En toda relación hay
altos y bajos, y esta no es la excepción. Todo comenzó una tarde en que estaba
al pedo y me fije que me quedaba poca yerba, si no la racionaba bien se me
acabaría pronto. No hay problema, pensé, le mando un mensaje por wassap a mi dealer
y listo. Y pronto me di cuenta que todo iría mal. Por favor acompáñenme en esta
triste historia.
Me
clavaste el visto
Le mande un mensaje
cordial preguntando si podía venderme algo, como de costumbre no me contesto
nada, pero yo sabía que él era así, de pocas palabras, lacónico e inesperado,
me contestaría en algún momento. El problema es la desesperación, ver cada
tanto el celu esperando la confirmación de mi petición, entiendo que su mundo
es muy diferente al mío, que no vende pizzas, y que debe tomar recaudos, pero a
estas alturas yo soy un cliente de confianza y quisiera que me correspondiera con
un poco de gratitud a mi lealtad.
Antes tenía otro
contacto, mucho mejor, cada vez que le mandaba un mensaje él me contestaba al
rato, a la hora como mucho, y quedábamos de juntarnos de inmediato. Él tenía un
auto así que nos encontrábamos en un punto X, llegaba en su vehículo, me
invitaba a subir, le dábamos la vuelta a la manzana y realizábamos la
transacción, pero también hablábamos un poco – mínimamente – de nuestras vidas.
Yo sabía, por ejemplo, que él trabajaba en algunos lugares como DJ y a su vez él
se enteró que yo estudiaba cine. Era todo un profesional, y también un
caballero, cosa que no puedo decir de este otro, de quien sé muy poco. ¿Por qué
le habré dejado de hablar al otro? en fin, el caso es que perdí su contacto y
tengo que conformarme con el que elegí, porque en un momento de mi vida los
tuve a los dos, pero decidí optar por el que ahora no me contesta.
Me pareció tan cool al
principio, cuando lo conocí, era directo y autoritario: “juntémonos aquí, a
esta hora” me ponía en sus mensajes, yo llegaba al lugar y me hacía esperar
como 30 minutos, pero yo lo esperaba igual ansioso de obtener su material. Y
ahora, después de tantos encuentros me deja el visto. No lo puedo creer, ¿qué
hacer? Me siento muy viejo para buscarme otro, no tengo muchas ganas de ir
haciendo prueba y error, me da una flojera conocer nuevas gentes, meterme a
esas páginas de Facebook raras y buscar algún proveedor que podría ser un
verdadero chanta, porque sea como sea, este hombre, mi hombre, es completamente
pulcro en lo que entrega y de eso no tengo nada que decir, su calidad es
excelente.
Comprando con responsabilidad y discreción |
Nos juntábamos en una
perpetua esquina, él llegaba de improviso y me pasaba los gramos de una manera
discreta, pero directa, yo me sentía abrumado, no había tanta intimidad como
cuando me subía al auto del otro, pero sí había contacto real, un face to face verdadero.
Y ahora todo eso se ha roto, van casi tres días desde que le mandé el mensaje y
no me dice nada, seguiré esperando, la esperanza es lo último que se pierde, en
el amor y las drogas, la cosa es así.
Hago mi rutina normal,
de vez en cuando miro el celular deseando que la respuesta de mi hombre este
ahí, pero no pasa nada. Me siento desesperado, traicionado, angustiado. ¿Será
mi culpa?, ¿él no pedirle lo suficiente?, pero es que no tengo tanto dinero,
qué le voy hacer, gasto lo que puedo, si pudiese pedirle más gramos lo haría.
Tal vez ese sea el problema, ¿pensara él que mis pedidos son poca cosa?
Una
nueva decepción
Afortunadamente me regresa
el alma al cuerpo cuando me vuelve a escribir, me dice que sí, que nos
juntemos, me emociono y le contesto de inmediato. Quedamos de vernos en una
hora más. Llego al lugar de siempre, busco con la mirada el rincón de la calle
en que podría aparecer, es de noche y hace frío. Pasan los minutos, nada, miro
el reloj, le mando uno que otro mensaje en tono amistoso: “Qué onda hermano,
vas a poder venir, me estoy re cagando de frío acá”. Le escribo con la
esperanza de que me diga la causa de su demora, ya va ser casi una hora de
espera, él no me escribe nada, no me da explicaciones, maldita sea, más respeto
con tus clientes. Pensé que éramos algo, que mi fidelidad le constaba. Qué
después de tantas transacciones por lo menos me daría ciertas explicaciones.
Pero nada, ni un solo mensaje. Esa noche volví a casa lentamente pensando en
que ya no tenía sentido seguir rogándole a alguien que no te escucha.
Me sentí tan devastado,
me quedaba poca droga y mi dealer ya no me contestaba los mensajes.
