miércoles, 31 de enero de 2018

Parra que no me olvides




Mi historia con Parra no es gran historia, pero tampoco cosa poca, al menos para mí. No fue que me leyese un libro suyo y dijese “entretenido el señor”, fue un poco más hondo el puñal de genialidad que su obra provoco en mí. Hubo algún periodo de mi adolescencia que respiraba a Parra y le intentaba seguir la pista de manera muy sutil, sin tener gran idea de qué iba todo ese cuenta de la Anti-poesía, surfeando entre Cortázar, Mike Patton y el oriundo de Chillan. ¿Qué era la antipoesia? acaso una invención folclórica de un avispado comerciante o tal vez una desesperada fabulación literaria que buscaba hacerle el gallito a toda la tradición literaria solemne que reinaba en Chile, tal vez  como diría Parra, “Ni lo uno, ni lo otro, sino todo lo contrario”

 
Ese abuelo que todos quisimos tener


Cuando nací, Parra ya era un anciano, estaba rumbo a los ochenta años y era una leyenda viva. Curioso, pero en un país anodino y traicionero como lo es Chile, en los noventa ya le  reconocían y hasta le alababan varios méritos, principalmente en el campo académico de la literatura y las matemáticas, sin embargo, en lo popular todos lo reconocían mayormente por la apabullante figura de su hermana Violeta. 

El clan de los Parras son algo así como ese resabio de un Chile pre industrial, campechano y anónimo, en el que todos podemos reconocernos un poco. Un tiempo en donde las locomotoras eran el nexo y el nervio obligatorio de la larga franja de tierra con vista al mar que es el país. Se trataba de un Chile profundamente oligarca (¿y eso ha cambiado a más de cien años acaso?) y desequilibrado, pero que no aceitaba tan perfectamente su máquina sistemática burguesa, porque de la tierra y las hojas brotaron los Parras y uno de ellos, él único que no quiso dedicarse eternamente a la música pudo pisotear todo lugar común que le venía destinado. No tanto por salir de la pobreza abyecta en la que se encontraba desde su cuna, sino más por penetrar en un mundo culto y oscuro en el que – para esos años y los actuales – no se le permitía la entrada a cualquier pelagato.

Un poco siento que algo similar le ocurrió a Pedro Lemebel, a Jorge González, a Enrique Lihn y a Roberto Bolaño, en distintas circunstancias por supuesto. Personajes que son ruptura dentro de un paisaje carcomido por el clasismo, el racismo y otros males que han hecho crecer económicamente a Chile. Personajes que entran en la cultura sin tocar el timbre, sin pedir permiso, sin un aval genético que los respalde, sin un patrimonio de identidad. Se van creando solos, con los retazos de lo que van recogiendo para cocer. Parra es eso, un retazo de tantas cosas, tantos hechos, tantas tramas, tantas jugarretas que a lo largo de los ciento tres años que llego a cumplir se pierden en la playa de las Cruces. 

Me imagino al viejo leyendo algún tratado sobre economía ecológica, con una lupa gigante, sentado en su pórtico con un platito lleno de gajos de naranja cuyas fibras se le adhieren a su chaleco color cargó. Con el cabello enmarañado, quedándose a medio dormir, interrumpido por unos visitantes -profesores tal vez- que van de paseo por ahí y lo saludan como si se tratase de una gran atracción turística y el viejo los observa, los analiza y luego los saluda, los invita a pasar, les convida algo de tomar y les habla del silencio, del prelenguaje de las guaguas y de la cibernética ecológica. Nicanor Parra es como ese abuelo de campo que se funde con el lord de las urbes más cosmopolitas, culto en lo popular y en lo académico. Ese abuelo que entiendo el juego de los niños que buscan constantemente su identidad. Ese abuelo que ironiza en su persona sobre la verdad y la mentira, lo sagrado y lo profano. Ese abuelo que le gusta usar gafas y entrenar la memoria recordando sonetos, poemas y versos. Ese abuelo que te dirá cosas irreverentes  y que realmente quiere aprender qué significa vivir para un joven en el mundo de hoy. En fin, para mi Nicanor Parra es el abuelo que muchxs quisiéramos tener. Lo cierto es que todos esos abuelos desaparecieron.


