miércoles, 16 de enero de 2019

100 discos para mis treinta: #96 John Zorn´s Moonchild – Six Litanies for Heliogabalus (2007)



Llegamos a la primera mención de unos nombres que se repetirán mucho a lo largo de este conteo. Por un lado John Zorn, saxofonista de Nueva York arraigado a la vanguardia musical más alocada, y por otro, mi querido Mike Patton, una de las figuras que va más a contracorriente dentro del mundo del rock, estilo, que hace tiempo le quedo corto cuando nos referimos a su trabajo.

 

Caos, excesos y demencia

Ornette Coleman + John Cage + Morricone = John Zorn
 
La extensa carrera de John Zorn (que cuenta con más de cien discos a su haber) da para varios artículos sobre las muchas mutaciones que el músico ha desplegado: Desde el klezmer, pasando por el noise, el jazz chill out, la tradición músical judía, las bandas ambientales, el hardcore jazz, concierto con órganos tubulares dentro de iglesias, art rock, música navideña, música para caricaturas… y así podríamos seguir enumerando por un largo rato la lista de proyectos que el incansable Zorn ha ingeniado.  Tal cual como pasa con Peter Brötzmann, Zorn es un referente de culto para la escena avantgarde, pero al mismo tiempo, un personaje desconocido para un público mainstream, lo que es entendible ya que la etiqueta de vanguardia que representa lo lleva por ese lado oscuro de la música, donde lo excitante no es la cantidad de discos vendidos, ni tocar para grandes escenarios. Lo de Zorn es trabajar y componer sin cesar, explorando sonidos y fórmulas que a veces llegan a ser riesgosas en cuanto a resultados. A sus sesenta y cinco años este saxofonista extremo no da tregua y sigue sacando, como mínimo, tres discos por año.

La banda en una de sus últimas presentaciones en vivo, el 2013 en Buenos Aires. Concierto al que tuve la suerte de ir.
 

Obviamente su proliferación musical no siempre suele generar los mismos efectos. Hay discos que simplemente no son de mi interés, así como épocas en que sus trabajos  me suenan bastante caprichosos y repetitivos, pero a estas alturas ya se trata de un iconoclasta de la música y su forma de interpretar los sonidos contemporáneos cae como un yunque en quien no lo conozca mucho. Para ordenar sus distintas miradas sobre el abanico musical que extiende, Zorn divide varias de sus obras en bandas o proyectos, que a su vez pueden subdividirse. Uno de estos proyectos que estuvo activo desde el 2006 hasta el 2012 fue Moonchild. Concebido originalmente como un trio de hardcore jazz, el proyecto buscaba revitalizar el ansia más punk y desquiciada de proyectos antiguos como Painkiller o Naked City, en donde el jazz improvisado chocaba directamente con los sonidos más extremos del metal y el punk. Los dos primeros trabajos lanzados el 2006 (“Moonchild” y “Astronome”) tenían como intérpretes de las complejas composiciones, a usuales colegas del saxofonista: Joey Baron en la batería, Trevor Dunn en el bajo y Mike Patton en las voces.


 Para que os hagan una idea de qué es todo esto. Recuerdo que un amigo tenía esta canción como tono de llamada en su celular.

¿De qué se trataba Moonchild? Básicamente era el desenfreno en sonido, si bien Zorn ya había experimentado estas técnicas en otros puntos de su carrera, nunca había compuesto para un formato reducido de banda de rock, con los límites que llevaba el encerrar toda esa locura en tres tribales instrumentos (batería, bajo y voz) Esta exploración se mantuvo ágil y demoledora en los dos primeros discos, sin embargo, la tercera entrega, que es la que nos ocupa, fue sin duda uno de los picos más altos en cuanto forma y fondo. “Six litanies for Heliogabalus” es el disco más variopinto, estético, provocativo y afilado que el proyecto haya firmado. En su momento creí que se trataría del cierre de una trilogía fantástica, pero después vinieron más discos de Moonchild, que aunque no estuvieron mal en calidad, quedaban muy por debajo de este asombroso trabajo que no pierde un segundo de abrumadora esencia anarquista.

A simple escucha puede parecer una excesiva ola sonora de pomposo desorden, pero a diferencia de los trabajos anteriores del grupo, este disco se basa únicamente en un solo concepto - algo que se repetiría luego con los siguientes trabajos – el cual se mimetiza bastante bien con esta orgia de sonidos. Zorn despliega una actitud oscura y caótica (más que nunca) en sus canciones, dejándose guiar por el ensayo de  Antonin Artaud “Heliogábalo o el anarquista coronado” el cual, obviamente, trata sobre la figura del emperador Romano Heliogabalo quien asumió la corona con catorce años y fue asesinado cuatro años después. Comprendiendo esto, no resulta tan desacertado este festival de sonidos alocados. Heliogabalo es mayormente recordado por historiadorxs como un emperador lujurioso, excesivo, bueno para las fiestas, los bacanales, cero respeto por los tabúes y bastante furibundo a las tradiciones Romanas. No es de extrañar que lo hayan asesinado tan pronto, cómo es que se dice en estos casos de magnicidio, ah sí “Temed a los idus de Marzo” 

El concepto del disco esta inspirado en el ensayo que Artaud escribió sobre Heliogabalus. Además el arte del disco esta extraído de estas imágenes llamadas "Las rosas de Heliogabalu"
 
Zorn con astucia retrata estos pasajes desde la lectura que Artaud hace sobre Heliogabalus, rescatando su potente mirada desarraigada de tradiciones políticas, en donde el libertinaje era una forma de corromper un imperio gobernado por el senado y los patricios. Pero vayamos a lo musical, ya que si bien Zorn logra hacer un excelente trabajo compositivo en cuanto al concepto que explora, no cabe duda que la función de sus intérpretes destaca más que nunca, y esta vez, como aditamento especial al trio original, Zorn incluyo en la producción a la arremetida Ikue Mori como operadora en pasajes electrónicos, el misticismo de Jamie Saft en teclados y órganos, además de un inquietante y fantasmagórico coro femenino compuesto por Martha Cluver, Abby Fischer y Kirsten Soller, para rematar esta fiesta, el mismísimo Zorn realiza una participación especial con su saxofón, siendo la primera vez que la banda se aventuraba en una odisea de mayor envergadura, como se dice, esta puesta toda la carne a la parrilla para una experiencia alucinante.


