Volver a Cortázar para
todo amante de la literatura es algo obligatorio. El cronopio experimentó una
fórmula de escritura tan sofisticada y a la vez tan cambiante que sus cuentos
siempre traen sorpresas. Personalmente empecé leyéndolo a los 15 años y fue mi
disparador para querer ser escritor (y vivir de eso algún día, por supuesto)
luego me compre los tomos compilatorios de la editorial debolsillo que traía
todos sus cuentos o eso creo, la cosa es que cada verano siempre repaso esos
textos porque se han convertido en un fetiche, una entretención personal de la
que no espero nada más que cosas agradables. Siempre encuentro algo nuevo en
ellos, como pasa con todo buen texto, y también a través de esas lecturas voy
transformando mi relación con el escritor. Cuando chico Cortázar era
básicamente mi ídolo literario (aunque le doy vuelta y digo, y si no era él
quién…¿Neruda? Pff) pero después algo pasa que uno siempre tiene ganas de matar
a sus dioses y el leucémico en un momento determinado me empezó a producir
agotamiento, nunca rechazo, es más cuando las redes sociales explotaron su
faceta más cursilona yo me sentía bien de saber que ahora Cortázar sí podía ser
mi capricho, mi placer culpable, me daba lo mismo esos deshilachados “Toco tu
boca”; “Andábamos buscándonos sin saberlo”; “No haremos el amor, él nos hará”
bah, todas esa frases románticas que pululaban en internet en imágenes con
fondos de películas tristes y escritas con fuente de comic sans color rojo,
frases que suenan tan poco frescas hoy en día, pero que en un mundo cínico eran
mi resguardo, mi cojín. Luego el ciclo continua, vuelvo a amar a Cortázar, me
aburre, lo dejo, lo tiro por la ventana, le ruego que vuelva a mi vida, me
sorprende (siempre logra sorprenderme por la mierda) y nada, es para mí el
mejor escritor de Latinoamérica, sorry Bolaño, sorry Borges, pero es cierto,
por lo menos para mí lo es.