viernes, 30 de octubre de 2020

100 discos para mis treinta: #60 The Smiths – The Queen is dead (1986)

 


Difícil es hablar de un disco como este cuando ya está todo dicho al respecto. Basta con googlear las mil y un reseñas que este disco tiene y darse cuenta que es básicamente un imperdible por lo que no voy a descubrir la pólvora ni mucho menos. Esta reseña será una felación un poco más corta de lo habitual, porque el disco y su prestigio hablan por si mismos.

Un sonido difícil de superar


 

The Smiths es una banda legendaria, más que nada por las armonías de Johnny Marr en sus guitarras y la personalidad voraz de Morrisey que estampó una actitud irreverente, histriónica y muy, muy histérica a la estética del grupo. No obstante, los otros miembros del cuarteto, el bajista Andy Rourke y el baterista Mike Joyce suelen quedar un poco opacados por los genios creativos principales, y es realmente injusto, al menos cuando se habla de este disco que consiguió definir con total maestría un sonido perfecto para la banda y para el rock alternativo que vendría después. En esencia The Smiths no es una banda compleja y por lo mismo su sonido envolvente, pop y medio casual resulta irresistible de replicar, pero quizás por el componente estelar de Morrisey y esas letras tan rimbombantes y llenas de interpretación ocultas (aparentemente) que The Smiths se terminó convirtiendo en esas bandas cuyo pedigrí crece más y más con el pasar de los años.

En algún punto de 1985 Marr comenzó con el proceso compositivo de nuevos temas que irían a parar a un disco que buscaba ser casi una declaración de principios, esto mientras la banda estaba en actividad constante y álgida con el lanzamiento de su disco “Meat is murder” consiguiendo destacar por sobre el rock ochentero de plástico y neon, y siendo parte de esa camada de bandas inglesas que fueron deconstruyendo más y más el new wave y el post punk a lo largo de la década, The Smiths parecía estár en el punto preciso para generar una de sus obras definitivas. La crítica y la fanaticada suele ensalzar este trabajo como el más pertinente para definir el sonido con que The Smiths e incluso el propio Morrisey terminaron garantizando como un sello propio. Claro que ya se podía ver algo de eso en canciones de discos anteriores, pero parece que el training agitado y el éxito desatado hicieron que las cosas fueran dándole mayor inspiración y seguridad a la banda. Y eso pese a lo problemas con su disquera, un drama que no tiene desperdicio y que incluye robos frustrados de material discográfico, pero que ahora no viene muy al caso.


 

Bajo la producción de los mismos Morrisey y Marr con la ayuda del ingeniero de sonido Stephen Street quien sería una pieza fundamental para imponer ese sonido tan urbano y al mismo tiempo automáticamente nostálgico que ostenta la banda, se dio inicio a uno de los disco que marcarían con fuego a una futura generación de amantes del rock/pop. Sin duda “The Queen is dead” está en un singular punto medio como disco que propone un sonido suave, pegadizo, encantador y al mismo tiempo, devastadoramente fulminante en materia de letras. Muy al estilo de The Cure, melodías medias cursis envueltas en letras bastante densas, una mezcla bastante efectiva, pero que no resulta tan fácil de transmitir con simpleza y organicidad. El gran gol de este disco fue dar en el clavo con la refinación total de esa fórmula, la cual ya estaba en el ADN del grupo, pero que aquí se consiguió explotar con total maestría, de esta forma la canción “The Boy with the Thorn in His Side” lanzado un año antes del estreno del disco, no parecía dar muchas pistas en un cambio estético ni musical, aunque la versión final del disco sí conserva un refinamiento consistente y totalmente agridulce, no sólo por su letra de referencias literarias (un plus de Morrisey que ha terminado formando entre sus fanaticxs más una generación de snobs más que otra cosa) sino más bien por su tranquila y encantadora melodía adornada por unos teclados insospechados hasta ese entonces. Como single no fue el gran impacto, pero si un adelanto adecuado ante un disco del que todo el mundo se rindió casi automáticamente. Este disco, a diferencia de otros, no defino un sonido ochentero, al contrario define el sonido de un estilo único que se sigue alimentando con el correr de los años gracias a bandas como Oasis, Blur, Placebo, The Verve, The Strokes, The Bravery, The Killers, etc… y que se resiste a ser sepultado como algo viejo, es un sonido joven, casi inocente, que definitivamente se mantiene eterno en su frescura.

Esa luz a la que no debes ir


 

A pesar del consenso casi general sobre este disco, tano para Morrisey como Marr, el cenit de la música de The Smiths vendría con su siguiente (y último disco) "Strangeways, Here We Come" donde se atrevieron a experimentar mucho más, y puede ser, pero este trabajo simplemente marcó un sonido tan único que ni ellos han podido sacarse de la cabeza.

