lunes, 7 de febrero de 2022

100 Discos para mis treinta: #10 King Crimson - Red (1974)

 

¡Al fin llegue al puesto número 10 de este conteo que tantos años me ha tomado! A partir de aquí ya comienza el inicio del fin para este listado, por supuesto habrá una sorpresita, pero ahora vamos sin demora a revisar un disco que honestamente debe ser uno de los más reseñados en internet por lo que muchas cosas nuevas no puedo llegar a aportar, pero vamos que este disco es un trabajo tan maravilloso que ignorar su impacto musical a nivel tanto personal como general, sería una estupidez.


El último grito del Rey Carmesí


 

Con “Red” la banda inglesa King Crimson culmina una de sus etapas más fructíferas en cuanto a su carrera como artificies del prog-rock. Un disco amado y de culto que rivaliza con otros grandes momentos como lo fue su pomposo debut del “In the court of King Crimson” de 1969 el cual pone los puntos sobre los elementos que este primer King Crimson desarrollaría a lo largo de sus 6 discos antes de llegar a “Red”, una perfecta armonía entre ecos de sinfonía, explosiones de jazz y electrificante heavy metal.

“Red” es considerado discutiblemente el mejor disco de la banda y para muchxs esto también podría deberse a que cierra con broche de oro esta primera etapa, de hecho el disco fue publicado un mes después de que la banda tuviera su primer hiatus, Robert Fripp disolvería la banda y empezaría una carrera solista así como seguiría alimentando otros proyectos alternos, luego el regreso de King Crimson vendría con otra formación y se abocaría a otro estilo, es por ello que “Red” siempre fue mirado por lxs fans con algo más que alabanza musical sino que con algo de cariño al considerarse en su momento el último esfuerzo discográfico de una banda que parecía ya no podía seguir explotando su fórmula. 

Para “Red” el mentado guitarrista Robert Fripp vio reducida su agrupación a un trio junto con el bajista John Wetton (que también canta) y el baterista y percusionista Bill Bruford, el violinista David Cross fue despedido pese a que ya había aportado ideas en algunas canciones del disco. En todo caso a este power trio los acompañan un grupo de músicos que aderezan esos momentos de dramatismo, tensión y consternación que la banda de Fripp siempre transmitió en sus obras. Entre ellos se encontraban antiguos conocidos como Ian McDonald (uno de los fundadores de la banda en 1968) para encargarse del saxofón (y algunos otros instrumentos) y también llamaron a un colaborador del disco “Dicipline” Mel Collins como saxo soprano.

De momentos densos, oscuros, pero que no olvidan oxigenar las melodías con aderezos de dulzura llenos de algo de magia onírica, este disco si bien sigue la estela de los anteriores, la melancolía que se expresa en el conjunto de cinco canciones que dan forma a la placa, la hace sonar como un trabajo que perfecciona en muchos momentos sus esfuerzos anteriores, realmente una vez acabado de escuchar este trabajo queda la sensación que esos arranques de jazz que convivían con suma tensión, pero en una bizarra armonía con las distorsiones de guitarra más insubordinadas, conseguían su sumun máximo aquí. Cinco canciones, cinco mundos completamente distintos, pero que en conjunto son atravesados por la idea sónica de la tragedia y la impotencia humana. “Red” es uno de los trabajos de la amplia discografía del conjunto que más los define, por lo mismo, abundan reseñas de este trabajo en internet, especialmente en las paginas dedicadas al rock progresivo, ya que en una colección de lo más destacado de ese estilo este es un disco que siempre tendrá su lugar fijo.

Un paseo aterrador y desopilante



El rock progresivo de finales de los 60’ y principios de los 70’ tuvo un apogeo tan súbito y colosal que difícilmente quienes se quedaron pegados en esa época puedan darle una oportunidad a la música de otras generaciones. En algún grado es entendible, Genesis, ELP, Yes, Jethro Tull y un montón de otros grupos que si en algún momento no hicieron una transición amigable al pop, consiguieron marcar la época con algún disco o canción. King Crimson es un caso un poco más paradigmático, la rompieron con su debut y no pararon de seguir afinando su técnica en los siguientes trabajos. Su hiatus vino en un momento necesario y su renovación en cuanto a sonido, estética y todo fue dándole más versatilidad a un sonido que no pretendía quedarse con la comodidad de sus glorias pasadas.