Disonancia punzante



El disco se divide en seis tracks titulados  como Letanías, las cuales se suceden una tras otra. La primera comienza con toscos golpes de batería y un sonido de bajo punzante, elementos que se repetirían a lo largo del disco, rápidamente aparece la maquinaria de sonidos que desarrolla Patton por medio de sus cuerdas vocales. Si bien para esas alturas, el Californiano ya había experimentado bastante con el no-lenguaje a lo largo de su carrera (chillidos, aullidos, gemidos y alaridos coléricos) esta vez sorprende la brutalidad e ingenio con que interviene, adueñándose de la atención en todo momento. Ya para los primeros minutos se advierte un delicado órgano en segundo plano, que deja ver que en esta ocasión, Moonchild entrara en un terreno mucho más inhóspito. El primer quiebre, con las texturas electrónicas de Ikue Mori que replican el sonido del cauce de un rio, y un coro femenino ambiental que otorga cierto respiro a la locura desplegada por Patton, sería una tónica más en el recorrido de este disco. Litany I es una onda musical que se regodea en los machaques constantes del bajo arrítmico y disonante de Trevor Dunn, y en las suaves y elevadas voces de un coro angelical que contrasta con un Patton que escupe, gorgotea y aúlla de manera grotesca, el punto fuerte de este tema vendría con el desquiciado solo de saxofón, casi una marca registrada en la carrera de Zorn. Después de eso, la canción se suaviza para dar paso a inaudibles susurros que vociferan algo inquietante.

Litany II parte con un arranque muy técnico en su batería, dándole mayor protagonismo a los teclados de Saft y sonidos electrónicos inimaginables que provee la maga de Ikue Mori. Pero prontamente el tema retoma una base  hardcore en la que un colérico Patton interviene en un singular duelo con los chirridos del saxofón de Zorn. El tema agarra un estilo más calmado y soft en donde volvemos a escuchar los susurros del coro femenino, pero esta vez como espíritus de otra dimensión, voces que se ríen y murmuran un hedónico placer. Las risas macabras de Patton, los gemidos y suspiros del coro femenino lo enmarcan todo en escenas de delirante pornografía.

Litany III nos envuelve en una misteriosa introducción de teclados, donde se escucha de fondo las voces del coro suspirando con agotamiento ¿será lo qué viene después de la orgia? La disonancia aparece de inmediato con el dúo salvaje y primitivo de Dunn y Baron quienes consiguen armar una estructura de violento in crescendo, el cual explota cuando aparecen otra vez en escena el iracundo dúo entre saxofón y aullar Pattoniano.  Litany IV es quizás uno de los puntos más álgidos  y la razón por la que consideró este disco como uno de mis favoritos dentro de los trabajos de Moonchild, Patton toma protagonismo absoluto en un tema que es quizás uno de los puntos más altos de su carrera. En esta canción, el vocalista de Faith No More hace gala de su extenso catálogo vocal, todas sus habilidades, todo su rango orgánico, todo su talento para interpretar un solo de seis minutos en donde sin decir una sola palabra, llena los silencios con múltiples ruidos: Gruñidos, gorjeos, rezongos, carcajadas, llantos, chillidos, estertores. Simplemente un mix de todo lo que una persona puede hacer al llevar al extremo sus habilidades vocales. Esta sería una de las últimas veces que Patton experimentase con su voz a tal grado, ¿el resultado? Algo naif, pueril, pero sin duda impactante. Si hay un no-lenguaje que vale la pena aprender, sin duda es este.



Las Letania V regresa con el abrupto toque primitivo de Dunn y Baron, retomando a los golpes torpes y violentos mientras el coro femenino aúlla de fondo. Zorn también tiene algo que decir y se manda un par de solos desquiciados en compas con los teclados de Saft quien lograría un papel bastante más preponderante dentro de la banda a futuro, el tema se vuelve finalmente una epopeya hardcore bastante extrema y sería un indicio del camino que el grupo tomaría en sus siguientes trabajos. Finalmente el último track cierra el disco con un poético juego de voces en el que terminan invocando a Heliogabalus para finalizar con un último y energético golpe de fuerza.



Sin duda este disco es todo un viaje de sensaciones abruptas, extenuantes y sobre todo no muy fácil de escuchar sin apretar los dientes. Es uno de esos trabajos que logran manejar bien lo disonante y primitivo, mezclándolo con elegantes texturas y colores que le dan variedad y mucha personalidad, pese a sus excesos los cuales están a servicio de las anárquicas razones que despertaron el concepto de la obra. Uno de los mejores trabajos de Zorn, en su imposible y ridículamente extenso catálogo, sin duda, si me preguntan por un disco extremo y brutal, no me remitiría a los clásicos del death o trash metal, sino a este brutal experimento.-

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