Obligadamente tuve que empezar a buscar algún otro que me pudiese proveer. Tuve
que invertir tiempo y esfuerzo en conocer otros personajes, algunos que
llegaban con una droga de muy mala calidad, otros que me plantaban en los
sitios más transitados, otros que me citaban cerca del cuartel de la policía y
otros que me llamaban a los sitios más recónditos posibles. No me agrado
ninguna experiencia, extrañaba el contacto frío, pero directo que tenía con el
otro. Me gustaba sentir la expectativa de que me dejara el mensaje en visto, y
me alegraba cuando me mandaba sus mensajes sorpresa diciendo que tenía y cuando
él tenía, tenía y había que ir a aprovechar la bonanza. Tal vez eso fue lo que
le molesto, las últimas veces que me escribió que tenía yo no lo tome en cuenta,
en ese momento yo ya contaba con mi abasto de marihuana, no necesitaba más, pero
quizás debí ponerle un mensaje insignificante que dijese: “Gracias hermano,
pero por ahora no necesito, para la otra”, o simplemente decirle: “Gracias
hermano, pero ahora no tengo plata”. Que se yo, no le puse nada, pensé sólo en
mi placer. Él tipo tiene que trabajar y ganarse la vida a costa de algo, y yo
también lo ignore, quizás ahora se está vengando de mí por eso, y por eso no me
ha vuelto a responder mis mensajes.
El criterio de querer elegir a quien comprarle
Hace poco vi un video
de la página Vice en español, en donde un dealer mexicano contaba su
experiencia de cómo era esto de las transacciones con los clientes: qué cosas se
hablaban en esos micro momentos que van después de que el cliente tiene lo que
quiere, qué pasaría si se llegasen a encontrar en una fiesta, y por qué al
diller no le gustaría fumar con sus clientes. El video no lo he vuelto a
encontrar por youtube, quizás lo bajaron, pero me pareció interesante la
filosofía de aquel diller, sobre no sentirse como un simple cajero automático,
ya que por mínima que sea la relación, existía un contacto limitado por ciertos
muros, que igualmente lograban un punto en común más allá de la simple
operación. Por supuesto, el que todo se haga por debajo de la ley hace que las
complicidades tengan un cierto sabor especial, pero a fin de cuentas, no deja
de ser un negocio, no hay que perder eso de vista.
Quizás este otro video
sobre dealers (también hecho por el equipo periodístico de Vice) que trata más
en primera persona sobre cómo es trabajar en estos rubros, aclare un poco más
el panorama al respecto sobre cómo es esa cuerda floja por la que se equilibran
estos tipos.
Eso si, yo hago una
sutil comparación entre dealers y narcos, aunque tal vez sean lo mismo, pero
para mí el dealer es algo así como el pequeño comerciante, el que tiene su
propia droga y la vende por su cuenta, a baja escala. Cuando pienso en narcos,
pienso en esos hombres nefastos que fueron difundiendo la pasta base en las
poblaciones más pobres del chile de la dictadura, y cuando pienso en dealers se
me viene a la cabeza la figura del loquito piola que vendía droga en el barrio o en
la universidad, tal vez sea casi romántica esa imagen ya que nos pone en la
mira de un tipo independiente, que se coge el poder y el deber ser. Por otro
lado, para mí los narcos siempre son parte de una organización, de una mafia,
de un cartel, lo que sea, y manejan mucho poder al punto de relacionarse con la
política y los monopolios empresariales. De todos modos, cómo saber realmente
si un dealer no está trabajando para un narco, o en qué momento un dealer pasa
a ser un narco, es muy ambiguo el tema.
Supongo que lo que se aplica ahí es el mínimo criterio de evaluación (siempre
subjetivo) que ronda sobre nuestras cabezas con respecto a la persona con la
que estamos tratando: “este tipo me parece confiable, le voy a comprar a él” Yo
he conocido mucha gente que vende droga porque tiene plantaciones de marihuana
en casa, o porque a lo Walter White, se maneja en las cocinas químicas, pero
hasta el momento creo que no me he topado con ningún narco, además esa idea de
que los narcos están casados con la violencia, con las balas y con la muerte es
algo que no irradian los dealers del mismo modo.
Como sea, no pienso
decir que una cosa es mejor que la otra, o que en si el negocio en torno a la droga no
sea una gran mierda. Es decir, la felicidad sería despenalizar el auto cultivo
y que cada quien pueda experimentar los efectos de las drogas sin miedo a
represiones policiales, sin embargo, ese mundo ideal está lejos y sólo tenemos
que conformarnos con las lejanas calles de Suiza donde en algunos puntos la venta de marihuana es accesible, o las no tan lejanas calles de Uruguay, en
donde se puede comprar aunque sólo si tienes sangre charrúa. Para el resto sólo
nos queda seguir dependiendo de los dillers, y rezar porque nuestro criterio no
nos engañe. El mío ya no me ha vuelto a hablar y me empezado a plantear algunas
ideas terribles y liberadoras como que tal vez he sobredimensionado un poco
aquella droga. Es cierto que aliviaba mis músculos, y me relajaba cuando hacía
falta, pero tal vez no sea tan necesaria para alcanzar un pequeño estado de
felicidad, como que a veces una buena volá
depende también del ánimo y energía que uno proyecte desde dentro, y cómo
que también vale la pena conocer muy bien el cómo, cuándo y para qué fumar. Tal
vez esto de que mi dealer ya no me conteste los mensajes sea una bendición
disfrazada de maldición, de todos modos, ¡te perdono todo, contéstame pronto
mierda!
Buen relato
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