“Red” arranca con el tema homónimo, de manera brusca, con una guitarra distorsionada y ampliamente envolvente. El incipiente heavy metal de Black Sabath parecía darle origen a ese toque ruidoso y vehemente de un tema instrumental que no se detiene en su fuerza e impulso. El tema crece de forma extraña, grotesca y llena de oscuridad rematándose en el acento melódico que propone el bajo de Wetton. Personalmente lo considero un arranque muy al hueso para ser de King Crimson, algo como lo que harían (o mejor dicho Fripp haría) en el arranque del disco del 2003 “Power to Believe”


 

“Fallen Angel” es una balada que enciende con una abertura inquietante para luego dar paso a una tranquilizadora tonada en donde la voz de Wetton canta una ambigua historia de un hombre que va a la guerra sólo para ver morir a su hermano. La gracia del tema creo que está en su terrorífico contrapunto, ya que envuelto en una dualidad, la apacible balada va descendiendo a un caótico infierno. La hipnótica parsimonia acompañada luego por una sección de vientos encuentra su quiebre y desde ese momento el tema no hace más que desarrollarse en una espiral caótica de sonido que se vuelve más intensa cuando entra el estribillo y la sección de vientos se permite improvisar con completo despilfarro, en el buen sentido digo, sin ninguna atadura a estructuras, pero curiosamente respetando la densidad que el clima de la melodía había tornado para ese momento.

Con un toque que me recuerda a los Beatles o mejor dicho al Lennon más sarcástico, aparece “One More Red Nightmare” que abre similar a “Red” y que desemboca en un dinamismo casi frenético cuando Wetton entra con su voz, aquí las percusiones son clave, Bruford quien había tocado anteriormente con YES, se despacha ritmos que le otorgan un grito de paranoia para una canción que básicamente habla sobre el miedo a los accidentes de tránsito, de una forma mucho más poética y onírica a como lo acabo de describir. El quiebre a los dos minutos del tema sólo propone que las cosas se vuelvan más alocadas. Por cierto la curiosidad aquí es que el sonido de platillos que abundan surge a partir de ser rescatado del cubo de basura de su local de ensayo un plato Zildjian barato que estaba doblado, tirado por el batería de uno de los grupos que compartían local, algo que habla del afán de experimentación sonora y casi casual que el grupo tenía en ese entonces, algo que se expande mucho más en “Providence”

 

El penúltimo tema el cual nacido de sesiones de improvisación durante su gira por Estados Unidos, meses antes de la grabación de este trabajo fue aportado en parte por el violinista David Cross quien le da una atmosfera lúgubre, inquietante y casi de tradición ruidista. Es uno de los momentos más complejos del disco que se vuelve más sombrío (aunque gana en energía) con la participación de Fripp con un juego de guitarras desquiciadas que luego dan paso a una percusión atronadora que juega con el bajo potente y siempre activo de Wetton. La improvisación brilla por si misma, y el tema aunque por momentos se vuelve un poco enajenado, mantiene siempre su propia lógica.

Finalmente “Star” es uno de los temas más conocidos del rock progresivo, una joya que sabe condensar en poco más de 12 minutos sentimientos de agonía y esperanza por igual. El arranque onírico y cautivador dictado por un melotrón da pie a una guitarra sufriente acompasada por una percusión firme que juega con las formas que dibuja el bajo. La perfecta armonía entre el trio y los elementos que ornamentan como el saxofón de McDonald que consigue pintar de misterio y algo de tragedia todo el tema. La voz cantada de Wetton también consigue sobrecoger, especialmente porque consigue guiarnos a los puntos de emoción más directos, por momentos melancólico, por otro desesperado.   

La segunda parte de la canción invoca un inquietante paisaje que aparenta calma, un diálogo en soliloquio tanto para la guitarra y el bajo mientras la batería irrumpe con diversas triquiñuelas que le dan cierto pulso orgánico al experimento sonoro que el bajo y la guitarra esperan conseguir, hasta que finalmente todo va creciendo para acabar en una vertiginosa sección de jazz donde el saxo se desata sin contemplación alguna, dándole al tema un aire completamente distinto, pero igual de desenfadado. Todo concluye descendiendo en intensidad y volviendo a ese momento más melancólico que protagonizó la primera parte. Realmente una catedra de prog rock que aún continúa dando que hablar y sorprendiendo a quienes la escuchan por primera vez (o milésima vez) sin duda una canción con un aura eterna y que le da un peso más considerable a este “modesto” cancionero que despide una época maravillosa de un conjunto que aún sigue siendo una leyenda viviente.

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