El verdadero primer single del disco fue  "Bigmouth Strikes Again" un tema que conserva una esencia de rock con destellos de Jangle Pop, en donde el protagonismo del bajo le da una fuerza muy expresiva y lo convierte finalmente en una canción bastante movida y llena de matices, aunque no muy alejada del tenor de su tiempo. Más singular y con un arranque donde el bajo se roba los oídos es la divertida “Frankly, Mr. Shankly” una canción que con algo de imaginación la podríamos ubicar en algún disco final de los Beatles, tiene un sonido muy ingles en cuanto a su formato, pero con un solo de guitarra completamente original y una letra irónica y crítica al gobierno de la Tatcher, pero el aspecto más político de la banda también se expresa en la casi psicodélica “The Queen is Dead” el tema homónimo que deja lucir en una de los grandes (y pocos momentos) de gloria de Joyce, por supuesto la letra es una enérgica y bastante puky critica a la monarquía, aunque mucha más certera e inteligente que la flemática “Good sabe the queen” de los irreverentes Sex Pistols. Es quizás una de las canciones más singulares del disco y en lo personal mi menos favorita, aunque es un placer escuchar a Morrisey en todas las variaciones que se permitía hacer con su preciosa voz.


 

“Cementery gates” es post punk edulcorado con un bajo jugeton, una percusión casi precisa y unas melodías de guitarra bailable que consiguió más tarde darle vida a un indie rock que tomaría caminos más cercanos a un pop exquisito, es un tema que remite al atardecer en una playa (obviamente su letra de eso nada) pero quizás una de los mejores aciertos de este trabajo es la estupenda y melodramática “Some Girls are bigger tha others” la cual derrocha una emoción intensa en la voz de Morrisey dándole un cierre casi trágico a un disco que no se limita en lo dramático.

“Vicar in a Tutut” es uno de esos rockabillys que Morrisey tanto gozaba, pero con el sello del bajo de Rourke  consigue darle una personalidad única, así como una batería efectiva, precisa y aunque poco técnica, sistemática para los fines de la canción. “Never had no One ever” tiene un toque más cercano a lo que sus contemporáneos de The Cure estaban haciendo, un rock un poco más oscuro aunque con una voz llena de matices que nuevamente le otorgan a ese pop un giro menos genérico del que podría caer cualquier otra banda sin la prestancia de The Smiths, aquí la batería vuelve a tener un cargo preponderante dándole verdadero ritmo al tema.


Y bueno resta hablar de ESOS temas que prácticamente han trascendido al disco en sí, dos baladas llenas de emoción, pasión y algo de melancolía. Por un lado la triste “I Know it´s over” que a pesar de haber sido mucho más elevada en nivel por el correcto cover de Jeff Buckley, simplemente, es un tema sin comparación alguna. Desde la letra lacrimógena y devastadora de Morrisey cantándole a aquella soledad que unx no elige tener, a esos rasgueos delicados, pero preciso de la guitarra de Marr, hasta pasar por un bajo preponderante (realmente Rourke hizo un trabajo estelar en este disco) y la batería por fin nos da más quiebres y más técnica. Este es uno de mis temas favoritos de la vida, desde la primera vez que la escuche y es casi una parada obligatoria para oír cuando me siento mal sentimentalmente. Sin duda The Smiths con temas como estos no temían abrir un abanico de sensibilidades que era bastante ad hock a su estética nostálgica. Es quizás un tema (que lamentablemente) se goza mucho más cuando uno está triste, es esa clase de canciones que son la perfecta banda sonora para tu melancolía, simplemente una gran obra maestra y que su sola inclusión hacen que este disco este por sobre muchos otros que fueron lanzados el mismo año. Una balada casi de otra época.


Y bueno, la favorita de todxs, “There is a light that never goes out” si bien mantiene decibeles más altos y ritmos más movidos, es igualmente un tema letal, triste, con una letra llena de ofuscación, dolor y suplica, un coro tan romántico como doloroso que es imposible si quiera no tararear. Morrisey consigue coronarse como un letrista tan poético como oscuro, quizás la mejor y única canción que la banda dejo para la posteridad, con esos teclados ochenteros que recuerdan un poco al estilo de Spandau Ballet, pero con ese bajo potente y aquellos riff agridulces que nos hacen, a pesar de la tristeza, mover la cabeza y sonreír.

Los años pasan y este disco no baja su estatus, Morrisey actualmente podrá ser un viejo insoportable, Marr podrá verse medio opacado por la figura del ex vocalista de su banda y bueno Rourke y Joyce la siguen remando desde su buena calidad de músicos, pero ninguno de los cuatro ha conseguido impactar con algo tan prolijo como este grandioso disco, se han acercado en algún que otro momento a algo parecido, sí, pero no lo han podido igualar. Por último, personalmente este disco lo escuche en distintas etapas de mi vida y siempre me trajo mucha alegría, pese al componente melodramático de sus canciones y es quizás esa la gracia de un disco tan potente como este, pese a todo te hace sentir cómodo y feliz.-   

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