Orquestando su propio réquiem
Podría decirse incluso que la muerte de Bowie lo popularizo mucho más, al
punto que muchos trabajos Under de su carrera, ahora son mucho más apreciados a
un nivel masivo. En ese sentido “Blackstar”, un disco con un entorno de
acid jazz y muchos momentos de inquietante sicodelia, sea tan abalado a un
nivel casi mainstream, habla del arrastre que Bowie aún podía sostener con su
incombustible figura. Según cuenta un documental de la BBC, Bowie se enteró
tres meses antes de estrenar el disco que el cáncer que padecía era terminal,
incluso cuando se grabo el videoclip de “Lazarus” ya le habían informado
que pronto le dejarían de suministrar el tratamiento. No quiero decir que Bowie
estaba totalmente consciente de su muerte al momento de producir y grabar este
disco, pero todo indica que al menos sabía que no volvería a grabar nada más. “BLACKSTAR”
es contundente, aunque resulta imposible imaginarlo desligado de la muerte
de su cantante, si intentamos hacer ese esfuerzo, se siente de todas formas
como un réquiem.
Aunque ya venía de un gran trabajo como lo fue “The Next Day” en el
que la nostalgia parecía inundar cada eco, acá el último David Bowie parece
reconocer su destino y eleva una obra sombría, que pese a no caer en el pop de
otros tiempos, igual su sensibilidad llega a conectar a un nivel más de
sensaciones. Es un trabajo duro que retrotrae los sonidos de un jazz noir, de
esos que parecen musicalizar las esquinas más sórdidas de las grandes ciudades.
Los últimos años de Bowie fueron en Nueva York, vio el crepúsculo en la gran
manzana, lugar donde el jazz siempre ha marcado los ritmos y las convulsiones,
las mismas que se sintieron en el 55 Bar, un club de jazz que el músico
frecuentaba y donde conoció a Donny McCaslin quien junto a su banda le dan ese
toque urbano-decadente a “BlackStar”. Ciertamente este último Bowie que
se escucha no tiene nada que ver con el aún entusiasta que apareció en el “The
Next Day” y el ambiente por supuesto tampoco.
“Blackstar” apareció luego de un hiatos, de manera casi
súbita, con videos musicales y todo incluido, la crítica lo aplaudió, aunque
tuvo cierta apatía de parte de un público masivo, dos días después su muerte
aconteció, sus éxitos florecieron, “Blackstar” se entendió entonces, se
revalorizó como la carta de despedida que siempre fue. Personalmente escuche el
disco mucho después de la muerte del artista, me impacto de inmediato, la
sensación de descenso que transmite es directa, alucinante y dramática. Bowie
sigue siendo Bowie, y su estilo se manifiesta con total soltura, pese a que
elementos de aquí o allá consigan otros aires, como ciertas guitarras a lo King
Crimson, jazz de corte a lo Ornete Coleman, alusiones a su propia trilogía Berlinesa,
todo eso está, pero transmutado como algo novedoso, ya que el sello de Bowie
estampa todo con una solvente elegancia. De esta manera el disco se abigarra de
ambiente bohemio, seductor, pero también peligroso, de un punk de tonos góticos
y alucinógenos. Es un trabajo que entusiasma en cuanto a su sonido, se entierra
como un puñal en tu pecho, se siente el dolor que transmite, se siente el miedo
y en cierto grado la resignación. Es una despedida con todas sus letras, hay
otros artistas que han hecho este tipo de trabajos, pero este disco, aunque a
simple escucha pueda parecer caótico y azaroso, con la debida atención te puede
guiar por esos recovecos oscuros de la mente que se enfrenta a la fatalidad, en
este caso, es muy literal.
La estrella negra
“´Tis is a Pity She was a whore” nos inunda de jazz en donde el saxofón de
McCaslin tiene grandes momentos de ataque, tornándose en una canción frenética,
explosiva, con ese aire enigmático que Bowie consiguió transmitir en “Ashes
to ashes” – algo de lo que mucho tiene que ver en eso su legendario
productor Tony Viscontin – y que a poco avanza a momentos mucho más
experimentales que empujan las capacidades vocales de Bowie, una proeza y a la
vez locura. “Lazarus” nos devuelve un ambiente más onírico, el espíritu
del jazz se acerca más al saxo de David Jackson, mientras que esa letra es
imposible no asociarla a una suerte de resignación ante la finitud. Para una
estrella como Bowie, se puede interpretar, un poco, como abrazar el miedo que
le inunda el saber qué será de su legado una vez que ya no este, dando así un
discurso póstumo hacía el mundo artístico, “Lazarus” pone los pelos de
punta, un ambiente totalmente profundo y tétrico, pero irresistiblemente
atractivo, de algún modo puede recordar a Radiohead, pero vagamente, la canción
se siente totalmente conectada con toda la obra del ex Major Tom.
“Sue (Or in a Season of Crime)” devuelve una atmosfera punk que se va
trastocando por arremetidas de jazz al más puro estilo John Zorn con pequeños
detalles de Krautrok para darle el cierre con un momento de vibra electro
trance, totalmente nocturno, delirante y furioso a su manera. “Girl Loves Me” mantiene ecos más
ceremoniales, aunque tal vez para una ceremonia oscura, acá se nota la
influencia que Bowie tomo en ese ambiente de sonido de jazz ecléctico que
Kendrick Lamar vertió en su maravillosa “To Pimp A Butterfly” (disco del que también hable) ya que el flow que va armando mantiene una esencia o un
color similar al disco del rapero estadounidense. La relación, igualmente, no
es tan colgada ya que Bowie en sus últimas entrevistas siempre hablo con mucho
interés en la carrera del rapero, revelando que el Ingles nunca dejaba de
buscar nuevas ideas para su visión musical.
En “Dollar Days” se respira un aire melancólico, funerario, desfragmentado. Un sosiego intimista tanto en su letra como en el sobrecogedor jazz que convierte una tonada de rock suave, en una magistral pieza de jazz. “I´can´t Give Everthing Away” cierra de manera humilde, dejando de lado un poco las arremetidas jazzeras (pese al genial saxofón que cierra con elegancia y maestría), en cambio nos devuelve por unos minutos (y por última vez) al Bowie de sonidos más acomedidos, esta vez, cubierto de un aire new wave, se despide mientras se escuchan unos sintetizadores y una batería programada que crean una sensación que se encuentra cantando dentro de un cohete, vagando por el espacio. La muerte fue un simulacro, el duque blanco está en el espacio y es una estrella negra. -
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