jueves, 6 de agosto de 2020

Series para ver, volver a ver y pensárselo mejor antes de ver: La Jauría



Tal como paso con Bala loca la ficción Chilena ha vuelto a dar cátedra sobre cómo realizar un intenso y profundo thriller policial, casi a la altura de la primera temporada de True Detective. Pero al igual que pasó con la serie de Chilevisión, La Jauría intenta tocar muchos temas asentándose en una problemática  social urgente que requiere una exposición adecuada para desentrañar sus recovecos, al mismo tiempo, presenta una historia sórdida con componentes de acción y conspiración. Quien mucho aprieta poco abarca. Así que concentrémonos en todo lo bueno que hizo esta serie y también desentrañemos lo que considero le faltó para llegar a la gloria.

Un thriller feminista


Una serie como La Jauría  no es fácil de asimilar para cualquier espectador que al día de hoy siga considerando al movimiento feminista como una exageración. Esto porque la serie se mete directamente en la pata de los caballos, denuncia de forma directa y sin demasiadas concesiones la desigualdad de género y el machismo desde todos los ángulos posibles.  Es una serie que no teme tomar un posicionamiento político respecto a cómo el machismo normaliza actitudes que terminan destruyendo moralmente a las personas y en alto grado, también, desmoronando la unidad social.

Por lo mismo siento que es una serie que se enfrentará a mucha resistencia, porque una crítica simplista dirá que solamente se está agarrando de algo de moda (el feminismo) para finalmente contar una historia policial que no consigue salirse de ciertos tópicos propios del género. No obstante, la temática central de la serie desde un comienzo orbita sobre el abuso de un género sobre otro, ampliando ese concepto a situaciones cada vez más globales, dando a entender que el machismo no es una opción “ideológica” sino simplemente una actitud que busca subyugar a otrxs  mediante premisas (erróneamente) biologicistas.


Producida por Fabula, la productora cinematográfica de Pablo Larraín, podemos notar en su impecable primer capítulo un cuidado estético por cada escena.  Los primeros capítulos, de hecho, gozan de un estilo tan expresivo y asientan un ambiente sórdido, espeluznante y completamente denso que permiten transformar nuestro morbo como espectadores a un nivel mucho más intenso, sumergiéndonos completamente en el mundo que esta historia propone, un mundo que no carece de detalles visuales ni sonoros. El gran mérito de La Jauría está en sus primeros capítulos, en la forma en que estos van presentando un mundo siniestro, incomodo de tragar y en el que todxs, pero absolutamente todxs lxs personajes tienen un lugar bien marcado dentro de la historia.

Todo comienza cuando dos policías de la brigada de investigación en delitos de género, Olivia (Antonia Zegers) y Carla (Maria Gracia Omegna) rastrean un posible caso de secuestro  adolecente, un par de pistas vinculan el caso con la desaparición de Blanca (Antonia Giesen), alumna de un colegio privado y católico, que  además, lidera una toma feminista dentro del recinto exigiendo el despido de un profesor acusado de abuso sexual. En medio de toda esta situación se suma la comisario Elisa Murillo (Daniela Vega) una perceptiva y audaz especialista en homicidios, quien encuentra los restos de una chica desaparecida y rápidamente conecta la desaparición de Blanca con el hallazgo. Sin demasiadas pistas, de pronto, se viraliza por las redes sociales un video donde un grupo de 5 enmascarados abusan de Blanca. Inmediatamente Elisa se da cuenta que todo se trata de un macabro juego virtual en donde hombres se les ordena a modo de prueba,  subyugar mujeres, marcándolas y cazándolas.


De aquí en adelante la serie no dará respiro. Inspirada en los hechos de la Manada en España,  pero también en otros elementos como el juego virtual de la ballena azul o incluso en las tomas feministas en los colegios chilenos el año 2018, la serie presenta varias situaciones a través de un filtro escabroso. La gracia, en lo personal, no va tanto en el desarrollo de la historia detectivesca, que a grandes rasgos se ve bastante sólida y no presenta demasiadas inconsistencias narrativas que distraigan, para mí, el gran merito con que la serie consigue atrapar es en las descripciones psicológicas de sus personajes, y en ese punto tanto el lenguaje audiovisual como la interpretación están en un nivel muy bueno. Se nota la experiencia de Fabula al presentarnos ambientes y situaciones macabras, pero con la sutileza de una cámara que sugiere (incluso cuando lo que se muestra es demasiado escabroso) así como de una potente puesta en escena que a veces dice más de lo que alcanzamos a notar.

