafalario. Para acordar encuentros entre compañerxs de facultad, colegio o trabajo, se crean grupos de wassap (los cuales muchas veces devienen en espacios para compartir estupideces y porno) Los teléfonos públicos son simples piezas arqueológicas desperdigadas por algunas calles, que vienen a gritarnos un pasado cercano en el que la tónica parece no ser otra que la obsolencia. 

No, hablar por teléfono perdió toda utilidad, para una nueva generación resulta incómodo, latoso e innecesario, ni siquiera es necesario llamar para pedir una pizza, hay aplicaciones para eso. Realizar el esfuerzo de marcar, entonar la voz, comenzar una conversación en la que el corte no puede ser abrupto ni indeterminado (como si se puede dar en las conversaciones de redes sociales, aunque…que feo igual) es algo que a estas alturas podríamos decir que requiere de mucho carácter afrontar. Hoy en día, la languidez de lo rutinario, la inmediatez e impersonalidad en los procesos cotidianos han hecho que querer relacionarnos desde la voz sea cada vez una forma menos conveniente, y yo creo que aún no estamos ni a mitad de camino con respecto a las transformaciones que la comunicación casual nos va a develar.-


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