Voy y Vuelvo

Fue en primero medio que lo conocí bien a fondo, obviamente antes ya me habían obligado a estudiar algo de Nicanor Parra en el colegio, tarea imposible por donde se le mire. Pero fue en primero medio, a mis catorce años aproximadamente, cuando me interese concretamente por la obra de Parra. Obviamente al principio me intimidó, tantos libros, tanto tema, por dónde empezar. Obviamente algunas cosas no me interesaron en lo más mínimo, su traducción del “Rey Lear” o la obra “Hojas de Parra” no le di mucho crédito, en realidad, ningún libro me llegó a interesar mucho porque realmente sus poemas eran voces que pasaban, algo así como esos escritos que se dejan en un baño público: Fugaces y geniales. Ponerlos en un libro los aprisionaba un poco. 

Un profesor de Lenguaje al que estimo mucho porque me abrió la cabeza a muchas cosas en ese momento de mi vida nos mostró a Parra, nos enseñó el libro “Poemas para mejorar la calvicie” una rara mezcla de chistes y filosofía de lo práctico. Recién ahí me enteré que la letra de la canción de Chancho en Piedra “Sinfonía de Cuna” era realmente un poema de Parra. 



Entusiasmado busque libros de él en la biblioteca del colegio, encontré pocos, básicamente los libros de manual para entender la antipoesia que poco explicaban el sentido de esta, explotar las convenciones del lenguaje en actos subversivos codificados, o algo así. Había muchos escritos y no todos me gustaban, pero los que me gustaban tenían “chispeza” como se dice hoy en día. Eran un golpe al sentido común, a las vergüenzas y sobre todo a la humanidad. Parra manejaba el lenguaje de una forma tan hábil que en su coloquialismo nos hacía libres de solemnidades payasas. Luego descubrir parte de su obra visual me dejo mucho más excitado sobre su figura, la que a todas luces lo relacionaba con una especie de Maestro Roshi.

Lamentablemente a mis catorce años me sentí muy poca cosa para escribir poesía al modo que Parra lo hacía y preferí escribir mis primeros versos siguiendo la línea normativa con la que a uno le enseñan a conocer la lírica: Voces profundas, temas trascendentales, tormentos de amor, locura bien atada, esperanza, luz versus oscuridad. Y bueno, todas esas cosas escribí, y de repente me daba por escribir de alguna espinilla que afeaba mi rostro, del placer de hacer caca, de lo orgásmico que es quedarse pegado viendo un punto en medio de la nada, de lo mucho que amaba que un desconocido me rozara la espalda sin querer. Pero no escribí nada de eso hasta mucho después. Yo sentía que sólo Parra podía darse el lujo de poner el mundo patas para arriba y que le aplaudan.
 
El tiempo pasó, conocí otros autores, otras cosas, pero Parra siempre estuvo allí como de refilón a todo lo nuevo que aprendía, como si fuese indirectamente un filtro de calidad. De vez en cuando me encontraba su nombre en lugares insólitos como en la revista Cara, en el horrible diario Las últimas noticias o en un comercial de televisión. Recuerdo que el The Clinic sacó un especial de Parra, compre ese pasquín con mucha expectativa, y creo que recién ahí pude entender algo de lo que significaba mundialmente su figura, que hasta entonces yo asimilaba que era puramente local.



Conocer más a fondo a Parra como icono pop me hizo verlo ya no solamente como un conjunto de poemas sueltos de inmensa genialidad y vigor, ahora era una persona, un mortal a fin de cuentas, alguien que hablo parcialmente bien de Pinochet en algún momento, que tomo té con la esposa de Nixón, que tuvo terribles encuentros y desencuentros con Neruda por cosas de mero ego artístico. Que no confiaba en la izquierda, en el comunismo, que prefería ensimismarse a veces de la contingencia, que sentía fuertes lazos con las etnias y con la naturaleza. Un hombre que fue autoritario,  y no me cabe la duda que machista en muchas ocasiones. Y sí, tal vez podemos decir que fue un hombre de otra época, una en donde nadie se escandalizaba tanto si las mujeres eran tratadas como carne en oferta, y Parra, lamentablemente no es ajeno a aquellas vicisitudes, a pesar de identificarse como alguien ingenuo frente a la seducción femenina