Desde el abatimiento moral y psicológico de uno de los violadores de Blanca, el bullyng al personaje del hijo de Olivia, la ambigüedad siniestra de Augusto Iturra (Giordano Rossi) y su madre (Claudia Di Girolamo) ambxs antagonistas que se presentan en una escena increíblemente estilizada e intrigante que le da ese sabor de thriller macabro al asunto. Así como también la sorpresiva aparición del Divino Anticristo, o los simbolismos que presenta el personaje del sacerdote interpretado por Francisco Reyes,  cada escena respira un ambiente expresivo, cuidado con gran detalle bajo la dirección de arte y fotografía.

No obstante, la serie se toma momentos en donde toda este mundo oscuro y bien narrado mediante imágenes cercanas al cine más independiente, desaparece estéticamente para sumergirnos a un mundo digital propio de los años noventa, con pantallas oscuras, dígitos y mensajes en colores verde, además de disponer una idea de que lxs hackers son poco más que genixs capaces de violar cualquier sistema de seguridad. Esta extraña incorporación estética, aunque cumple un fin dentro de la historia (porque sí, el cyber crimen y una pequeña subtrama de hackers también se hace presente)  me sacaba mucho de onda en los primeros capítulos ya que terminaba entorpeciendo la estética general, otorgándole un tono muy distante y sin conseguir compatibilizar bien con el enfoque.

Contra las instituciones


La Jauría es una serie que se hace responsable de marcar y exponer toda la violencia de genero que las Instituciones patriarcales han establecido, desde la iglesia, el poder político y para mi gusto, también la policía. Obviamente al disparar hacía tantos frentes y con una historia que demanda la necesidad de llegar a ciertas conclusiones, mucho del potencial inicial se va desvaneciendo casi al final de sus ocho capítulos. Tramas como la del sacerdote o la toma feminista quedan poco a poco relegadas. Así mismo a medida que nos adentramos a las historias personales de las protagonistas, volvemos a recaer en elementos clichés que no cambiarían tanto si éstas fuesen varones, aunque la historia de Antonia Zegers daba mucha leña, pero requería más tiempo de desarrollo.

Finalmente los últimos capítulos de La Jauría pierden un poco todo el ambiente oscuro, las cosas empiezan a resolverse de forma bastante acelerada y peor aún,  de manera un poco predecible, sin una reflexión lo suficientemente potente con respecto al gran tema en cuestionamiento, aunque con momentos discursivos bastante feministas a destacar como la confesión pública de la comisario Oliva, que de algún modo también pone en cuestionamiento la Institución policial.

El capítulo final tiene una persecución con música setentera de fondo lo que ya muestra un completo cambio de enfoque, su apresurada conclusión deja todo abierto para una continuación que ya no se siente tan necesaria debido a que los dardos de la historia disparan ahora hacía una organización mundial tipo logia y ahí es cuando siento que la serie perdió algo de su brillantez. La problemática del machismo se consigue tocar desde una mirada cotidiana (aunque sea en un barrio alto) y no por ello menos punzante, no obstante, la seria decide avanzar y enfatizar esta problemática en algo parecido a una secta, en donde incluso ya empiezan a caer personajes absurdos y casi deshumanizados. Mientras era interesante escarbar en el hecho de cómo cinco jóvenes, aparentemente sanos e hijos del patriarcado, decidieron abusar de una líder feminista dejando sobre la mesa el cómo reacciona una sociedad ante esto, empezar a poner el foco sobre personajes extremistas y brutos, sobre una organización machista mundial, hace que la serie pierda la complejidad de su denuncia inicial, ya que pareciera ser desde ese momento que el machismo no es producto de una sociedad con códigos patriarcales totalmente conectado con otros sistemas como el capitalismo o capacitismo, sino el efecto de gente con Poder e ideas (se podría decir) completamente supremacistas que influyen sobre el orden mundial. ¿Acaso con esto se quiso dar cuerpo a la idea de Patriarcado? Puede ser, de todos modos vale la pena otorgar el beneficio de la duda para una segunda temporada si es que logra también sumergirnos en esas aguas oscuras.-


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