De todas formas siempre tuve presente a Parra, y cada genialidad de Parra intente acariciarla de alguna forma u otra, a veces cayendo en el mal gusto de la réplica, del calco, de la imitación sin medida, traicionando las propias sentencias del poeta “Robar está permitido siempre que sea con asesinato”. Recuerdo un día en el salón de clases que me puse a escribir el padre nuestro en el pizarrón (mi colegio era católico) y por supuesto intente subrayar de manera vertical las palabras TOMECOCACOLA. A la mayoría de mis compañeros les causo gracia, aunque no captaron a quien estaba homenajeando/robando. Otro momento Parriano en mi vida, mucha más honesto y directo fue varios años después, mientras veía por youtube aquel programa noventero llamado “El show de los libros” conducido por el escritor Antonio Skármeta, se trataba de un capítulo especial dedicado a Parra, en donde él en un momento entrega su número telefónico a la audiencia. En ese momento estaba solo en mi casa, con muchas ideas perdidas en mi mente y con ganas de que un rayo de creatividad o al menos de ímpetu me atravesase, entonces pensé “¿Y si lo llamo?” disque el número en el teléfono de la casa, temblé de emoción cuando se empezó a escuchar un frío tono de espera que anhelaba morir a cada instante, rápidamente el nervio me cubrió el plexo solar. ¿Me contestaría alguien?, mi osadía no dio para más cuando efectivamente una voz suave y femenina dijo “Aló” desde la otra línea. Yo no tenía razones para decir nada realmente, y es que no esperaba que mi jugarreta tuviese efecto, pero ahí estaba con el fantasma de una voz que me contestaba, colgué de inmediato. Quizás ese fue el momento de mi vida más cercano que estuve de entablar un cruce (meta) físico con Parra, y lo desaproveche porque no me sentía listo para dar la cara, igual, a lo mejor el número simplemente era de otra persona, pero en fin.

Lo último que intente hacer ocupando la buena figura del antipoeta fue durante mi primer año estudiando pedagogía en español en la Universidad de Concepción. Con un compañero habíamos leído la autobiografía de Jodorowsky “Danza de espadas” en donde cuenta sus hazañas poéticas junto a Enrique Lihn y su encuentro con Parra que devino en una creatividad surrealista sin cuartel. Alienados por las hazañas del psicomago quisimos emular una de sus performance en donde él y Enrique Lihn anunciaban por varias calles de Santiago la llegada de un gran guru en un punto determinado de la ciudad y a una hora determinada del día. La cosa es que cuando llegó el momento, los pocos incautos que acudieron a ese lugar se encontraron con un disfrazado Enrique Lihn diciendo frases al azar. Toda una jugarreta poética.

Nosotros teníamos una idea parecida, pero no igual. Queríamos poner carteles en varias partes de la universidad anunciado una visita de Nicanor Parra a la facultad de humanidades en donde se anunciaba que efectuaría su retiro de las letras. Recuerdo que un amigo que era diseñador gráfico me hizo un flyer con la conocida foto de Parra tapándose el rostro y con un mensaje que decía “Parra deja las letras. Parra que no me olvides” La cosa es que queríamos citar a gente a un lugar determinado, a una hora determinada, pero cuando llegarán sólo encontrarían la cruz del “Voy y Vuelvo” y a nosotros disfrazados de bufones. No parece una mala idea, de seguro muchos hubiesen caído en ella. Pero la verdad sea dicha, la flojera, la vergüenza, la vida estudiantil basada en el alcohol y sobre todo la dejadez adolecente nos impidieron si quiera avanzar más de dos pasos en la tarea. Al final la idea nació muerta y quizás yo hubiese seguido haciéndolo sólo, me hubiese dado la paja de hacerlo, pero sentía que no estaba listo para profanar a Parra. El creer que nunca se esta listo te hace perder los momentos indicados, y es que realmente nunca estamos listos para nada hasta que lo hacemos.

Por último, desde que murió Parra me gusta pensar una bobería reconfortante, una que sería el final perfecto para una película de Kusturika sobre los hermanos Parra: Imagino a Parra despertando en el campo, caminando impulsado por una música de guitarras y cantos que lo guían hasta la fonda de su hermana que lo recibe con cariñosas groserías “Buta que te demoraste, viejo e mierda” y ahí se reencuentran los ocho hermanos. Y brindan, y charlan, y se pelean. Pero al final se abrazan y de ahí en adelante, sepa moya quién paga la cuenta.-

No hay comentarios:

Publicar un comentario